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Editorial: Posverdad y academia

En el acto de juramentación del cargo que asumirá el primero de enero, el nuevo rector de la Universidad de Costa Rica (UCR), Carlos Araya Leandro, advirtió sobre el creciente asedio de la posverdad sobre las instituciones nacionales. La palabra, acuñada para describir nuestra era, viene de la expresión inglesa post-truth y significa más que la sempiterna mentira.

La posverdad parte de la mentira, pero no está completa sin una apelación a las emociones y creencias de un público bien delimitado. Por eso, su existencia también depende de las redes sociales y sus algoritmos. Cuando los mensajes de odio “alertan” sobre la intención de reemplazar a la población blanca de los Estados Unidos con migrantes y personas de otras religiones y etnias, no dirigen la alarma a todos los blancos, sino a los más propensos a aceptar el mensaje. Esa propensión no surge del intelecto, sino del sentimiento de exclusión o pérdida de los destinatarios del mensaje.

Por eso, la posverdad se construye con proposiciones absurdas o completamente reñidas con los hechos demostrables, no obstante lo cual echa raíces en el público meta, fácilmente identificado por su actividad en línea. La posverdad siempre está en curso de colisión con la academia, la ciencia y los “expertos”, una categoría antaño respetada y hoy demonizada, precisamente por arte de la posverdad.

Desacreditar esas fuentes de conocimiento y los hechos establecidos con su esfuerzo es vital para imponer los “hechos alternativos” a los cuales aludió, en el 2017, Kellyanne Conway, alta funcionaria de la Casa Blanca. Pero la elaboración de discursos fáciles de aceptar por el público meta a partir de la emoción y las creencias, sin importar los hechos o a pesar de ellos, no es un ejercicio académico ni se limita a disputar la validez del conocimiento generado mediante la investigación científica. Es un arma política capaz de definir elecciones y conceder el poder a quienes deciden utilizarla.

Por eso, va mucho más allá de falsear las bases de la academia y la ciencia para proyectar su influencia sobre la institucionalidad democrática. La posverdad, estrechamente vinculada al populismo, no resuelve los problemas. No está equipada para hacerlo porque eso requiere de conocimiento, pero logra explotarlos para sus fines políticos, no importa la ideología que anime, en cada caso, el esfuerzo de desprestigio de las instituciones.

Por ende, los poderes de la República, el periodismo independiente, las instituciones de control y cuantas entidades o grupos resulten incómodos son blanco del asedio descrito por el rector Araya, quien expresó preocupación por la institucionalidad en general, no solo la universitaria, y también por el Estado de derecho.

“Vivimos una época bajo el asedio de la posverdad, en que la libertad de pensamiento es agredida por el poder. Los espacios de libertad siempre han resultado incómodos para quienes intentan imponer decisiones y acciones particulares como si provinieran de la colectividad y para quienes disfrazan el interés particular como interés general”, afirmó, antes de reparar en lo que toca de ese acoso a las universidades públicas.

El mensaje resulta esperanzador, porque las universidades están llamadas a generar el conocimiento indispensable para comprender los mecanismos de la posverdad y contribuir al desarrollo de los medios para combatirla. En la UCR operan valiosas iniciativas de vigilancia y defensa de la libertad de expresión y la amplitud del debate público. Es hora de fortalecer el examen del tema que nos ocupa —y tanto preocupa al rector— con la amplia gama de recursos al alcance de la casa de estudios, desde las disciplinas de sicología y ciencias políticas hasta las del derecho, comunicación colectiva y educación, para mencionar solo algunas.

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