AlfonsoyAmigos, de nuevo en el Puerto del Medio Celemín
El dolor se desvanece, el sudor se seca, el cansancio termina, pero la satisfacción de haberlo logrado perdura
Nos
encontramos en Navalafuente, en una mañana especialmente fresca que, como la
mayoría de los vecinos, aún no había despertado por completo, ajenos a nuestro
propósito de lograr emociones.
La
jornada se presenta larga, pero no hay mucha prisa por arrancar. Muchas
ausencias sin confirmar y decidimos dar tiempo por si hubiera algún rezagado. Algunos
aprovecharán para tomarse un cafelito.
Ya
preparados, los presentes comenzamos a dar pedales: Barri,
Enrique, Juan, Luis Ángel, Raúl y Alfonso.
Enrique
no tarda en ponerse en cabeza y marcar el ritmo, aunque se detendrá para una
foto de recuerdo al pasar por Cabanillas de la Sierra. El
mismo lugar, pero con algunas caras diferentes a través de los años. Ya
dejamos atrás el tramo con menos desnivel.
Un manto de nubes grises cubría el paisaje frente a nosotros. Sin embargo, la ilusión de compartir una nueva aventura en nuestras bicicletas nos llenó de energía a todos. Nosotros seríamos quienes alegrarían el día.
El
pedaleo se vuelve más enérgico, a pesar de que el desnivel va aumentando poco a
poco, rodando por caminos y callejas que agradecemos encontrar sin agua
encharcada. El
viento ya no va a dejar de acompañarnos, como un amigo fiel... o un amigo pesado.
La
zona de Los Cuarteles nos ve pasar y el Lanchar de la Condesa, cerca de
antiguas canteras, nos pone a prueba con sus lanchas de piedra. ¡Calentamiento
y aperitivo de lo que nos aguarda!
Alcanzamos el Collado de San Pedro y nos adentramos en un laberinto de senderos. Las jaras altas y los múltiples cruces nos llevaron a algún despiste. Es muy difícil ir pendiente del GPS cuando no puedes dejar de estar atento a los obstáculos. Rodar hacia el sol es nuestra referencia, y no faltan las bromas a través de los walkies.
A
ratos avanzamos hacia el norte y enseguida giramos hacia el sur, como si ya
fuéramos a regresar, pero en realidad es que intentamos exprimir al máximo los senderos de
la zona.
De
nuevo enfilando al norte y, allá al fondo, seguimos viendo los montes que son
nuestro objetivo, cubiertos de densas nubes oscuras. Afortunadamente,
los hados se han puesto de acuerdo para no amargarnos el día y, a medida que
avanzamos, la cortina oscura se va abriendo como un telón de escenario, dejando
pasar formidables rayos de sol que dan al paisaje un color especial.
Al pasar entre el Molino Bajero y el Molino Cimero, dos grandes mastines salen a nuestro encuentro, lanzándonos fuertes ladridos y corriendo a nuestro encuentro. Juan, al no tener claros sus propósitos, decide dar un rodeo. Yo paso cerca de ellos y recibo los ladridos, pero sus intenciones no van más allá.
Cuando el camino se hace duro, solo los duros siguen pedaleando
Recordamos
de ocasiones anteriores un tramo muy complicado y de pateo que se nos presenta
de frente y avanzo para comprobar su actual estado, pero impracticable. Ya marqué
en el track alternativa: cruzando el puente sobre el Arroyo Albalá y atacando un
repecho al 20% durante 144 metros.
No me
preguntéis cómo, pero todos los compañeros lo intentan, y algunos incluso lo
superan o casi lo consiguen. ¡Tremendo! Y
arriba, seguimos avanzando sin detenernos, viendo caras sonrientes en los
compañeros.
Pues
ya estamos aquí, en Valdemanco. Hoy
no hay averías, ni cazadores como excusa, y las nubes se siguen abriendo ante
nosotros. Barri decía que le gustaban las rutas inéditas
para él, pero no sé si este tramo le va a “encantar”.
Comenzamos
por un repecho largo al 12%, seguido de otro tramo al 18%, afortunadamente no
tan roto como recordábamos. Al 12%, al 13%, sin dar más
oportunidad de respiro que la de bajar el ritmo. A
Enrique le hago dos fotos antes de perderlo de vista, mientras Juan,
disfrutando de su e-bike, nos aguarda más arriba con una amplia sonrisa.
Recuperamos el aliento e intentamos hacer foto de mini-grupo de recuerdo, pero Enrique ya había marchado y a alguien se le olvidó apretar el botón de disparo de la cámara para la foto en la que yo aparecía. (Juraría haberlo visto pulsar dos veces)
Estamos
a 1438 m y aquí sí se nota el frío, más después de haber sudado en el ascenso. El Puerto
del Medio Celemín queda por debajo nuestro, a 1312 m.
Tomamos
algunas fotos de recuerdo, nos subimos las cremalleras y nos cubrirnos las
caras para afrontar el largo y rápido descenso, con el aire frío que se mete
por todos los resquicios sin cubrir del cuerpo. Al
abandonar la pista, el sol juguetea con nosotros al escondite y nosotros con
los senderillos que de nuevo se convierten en trialeras.
Imposible
describir lo que ya nos aguarda. Continua
sucesión de senderos, cada cuál más complicado, que tomamos con decisión y
valentía. Un trazado en su mayor parte solo apto para
endureros y para locos chalados de amplia sonrisa. Imposible detenerse para sacar fotos de acción.
La felicidad no depende de las condiciones externas, sino de la actitud con la que nos enfrentamos a cada desafío
Cada
sendero se transformaba en un parque de aventuras improvisado, pero también en
un desafío continuo. Rocas de todas las formas y
tamaños, raíces retorcidas y barrancos estrechos nos obligaban a concentrarnos
al máximo.
Con
cada metro recorrido, la dificultad aumentaba, pero también lo hacía nuestra
determinación y nuestro coraje, sin perder la sonrisa. La
sensación de libertad que experimentábamos al deslizarnos entre las rocas y
superar los obstáculos era única. En
esos momentos, el cansancio desaparece y solo queda la pura emoción de vivir al
límite.
Con cada esfuerzo, la sonrisa volvía siempre a nuestros rostros, demostrando que incluso en los días más grises, la amistad y la pasión por el MTB tienen el poder de iluminar el camino de AlfonsoyAmigos.