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Los refugiados que esperan desde España noticias de sus familiares desaparecidos en Siria: "No sabemos si están vivos o muertos"

En Siria, quienes buscan a familiares desaparecidos se acercan a las cárceles para encontrar respuestas tras la caída del régimen de Bashar Al Asad. Desde el exilio, solo queda esperar. Rana aguarda desde Castellón noticias de su marido, desaparecido en Siria en 2012

En busca de las celdas ocultas de la cárcel de Sednaya, el “matadero humano” de Siria

“Yo no puedo perder la esperanza. Me niego a pensar que está muerto”, repite una y otra vez la refugiada siria, Rana Ahmad Alnaif, desde su casa en Castellón. Estos días vive pegada al teléfono a la espera de recibir alguna noticia sobre el paradero de su marido, Wasim Mahmoud Alrumnan, desaparecido en el año 2012 en Siria cuando fue interceptado en un puesto de control de las fuerzas del régimen cuando iba de camino a su trabajo como repartidor de frutas y verduras.

Desde el pasado domingo, por primera vez, se abrieron las puertas de las prisiones que simbolizan el carácter opresivo de 54 años de gobierno de Hafez y Bashar Al Asad. El mundo entero se asoma ahora a comprobar las condiciones infrahumanas y de tortura que aplicaban en estos centros las fuerzas del recién derrocado régimen de la familia Al Asad, denunciadas desde hace años por la población siria, defensores de derechos humanos y familiares de desaparecidos. Según datos del último informe de la ONG Syrian Network for Human Rights, al menos 136.614 personas (entre ellas 8.504 mujeres y 3.698 niños y niñas) fueron víctimas de arrestos arbitrarios por las fuerzas gubernamentales, desde 2011 hasta agosto de este año, y se encuentran desaparecidas.

También por primera vez, en mitad de esa oscuridad, se asoma la esperanza para miles de familias que buscan a sus allegados desaparecidos, algunos incluso desde los años 80. Pero, a medida que pasan los días, ese destello de ilusión y euforia, vivido durante los primeros días de esta nueva era en el país árabe, se va eclipsando por la incertidumbre, el caos y la falta de protocolos para poder obtener información y resguardo sobre los desaparecidos y los supervivientes.

Desde la plataforma Families for Freedom Syria, liderada por mujeres sirias con familiares desaparecidos, han lanzado a través de sus redes sociales un comunicado en el que instan a organizaciones internacionales, al Comité Internacional de la Cruz Roja, la Media Luna Siria y a las nuevas autoridades en Damasco a “tomar medidas inmediatas” para “abordar el caos, negligencias y errores” que se están cometiendo en la apertura de las cárceles y la liberación de los presos. Reclaman, entre otras demandas, un registro oficial de los nombres de los cuerpos sin vida que se han encontrado, así como de las personas liberadas y garantizar su seguridad, sus derechos y la atención médica y psicológica, especialmente a mujeres y niños.

No me creo que mi marido esté muerto”

“En estos años lo hemos buscado por todas partes y no hemos encontrado nada. Sólo en 2014, me llegó la noticia de que decían que estaba muerto”, lamenta Rana. “Pero yo no me lo creo. No me creo que mi marido esté muerto, no he visto nada que lo certifique”, atestigua. Y es que el hermetismo formaba parte del modus operandi del régimen sirio que, en ocasiones puntuales, publicaba listas de defunciones bajo custodia penitenciaria gubernamental o eran los propios funcionarios los que confirmaban verbalmente la muerte de los detenidos a sus familiares. Sin embargo, las familias afectadas no podían conocer realmente si estaban vivos o muertos, porque ni recibían sus cuerpos ni conocían las circunstancias de su muerte, ni mucho menos podían darles sepultura. “Todo ello es necesario para que pueda hacerse justicia”, señala a elDiario.es la abogada siria Noura Ghazi.

“Mi madre lleva días que no duerme, sólo llora y se pasa las horas buscando en Facebook y en las noticias, cualquier prueba o foto en la que aparezca mi padre”, explica Nada de 16 años, hija de Rana Ahmad y Wasim Mahmoud.

A esta angustia se suma la impotencia de vivir en el exilio y no poder sumarse a la búsqueda por las cárceles del país que han emprendido miles de familiares de desaparecidos en los últimos días en busca de sus seres queridos o de alguna mínima pista que les permita saber dónde están, si siguen vivos o muertos. “Los hermanos de mi padre y de mi madre han ido a Sednaya y a otras cárceles, pero no han encontrado nada”, cuenta la adolescente, refiriéndose a la famosa cárcel a las afueras de Damasco y conocida como “el matadero humano”, según un informe de Amnistía Internacional de 2017, en el que la ONG recogía los casos de 65 supervivientes, que describieron los terribles abusos, ahorcamientos y torturas que allí se cometían. 

La joven Nada, que acompaña a su madre con mucho amor y respeto en esta especie de duelo que no llega, reconoce que su mente se abre a todos los escenarios posibles. “Es raro, ¿sabes? Porque a veces pienso que, si mi padre apareciera con vida, cuál sería mi reacción, qué haría, ¿iría a abrazarle?”, se pregunta en voz alta. “Casi no tengo recuerdos de él, pero le tengo muy presente porque mi madre me habla mucho de él y me gusta escucharla, pero mi hermana pequeña ni siquiera llegó a conocerle, mi madre estaba embarazada cuando desapareció”, lamenta.

“No sabemos nada de ninguno de ellos”

Wasim Al Naser también vive estos días pegado al teléfono esperando desde Madrid alguna noticia de sus seres queridos que, desde el 8 de diciembre, recorren el país en busca de sus familiares desaparecidos. En el caso de esta familia palestina refugiada en la ciudad siria de Daraa (sur), buscan a sus primos Ahmad, Ramzi, Anas, Hamada y Wisam, encarcelados y desaparecidos en 2012, 2013 y 2018.

“Ahmad era el más joven, tenía sólo 16 años y estudiaba en Damasco cuando le detuvieron en un control rutinario de las fuerzas del régimen en Yarmouk [el campamento de refugiados palestinos cerca de la capital]”, rememora Wasim. “No sabemos nada de ninguno de ellos, no sabemos si están vivos o muertos, ni dónde podrían estar. Sólo tenemos la sospecha de que Hamada está muerto porque creemos haberle reconocido entre las fotos del ‘archivo César’”, explica.

“Ahora mismo vivimos una mezcla de emociones muy difícil de explicar. Vivimos con miedo, esperanza, tristeza. Además, hay mucha información contradictoria en las redes sociales sobre lo que se está encontrando en algunas cárceles que se han labierto. Las primeras imágenes que nos llegaban daban esperanzas, porque veíamos a los supervivientes, pero sobrevivir a sitios como Sednaya es un milagro, porque son auténticos campos de exterminio y cuanto más pasan los días parece estar más claro que, los que siguen sin aparecer, están muertos”, lamenta Al Naser. “Desde la lejanía vivo todo esto con mucha impotencia, es difícil expresarlo con palabras”, se lamenta este palestino-sirio que llegó a España en 2014 en busca de refugio.

El pasado martes 10 de diciembre, coincidiendo con el Día Internacional de los Derechos Humanos, Hanaa Abed al Kafki recibía noticias de su familia desde Siria, confirmando lo que todos temían. “Mi sobrino Nauras Rabe está entre los muertos encontrados, tenía solo 14 años cuando se lo llevaron en 2012”, denuncia esta mujer refugiada en Lugo, junto a su marido e hijos. “Pero todavía tengo muchos más familiares de los que no sabemos nada, como mi tío Abdul Qader Al Shater, que desapareció en 2012”, asegura.

Hanna no se separa de su teléfono móvil ni pierde de vista cualquier actualización en grupos de redes sociales donde los familiares de desaparecidos se organizan compartiendo datos de los suyos, con el fin de encontrarlos o recabar alguna pista sobre su paradero. “Por un lado, nos hace muy feliz que este horror se haya terminado, pero, por otro lado, estamos viviendo estos días con mucha impotencia”, al no estar presentes en esa búsqueda física que otros allegados están haciendo en Siria.

Su marido, Abdel Hakim Sharif Al Suleiman, se une a la conversación. “En 2011 estaba en una de las manifestaciones pacíficas que hacíamos esos días para pedir la libertad del pueblo, cuando me detuvieron y me llevaron a una comisaría de la mujarabat [los servicios de Inteligencia] en Homs. Gracias a Dios, sólo pasé dos semanas allí dentro, pero, al igual que todos los demás, sufrí todo tipo de torturas: nos apagaban cigarros en el cuerpo, nos pegaban, insultaban, nos daban descargas eléctricas. Me rompieron huesos…”, recuerda Abdel Hakim. “Esto era lo más básico que te podían hacer, en otros lugares la tortura era peor”, asegura.

De aquella experiencia traumática arrastra secuelas visibles como una discapacidad física y otras más invisibles, como algunas pesadillas que estos días reaparecen y se entremezclan con la celebración por el fin de una era repleta de represión y vulneraciones de derechos humanos. Al mismo tiempo, la incertidumbre respecto al nuevo rumbo del país cala entre la población siria en el exilio.

“Aunque tenemos esperanza en un futuro mejor, los sirios y las sirias sabemos que no lo vamos a tener fácil. Israel está bombardeando Siria cada día y somos una amenaza para otros países como Emiratos Árabes Unidos porque queremos una Siria democrática. Queremos paz, estabilidad y una transición democrática”, concluye Al Naser.

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