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La impudicia florece

Dos acontecimientos sacudieron el mundo la semana pasada. El primero fue el intento descarado del presidente surcoreano de dar un golpe de Estado por medio de una ley marcial. Le salió el tiro por la culata, pero sigue pegado al cargo, pues su partido boicoteó el enjuiciamiento político. Una vez que falló, pidió perdón y aseguró que no lo volvería a hacer.

Las ramificaciones geopolíticas están por verse, pero fue un inesperado asalto a una democracia supuestamente consolidada en una región volátil y tensa como el Lejano Oriente. Hoy, ya nada es seguro. Me aparto del análisis estratégico para fijar un detalle: la desvergüenza del presidente Yoon. “Ups, me equivoqué, ji, ji, sorry mucho y aquí me quedo”. Y la impudicia de su partido, que lo criticó duro, pero lo sostiene. Impresionante: la única conducta honorable era renunciar y someterse a las autoridades.

El segundo acontecimiento es la caída del tirano Asad en Siria. En 12 días que conmovieron el mundo y destruyeron el equilibrio regional en el Medio Oriente, rebeldes de distintas persuasiones derrocaron su dictadura. Nadie tiene una buena idea de lo que sigue en un país destruido por guerras civiles, con cerca del 30 % de la población huida y terribles cicatrices por la crueldad del régimen. Pero algunas cosas son ciertas: Rusia e Irán, los patrones de Asad, fueron derrotados e Irán sale muy debilitado; Israel obtiene un espacio de maniobra del que carecía y Turquía es el gran beneficiado.

Quiero nuevamente fijarme en el detalle de la impudicia. El día que Asad huyó, su embajador en Rusia —¡sí, ese lacayo!— manifestó: “El escape del jefe del sistema de manera tan miserable y humillante confirma lo correcto del cambio y trae esperanza en un nuevo amanecer”. Cambio de chaqueta exprés. Y la televisión rusa pasó de referirse a los rebeldes de “terroristas” a “oposición armada”… ¡en 24 horas!

Me impresiona la habilidad que tienen ciertas personas para ser descaradas. Muchos colaboradores y asesinos al servicio de regímenes oprobiosos se reinventan y, lo que es peor, la sociedad se lo permite. Viven lo mejor de todos los mundos. Recuerdo la vez en que un empresario colombiano me dijo, en plena época de la guerra del narco en ese país: “¿Cómo criar a mis hijos, con valores, aunque no sobrevivan, o para sobrevivir esta inmundicia?”. Tantos años después, me pregunto cómo los habrá criado.

vargascullell@icloud.com

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