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Huesos en el desierto. Así inventaron la varilla que encuentra desaparecidos

Para obtener un hallazgo positivo se necesitan tres circunstancias. El pitazo de un testigo que sepa dónde buscar; la intervención de las personas buscadoras; y la participación del Estado a través de sus peritos, policías y forenses, que llegan al final del hallazgo a hacerse cargo de su responsabilidad. Así fue desde el primer día de búsqueda y sigue siendo diez años después.Se requiere además de una varilla de acero, con punta y volante, para enterrarla en los campos más inhóspitos, un instrumento rústico que se volvió efectivo para encontrar restos humanos, por encima de las múltiples tecnologías que se han adaptado para hallar fosas clandestinas en México.Y el tiempo. El peor enemigo para las buscadoras y los desaparecidos sigue siendo el tiempo: porque el territorio cambia, lo venden, lo fraccionan, lo urbanizan, los testigos mueren y ellas envejecen.El pasado décimo aniversario de la desaparición de los estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa, marca también el inicio del fenómeno de las buscadoras, porque ver a los padres cavando en el cerros de Iguala activó a la población civil a vencer el miedo y salir a buscar a sus desaparecidos. Así surgió este movimiento social que se extendió por todo el país, iniciado por hombres, pero sostenido por mujeres, y que ha generando un conocimiento científico forense invaluable.Ayotzinapapuso la palabra ‘desaparecidos’ en la escena mundial, pero también giró el foco hacia las familias que ya buscaban. “Echó luz sobre cosas que llevábamos mucho tiempo sabiendo, sintiendo, documentando, pero que no estaban en la opinión pública”, explica Paula Mónaco Felipé, periodista, escritora y productora especializada en Derechos Humanos. “Tristemente en México tenemos familias buscando desde hace 50 años”.De hecho, la lucha por los desaparecidos viene desde los años sesenta, cuando el Estado y el Ejército desaparecieron con los vuelos de la muerte a decenas de personas por razones políticas, presuntamente integrantes de la guerrilla comunista. Hoy el fenómeno de los desaparecidos obedece más a razones de criminalidad y su penetración en las instituciones del Estado.“Los colectivos se profesionalizaron tanto al punto de ser ellas –las mujeres– quienes hoy les enseñan a las fiscalías y a la gente del Estado a buscar”, dice Raquel Maroño, investigadora del Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia. “Perfeccionaron sus técnicas, crearon protocolos de seguridad para cuidarse a sí mismas y aprendieron a diferenciar huesos humanos de huesos animales”.¿Por qué la búsqueda de desaparecidos, que iniciaron los hombres en Guerrero, terminó siendo un movimiento de mujeres? Las razones pueden ser económicas, sociales, culturales, emocionales, disfuncionales, discriminatorias, de inequidad o todas juntas como resultado de un sistema patriarcal que reproduce estereotipos de género hasta con la búsqueda de nuestros desaparecidos.El hermano que creó la varilla con volante para buscar desaparecidosEn Huitzuco, Guerrero, Mayra y Mario Vergara buscaban a su hermano Tomás de manera muy discreta. Tomiera taxista y fue secuestrado en julio de 2012. Les pidieron un rescate de 300 mil pesos y, como no lo dieron, les advirtieron:“Se van a arrepentir. Nunca van a saber de él”.Su madre le rogaba a Mario que saliera a buscarlo a los cerros, pero él pensaba en silencio que el cerro es interminable. Meses después, se convertiría en el creador de la varilla T o varilla con volante que ayudaría a encontrar los restos de miles de desaparecidos por el país.Mario murió en 2023 por un accidente de trabajo en la recicladora donde laboraba. Había regresado a Huitzuco para cuidar a su hija tras el fallecimiento de su madre. Le decían la hormiga atómica por su talento para dar con “los tesoros”, como llamaba a los cráneos, huesos y dientes que recuperaba de la tierra y entregaba a sus familiares. Sólo en fosas de Iguala se estima que localizó más de 200 cuerpos.Para él todo empezó con Ayotzinapa. Cuando vio que los padres hallaron varias fosas en el cerro La Parota, “salimos a gritar, ahí puede estar mi hermano, mi hijo, mi esposo. Nos dimos cuenta de que nosotros teníamos que salir a buscar si queríamos encontrarlos”, relató Mario, en una entrevista en 2019, aquella verdad que le fue revelada como una epifanía.Lucía de los Ángeles Díaz Genao, fundadora del Colectivo Solecito de Veracruz, también lo vivió así: “Ver a los papás de Ayotzinapa subir a los cerros fue una sensación muy estrujante e impactante. Nuestro contexto era de represión y terror, estábamos en una lucha por encontrar a nuestros desaparecidos sin ninguna brújula y, cuando vimos que ellos subían a los cerros, dijimos: ¿Por qué nosotras no hacemos esto? Y nos fuimos a Iguala a aprender con ellos”.El Colectivo Solecito surgió en 2013 en Veracruz para enfrentar las desapariciones de sus familiares ocurridas durante el gobierno de Javier Duarte. Luis Guillermo, el hijo de Lucía, fue sustraído de su casa en junio de ese año. El Equipo Mexicano de Antropología Forense les había enseñado la teoría: anatomía, manejo de cadáveres, el ADN y los perfiles genéticos de huesos y sangre, pero les faltaba la práctica y el conocimiento del territorio.Esto lo aprendieron en Iguala con Guadalupe Contreras. Después lo contrataron para hacer búsquedas en Veracruz, con él hallaron Colinas de Santa Fe, la fosa clandestina más grande del país, donde hallaron 302 cuerpos. Contreras se dedicaba a construir sepulturas y enterrar a los muertos de Iguala, se unió a las búsquedas después de ver a los padres de los normalistas. También busca a su hijo, Antonio Iván, desaparecido en Iguala en 2012.“El movimiento se ha multiplicado y es justo porque de ese tamaño es la dimensión del problema”, afirma Mónaco, hija de padres desaparecidos durante la dictadura argentina y autora de varios trabajos de investigación de desaparecidos en México y América Latina.“Pero al mismo tiempo ha mostrado una resistencia fabulosa de las familias, que hacen del dolor algo más que quedarse en su casa sufriendo. Nos están dando una lección”.El poli comunitario que encontró las primeras fosas de IgualaEl 14 de octubre de 2014 se realizó la primera búsqueda de los normalistas en los cerros de Iguala, 100 campesinos de la Costa Chica subieron a La Parota en busca de los 43, ya que los padres de 17 de ellos pertenecían a su organización. Iban molestos porque, pensaban, habían llegado tarde a la búsqueda: 18 días después de que la Policía municipal de Iguala y Cocula se los llevaran.Miguel Ángel Jiménez Blanco encabezó esa primera búsqueda, era el líder de la policía comunitaria de Xaltianguis, a media hora de Acapulco, fue designado para esa misión por Bruno Plácido, líder general de la organización. Llegaron un día antes y se instalaron en la explanada de la Presidencia Municipal de Iguala. No traían palas ni picos para excavar, así que los pidieron prestados en la Presidencia Municipal, donde se los negaron porque “no querían problemas”.Iguala estaba saturada de fuerzas federales. Elementos de la Marina, la Gendarmería y la Policía Federal hacían rondines por sus modestas calles. La Policía se negó a acompañar a los comunitarios en su búsqueda. “Si van es bajo su propio riesgo”, le dijeron a Miguel Ángel. Habían pactado iniciar el operativo a las cinco de la mañana, pero dieron las ocho y nadie llegó. La gente estaba desesperada. Llegó personal de Derechos Humanos para acompañarlos, pero se negaban a subir al cerro si no llevaban seguridad consigo.Como policía comunitario, Miguel Ángel había sembrado varios favores en su vida, así que pidió uno de vuelta y logró que su amigo, el coordinador ministerial le asignara una guardia de seguridad, de manera extraoficial. A las 10:18 llegaron dos policías ministeriales, los campesinos se quejan porque solo uno lleva una arma larga, así que el otro muestra que lleva escondida otra arma corta en su cartuchera.Así fue como se logró este operativo. Los campesinos se fueron acomodando en las cinco camionetas de redilas que llegaron a la explanada. Iban a seguir el pitazo que les dio un hombre que se acercó a su campamento y les contó que “allá arriba, en La Parota, pasando la milpa, vio a varios hombres amarrados”.El camino era pavimentado y luego de terracería. Subieron una ligera pendiente y en menos de cinco kilómetros terminó el camino. Al bajar de las camionetas, los campesinos ya eran otros. Sacaron sus machetes que traían escondidos. Era hora de ser bravos.Abrieron caminos inexistentes entre la vegetación. Como no traían herramientas tiraron de un árbol una gigantesca rama para escarbar con ella. Otros, revoloteaban con palos los montículos de tierra que aparecían en su camino, buscando diferencias de color, como indicio de un enterramiento clandestino.En esa primera jornada hallaron cuatro fosas clandestinas, restos humanos, casquillos percutidos, un hacha con sangre, varias fogatas, asentamientos humanos, cuevas, una poza de piedras para captar agua, una milpa y una casa fuera de toda lógica, a kilómetros de cualquier camino.Tras la evidencia de restos humanos, los elementos de la Policía Federal y peritos de la Procuraduría General de la República hicieron su aparición. El policía ministerial acordonó la zona e inició con su protocolo: fotos, brújula en el piso y cinta amarilla para resguardar evidencias, aunque decenas hubieran pasado por encima.Las búsquedas en los cerros de Iguala arrojaron el rescate de 100 cadáveres escondidos en fosas clandestinas, entre octubre de 2014 y julio de 2015, informó Miguel Angel a la prensa. Para noviembre de 2014 encabezaba el colectivo Los Otros Desaparecidos de Iguala. Y en noviembre daría el primer taller de búsqueda.El párroco que hizo la primera lista de desaparecidos en IgualaMiguel Ángel Jiménez era amable, sonriente, ocurrente. Tenía un buen carácter para darle consuelo. Hacía lo que las autoridades de Guerrero no: escuchar cómo, cuándo y dónde se llevaron a un familiar y planear una búsqueda. Desapareció muy pronto, lo asesinaron a bordo de su taxi en octubre de 2015. Merece un lugar en la historia de los buscadores, cuya muerte sigue en la impunidad.“Él nos enseñó a perder el miedo, a salir, a enfrentarnos a una autoridad y a conocer el terreno”, dice Mireya Vergara, hermana de Mario.Asegura que el padre Óscar Mauricio Prudenciano, párroco de San Gerardo María Mayela, fue el primero en hacer una lista de personas desaparecidas en Iguala y sus alrededores. Anunció en sus misas pruebas de ADN gratuitas, donadas por un laboratorio, y la respuesta fue enorme. Ahí se conocieron Miguel Ángel, Mario Vergara y muchas otras familias que formaron redes solidarias. “En esos días la gente se acercaba a la iglesia y decía: ‘Yo vi esto, vi aquello’”, recuerda Mireya.Durante la segunda búsqueda de Los Otros Desaparecidos, las familias llevaban palos, machetes y barretas, y batallaban mucho para excavar. “No hermana, necesitamos algo que podamos enterrar”, le dijo Mario a Mayra.Mandó entonces a hacer con un herrero una varilla con volante arriba y punta picuda para penetrar el terreno. “Le ideó el volante para poder ir bajándola y poder maniobrar, y ponerle una punta. Si la varilla toca restos humanos, el olor a muerto que saca es inconfundible”, dice Mireya.La herramienta estuvo prohibida en sus inicios por las autoridades ministeriales de Guerrero porque contaminaba la escena del crimen. “Lo prohibieron porque una vez metimos una varilla y atravesamos el cráneo de una persona enterrada, el gobierno nos dijo que podíamos afectar al cadáver. O sea, una persona muerta no puede morir dos veces y ese cuerpo fue recuperado gracias a que pasamos una varilla. ¿O cómo hago para hallar una fosa si no escarbo?”, contó Mario, desde el pequeño apartamento en donde vivía, exiliado y con mecanismo de seguridad, al estar amenazado por el crimen organizado.Hoy hay georadares, drones, mapas geoespaciales, cámaras de pozo profundo, perros, avionetas, excavadoras. El Centro de Investigación en Ciencias de Información Geoespacial trabaja con la Asociación Unidos por Nuestros Desaparecidos y les aporta imágenes hiperespectrales y protocolos para detectar fosas clandestinas, como relató un artículo de la revista Wired.Pero son insuficientes y no han sustituido a la varilla de Mario. Los drones ayudan una vez que se sabe en dónde buscar, los georadares se pasan como una máquina podadora y suelen dar falsos positivos con cualquier objeto enterrado.Entonces, las búsquedas las asumieron las mujeres, “las buscadoras”México tiene un problema severo de familias disfuncionales, quebradas, de madres solteras y padres ausentes, afirma Lucía de los Ángeles, de Colectivo Solecito. “Pedir un ADN para hacer la confronta es muy complicado porque ‘el señor’ no quiere, o no se saben en dónde está”. En su colectivo, muchas son madres solteras y solo cinco son hombres. Estadísticamente, los hogares encabezados por una mujer crecieron 67% en 13 años, al pasar de 6.9 millones de hogares a 11.5 millones en 2023, reportó el Inegi.En esta transición, también influye que la mamá tiene una identificación mucho más íntima con el hijo. “Hasta más larga porque nosotros los tuvimos más meses. El hijo tiene una convivencia con la madre que viene desde dentro, es entrañable. Hay un lazo que estará toda la vida”, agrega Lucía.Cuando Ceci Flores, fundadora del Colectivo Mujeres Buscadoras de Sonora, inició la búsqueda de sus dos hijos, Alejandro y Marco, su pareja se fue. Opina que las mujeres buscan más porque el amor de madre es mayor al del padre, “porque los traemos en el vientre y los parimos con todo el dolor. Por amor los buscamos y por desesperación, por necesidad de volver a verlos”.Ser buscadora es una actividad de altísimo riesgo, pero ellas no se inhiben. Todos los días se integran o forman nuevos colectivos en el país, con características muy diversas: Hay quienes buscan en grupo o solas, quienes piden justicia y verdad y quienes sólo quieren recuperar el cuerpo. Hay activistas que marchan, protestan, golpean y rompen puertas, y otras que trabajan en silencio, enfocadas en crear o sanear las instituciones.Existe otra categoría de madres buscadoras que es terrible: las asesinadas o desaparecidas, 15 en total, desde Maricela Escobedo, en Chihuahua (2010), Miriam Rodriguez, en Tamaulipas (2017), hasta Lorenza Cano Flores, en Guanajuato, desaparecida por hombres armados que la sacaron de su casa y mataron a su esposo e hijo al intentar defenderla (2024).Para Mayra, las mujeres se vuelven buscadoras por razones económicas, el hombre trabaja y ellas buscan, pero también “porque tienes miedo de que te desaparezcan a otro. Sentimos que son más susceptibles y vulnerables [a la desaparición] los hombres que las mujeres”.“Seguimos igual que hace 10 años. Hay muchos buscadores porque hay muchos desaparecidos”, agrega. En 2014 se registraron 6 mil 209 personas desaparecidas en todo el país. En estos 10 años suman 102 mil 509 registros de personas desaparecidas y no localizadas.La abogada que combate al Registro Nacional de DesaparecidosLucía de los Ángeles ha trabajado 11 años en la creación de instituciones en Veracruz. Para ella “decir [que las autoridades] no hacen nada desgasta la lucha. Bueno o malo, pero hacen. Lo que pasa es que no están resolviendo el problema: un desaparecido no va a aparecer con becas. Donde no ha habido cambios es en la justicia: sigue siendo impune la desaparición”.Delia Quiroga, del Colectivo 10 de Marzo, en Tamaulipas, se convirtió en abogada, asesora a las familias con desaparecidos y combate con amparos los cambios al Registro Nacional de Desaparecidos. No tiene conflicto en hablarle a los criminales y rogarles por información que permita dar con más desaparecidos. Su hermano Roberto fue secuestrado en 2010.Ceci Flores ha rescatado de enterramientos clandestinos unos dos mil cuerpos por todo el país, un día se plantó con una manta en Palacio Nacional para exigir al entonces presidente Andrés Manuel López Obrador que la recibiera y se ganó las críticas y muchas expresiones de odio en su contra.Raquel Maroño, investigadora del Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia, reconoce que existe una política de Estado, pero es insuficiente porque no alcanza para atender tantos casos.“Se suponía que los Centros de Identificación Regionales estarían destinados solo a la atención de los casos de larga data (que llevan 10 o 15 años buscando), pero están atendiendo los de día con día”.“No es una percepción, es una realidad que el Estado mexicano no está atendiendo la crisis de desaparición como debería y lo vemos con el despido masivo de gente de la Comisión Nacional de Búsqueda”.Hay avances en las políticas públicas, dice Mónaco, pero no alcanzan a ser una política de Estado porque descansan en personas y en su voluntad, y si ésta se va terminan. “Necesitamos una política de Estado que sea clara, constante e inamovible”.LHM/GSC

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