Dios es peruano: ¿reversión de las tendencias económicas o flor de un día?, por Javier Herrera
A pesar de la desfavorable evolución de los indicadores económicos en el primer trimestre de 2024 que puso en duda las proyecciones de crecimiento económico y de mejoras en las condiciones de vida, la suerte parece haber sonreído una vez más al gobierno. Suerte en la medida que, a pesar de los crecientes problemas de gobernabilidad, corrupción e inseguridad ciudadana, el crecimiento económico este año será mayor que el que se preveía al final del primer trimestre (el PBI se contrajo en -3.4% respecto al mismo trimestre en 2023). Según los últimos reportes del BCR, la economía crecerá en un poco más de 3%, (3.2% según la proyección revisada del MEF; 3.1% según IPE y el Banco mundial), por encima de las proyecciones realizadas a inicios de año que presagiaban un muy modesto crecimiento (del orden del 2.5%).
Sin la intención de jugar el papel de “pincha globos”, hay que moderar este entusiasmo sobre las mejoras observadas por dos razones. En primer lugar, se trata de “mejoras” relativas a perspectivas de crecimiento que se anunciaban muy modestas. En segundo lugar, dicho crecimiento, lo sabemos por la experiencia pasada, no será suficiente para lograr un impacto significativo sobre las condiciones de vida de la población. Este crecimiento se sitúa aún por debajo del necesario para inducir una reducción de la pobreza que revierta la preocupante situación observada luego de dos años consecutivos de incremento de la misma (un hecho inédito en los últimas dos décadas).
¿Qué ha ocurrido desde el primer trimestre hasta la fecha que nos permita justificar esas perspectivas más halagüeñas para este año que acaba? Pues bien, una vez más, la coyuntura internacional (y no las políticas públicas) han estado providencialmente de nuestro lado, confirmando que, como suele decirse, “Dios es peruano”.
Por un lado, los precios internacionales de los productos que el Perú exporta aumentaron significativamente (11.2% en este tercer trimestre) mientras que los precios de nuestras importaciones disminuyeron en -2%. Los precios de los metales que exportamos crecieron en razón de las mejoras perspectivas de crecimiento de China y de Estados Unidos, en particular del oro (+28.5%), del cobre (+5%), de los productos agropecuarios (+22.6%) y pesqueros (+16.9%) al mismo tiempo que se incrementaron los volúmenes exportados. La conjunción de estos factores significó un incremento en el valor de las exportaciones, uno de los componentes del PBI, y por consiguiente del crecimiento macroeconómico.
Por otro lado, la reducción de los precios internacionales de nuestras importaciones, conjuntamente con un manejo prudente de la oferta monetaria por parte del BCR, han contribuido a que la tasa de inflación se reduzca significativamente (de 8.5% en 2022 y 3.2% en 2023, pasando a 2.3% en noviembre), ubicándola dentro del rango meta del BCR. Recuérdese que la inflación ha sido en un factor que, según nuestras estimaciones, contribuyó al crecimiento de la pobreza en 3.6 puntos porcentuales en 2022 y de 2.7 puntos en 2023. Sin embargo, no nos hagamos ilusiones, lo único que dicha reducción de la inflación significa es que el poder de compra de los hogares va a empeorar menos, y no que vaya a mejorar. La inflación, por pequeña que sea, siempre mermará la capacidad de compra y por consiguiente el consumo de los hogares. Únicamente una reducción de los precios podría incrementar su capacidad de compra, pero como esto es algo que se produce generalmente durante recesiones muy severas, la consiguiente caída en el empleo y los ingresos terminaría dejando en peor situación a los hogares.
Las variaciones de la pobreza pueden ser descompuestas en dos partes. Por un lado, tenemos un efecto del crecimiento “puro” cuando los gastos de todos los hogares crecen al mismo ritmo que el gasto promedio y en un efecto redistribución cuando los gastos de los más pobres crecen en mayor proporción que el gasto promedio. Cabe precisar que este efecto redistribución no puede ser atribuido exclusivamente a las políticas sociales pues sus otros componentes, entre los cuales pueden citarse la composición sectorial del crecimiento (agricultura, manufactura, comercio, servicios, etc.) y las condiciones del mercado laboral, pueden jugar un papel determinante.
Descomponiendo la variación de pobreza observada en 2023 (en +1,5 puntos), el efecto del crecimiento “puro” ha sido de +1,02 puntos mientras que el efecto redistribución contribuyó en +0,5 puntos, agravando la pobreza. Entre el año 2019 y 2023, la pobreza aumentó en 8,85 puntos. En ambos casos, los hogares más pobres sufrieron los efectos de la contracción económica en mayor medida que los más ricos. A la diferencia de años anteriores, en el periodo 2019/2023 y 2022/2023, el efecto redistribución, en lugar de contribuir a reducir la pobreza, ha sido un factor que contribuyó en un tercio a su incremento. En suma, desde 2009 hemos tenido un crecimiento anti-pobre.
De mantenerse estas tendencias, el débil crecimiento podría tener en el mejor de los casos un impacto reducido sobre la pobreza y, de acentuarse el sesgo anti pobre, podría incluso significar un incremento de la pobreza. Esto contrasta con lo ocurrido durante el periodo de fuerte crecimiento (2009-2014), cuando la pobreza se redujo en 10,8 puntos. En ese periodo, el efecto redistribución contribuyó a la reducción en 4.2pts y los 6.6pts restantes correspondieron al crecimiento.
La reciente evolución favorable del mercado laboral debe ser matizada. Por un lado, el número de empleos formales (en planilla electrónica) creció en 3.6% en el trimestre agosto-octubre respecto al mismo periodo en 2023, añadiéndose 207 mil nuevos puestos de trabajo. Pero ello ello ocurrió principalmente en la agroindustria y servicios. En la capital, el empleo adecuado aumento en 8.8% en el mismo trimestre mientras que el porcentaje de trabajadores pobres se mantuvo prácticamente (-0.6%), aun 60.5% por encima de los niveles pre-pandemia. Los jóvenes (14 a 24 años) no han beneficiado de la recuperación del empleo adecuado pues para ellos se redujo en -12.6%.
Por su parte, la contribución de los programas sociales a la reducción de la pobreza cayó tanto en 2022 como en 2023. Entre 2021 et 2023, se observa una disminución (-33,3%) de las transferencias monetarias y entre 2019 y 2023 una disminución de -27,7% de las donaciones en especie. La contribución de las transferencias monetarias a la reducción de la pobreza se reduce de -4,8 a -4,0 puntos entre 2022 y 2023. En el área rural la contribución de los programas sociales se reduce en todos los casos. En los dos últimos años se constata una menor contribución de los programas sociales a la reducción de la pobreza. Ello es consistente con el hecho que la ayuda alimentaria no ha logrado detener el crecimiento del déficit calórico ni la incidencia de la anemia infantil en los hogares que la reciben. Ello denota la persistencia de importantes errores de estrategias y cobertura, en buena parte ilustrado por el débil apoyo a las ollas comunes y los recurrente problemas en el programa Qaliwarma. Si “Dios es peruano”, el gobierno y el congreso se esmeran en despertar la ira divina. ¡Que el 2025 nos agarre confesados!