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Aldama en el ministerio, como en la discoteca

Siguiendo la larga tradición de "conseguidores", Aldama consiguió ser el perejilillo de muchas salsas: se paseaba por el ministerio de Fomento, participaba en reuniones de alto nivel, colaboraba con la Guardia Civil, se subía al avión de la vicepresidenta venezolana, estaba en el rescate de Air Europa, en la compra de mascarillas, en la trama de hidrocarburos…

Si no lo viste en su día, estás a tiempo de empezar este lunes con unas risas. En un vídeo de hace años, un supuesto gurú de la seducción, que da cursillos para hombres que buscan tener más éxito con las mujeres, imparte una lección magistral a sus alumnos: cómo entrar en una discoteca. Para que las mujeres se fijen en ti, no puedes llegar con las manos en los bolsillos y la cabeza baja, con pinta de loser. Demuestra que eres un macho alfa, la discoteca es tu territorio, y todos te conocen: entra saludando a todo el mundo. Aunque no conozcas a nadie. Levanta manos, da gritos, lanza guiños, enseña el pulgar hacia arriba, tira besos. En todas direcciones, que se vea que conoces a todo quisqui y que eres el puto amo. Las mujeres caerán en tu red. Nunca falla. (No lo intenten en sus casas).

No sé si Aldama hizo alguna vez un curso de ligar, pero lo imagino entrando así en el Ministerio de Fomento por primera vez: el puto amo. Repartiendo saludos, abrazos con palmadas fuertes en la espalda, bromas, cómo está la parienta, qué pasa, monstruo. Así me lo imagino entrando en Fomento y en cualquiera de los espacios donde medró: lo mismo un encuentro internacional que una negociación entre gobiernos y empresas, lo mismo una compra de mascarillas que un mitin del PSOE: ahí viene Víctor, el jefazo, dando abrazos y besos, repartiendo tarjetas e intercambiando teléfonos, pidiendo favores y prometiendo contraprestaciones.

Hay que reconocerle su éxito, consiguió ser el perejilillo de muchas salsas: se paseaba por el ministerio como por su casa, participaba en reuniones de alto nivel, acompañaba viajes oficiales, se relacionaba con varios gobiernos latinoamericanos, colaboraba con la Guardia Civil, tenía contactos con servicios de inteligencia, se subía al avión de la vicepresidenta venezolana, estaba en el cumpleaños del ministro junto a medio gobierno, en Ferraz en la noche electoral, en un viaje con Begoña Gómez, en el rescate de Air Europa, en la compra de mascarillas, en la trama de hidrocarburos… En todos los casos había mucha más gente, los participantes ni lo recuerdan, pero él estaba allí, puede enseñar fotos, agendas, pantallazos.

Para ser un conseguidor, no basta con saludar muy fuerte y palmear espaldas, claro. Hay que “alimentar la máquina”, en palabras suyas: devolver favores, repartir pellizcos de la ganancia, comisiones, mordidas, pisos, vacaciones, lujo. Aldama no ha inventado nada, ya tenemos larga tradición de “conseguidores”, en cada trama corrupta de las últimas décadas hubo uno: el amiguito del alma “Bigotes” y Francisco Correa en la Gürtel, el “yonqui del dinero” en la Taula, Juan Lanzas en los ERE andaluces, Viloca en el 3% catalán, los de las mascarillas en Madrid, el inigualable ‘pequeño Nicolás’… El conseguidor es una figura muy española, con el rey Juan Carlos a la cabeza.

Todos los conseguidores comparten don de gentes, campechanía, facilidad para abrir puertas, cadenas de favores, alto nivel de vida, pufos fiscales, pelotazos, comisiones, regalos especiales, primera fila en las fotos, grabación de llamadas y mensajes para cubrirse las espaldas, y ese buen olfato para el negocio fácil en cada momento (mascarillas, obras públicas, financiación de partidos, y hoy supongo que la reconstrucción de Valencia). Todos acaban pillados, víctimas de sus excesos de confianza, y causando gran destrozo a los gobiernos y partidos donde anidan.

Como el ligón de discoteca, todos los conseguidores tienen un punto fantasmón, de parchís (me como una y cuento veinte), presumen de contactos, intermediaciones, negocios, fortuna y poder (“si yo hablase…”), pues ese exhibicionismo les abrirá nuevas puertas. “Yo repartía los contratos de autopistas”, “yo conseguí el rescate de la aerolínea”… Y curiosamente (o no tan curiosamente) todos los conseguidores, como los pesados de discoteca, son hombres.

Aldama (que omite su primer apellido, González, pues impresiona más un “de Aldama” que un González) es hoy el rey de la pista, pese a la endeblez documental de algunas de sus acusaciones. Pero como en su día en el ministerio, ahora entra igual por el juzgado y por las radios y periódicos de derecha: repartiendo saludos, grititos y guiños. Y el tío siempre encuentra quien baile con él. Un crac.

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