Un abrazo refundador
Las gestas libertarias se valoran mejor cuando ha pasado el tiempo, y los historiadores y los sociólogos «sacan cuentas». Pero aún sin haber transcurrido los pocos años que nos separan de la presencia física de Fidel y Chávez, podía ya aquilatarse el significativo aporte que esos dos seres irrepetibles en la historia latinoamericana y caribeña realizaron a la unidad y la integración.
Juntos después de tantos años de bregar solitario del Comandante cubano en favor de las causas justas de la que Martí llamó Nuestra América, el quehacer de ambos marcó un punto de inflexión, un parteaguas que estableció principios insoslayables y establecidos ya para la teoría revolucionaria como la importancia de la colaboración, la complementariedad y la solidaridad en los procesos regionales unitarios, y para materializar los deseos de cambio que buscan poner equidad entre el Norte y el depredado Sur.
Esos principios son valederos hoy en el camino que con trabajo se desbroza hacia la multipolaridad, pues resultan aplicables lo mismo a nuestra región que en cualquier hemisferio, y pudiera decirse que algunos de los resortes que ideó ese «modelo integracionista» labrado por Fidel y Chávez sin apuntes previos y casi sobre la marcha con la fundación del ALBA, se adelantaron a este tiempo: desde allí surgió el proyecto de la moneda común denominada Sucre (Sistema Unitario de Compensación Regional), emanada de una cumbre en Caracas de la entonces llamada Alternativa Bolivariana, con el concurso de otras naciones como Ecuador y Bolivia, ya miembros del bloque, y de algunas que se acercaban, en el caso de la Honduras que presidía Manuel Zelaya.
Parece que fue ayer, pero esa gesta inició su materialización hace hoy exactamente 30 años con el primer encuentro entre ambos líderes, la noche del 13 de diciembre de 1994: ese fue el inicio de aquella visita a Cuba de quien poco después sería reconocido en Venezuela y en todo el mundo como líder bolivariano, y punto de partida de una relación amistosa pero también estratégica.
Su estancia aquí, «largamente soñada» —confesó Chávez en una de sus intervenciones públicas de aquel fugaz pero intenso día y medio que pasó en La Habana— ratificó a Fidel la estirpe que él, con su ojo avizor, había apreciado en las actitudes valientes y el verbo ardoroso de aquel joven venezolano llamado a acompañarlo en el liderazgo unitario latinoamericano: un teniente coronel retirado que ya se había dado a conocer al mundo con el levantamiento del 4 de febrero de 1992, acción fracasada desde el punto de vista militar pero que significó el nacimiento político del movimiento bolivariano, y de esa corriente de ideas que hoy conocemos como chavismo y que sigue marcando los destinos de Venezuela.
El tiempo con nosotros fue brevísimo pero inolvidable desde el momento en que Chávez asomó a la portezuela del avión —por él supimos después que ignorante del recibimiento que le esperaba hasta que el aparato tocó tierra— pasando por su conferencia en el acto con que le saludaron los estudiantes de la Universidad de La Habana, y por sus palabras en la Casa Simón Bolívar, siempre acompañado por Fidel y el querido Eusebio Leal, gestor de una invitación que tenía detrás el deseo del Comandante en Jefe de conocerlo.
Así, aquel hombre transparente fue desnudando ante los cubanos y quienes en otras partes siguieron la visita, su pensamiento revolucionario y latinoamericanista: «(…) Hoy sigue siendo un objetivo histórico del imperialismo la eliminación de cualquier vestigio de nacionalismo o de patria en nuestras sociedades», dijo al significar la vigencia de la Doctrina Monroe, e indignado todavía por la expresión de Bill Clinton durante la primer Cumbre de las Américas de Miami, celebrada unos días antes, cuando dijo que allí se estaba materializando el ideal bolivariano, algo que Chávez calificó aquí como «una bofetada en el rostro de todo latinoamericano digno».
La relación bilateral impulsada por los líderes de Cuba y Venezuela sentó pautas en los sucesivos mecanismos de integración regional. Foto: Tomada de Cubadebate
Las virtudes del líder nato que era habían sido vislumbradas por Fidel, quien las confirmó durante las horas de diálogo que probaron su coincidencia de criterios y plantaron el árbol de una amistad cuyos frutos reverdecieron para toda la región, y tuvieron su semilla en la admiración que Chávez, desde muchísimo antes, sentía por el Comandante en Jefe y por Cuba.
Apenas cinco años después él asumía como presidente de su país avalado por un pueblo que se volcó a las calles tras su figura, una vez que este se percatara de que la vía de la refundación venezolana era la electoral, y desechados sus temores del golpe de Estado o la hecatombe social que preveía cuando, recién salido de prisión por el levantamiento del 4 de febrero y apenas nueve meses antes de venir a La Habana, Venezuela era un país todavía conmocionado por la corrupción de los gobiernos de turno y por la violencia, motivos de la gigantesca ola de protesta social de febrero de 1989 conocida como El Caracazo, y que culminó con una represión que ahogó en sangre a los manifestantes.
Poco después de su llegada al Gobierno, Chávez dio paso a la Asamblea Constituyente que entendía como necesaria desde aquellas jornadas en la Isla, y echó a andar lo que llamó la revolución pacífica que hasta ahora sigue siendo hermana de la Revolución Cubana.
Ya con las bases del proceso bolivariano sólidas, vino el trabajo arduo, entusiasta y presuroso con Fidel —como si ambos supieran que les quedaba poco tiempo— para enrumbar a la región hacia una integración real que ha tenido su mejor experiencia y más alto exponente hasta hoy en la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), nacida con la sola firma de ellos dos el 14 de diciembre de 2004, y al que otras naciones se sumarían después.
Las potencialidades del mecanismo, más allá de sus posibilidades para la concertación política, se verían enseguida con la puesta en marcha de la Operación Milagro y la implementación del programa de alfabetización Yo sí puedo, ambos gestados por ellos, y acompañados de los proyectos grannacionales que extenderían a la región nuevos esfuerzos en busca de la justicia social y la práctica del humanismo.
Tales postulados siguen vigentes pese a los obstáculos que la persecución imperial contra nuestras naciones nos ha impuesto, y explican por qué los latinoamericanistas de corazón festejamos hoy aquel primer y fundador abrazo de Fidel y Chávez en La Habana. Latinoamérica y el Caribe iniciaban un nuevo viaje, anunciado al pie de la escalerilla de aquel avión.