Tras las pista del «tesoro no descubierto más grande de la historia»: el misterio de Gengis Kan
Lo único que se sabe sobre la muerte de Gengis Kan es lo que relata la 'Historia secreta de los mongoles' , la primera obra literaria en dicha lengua que narró la subida al poder del guerrero más famoso de la Edad Media y uno de los que más fascinación ha levantado a lo largo de la historia: «Cayó de su caballo y, con gran dolor, murió. Y en el año del cerdo ascendió a los cielos». Fue escrita pocos meses después de que el líder mongol falleciera en 1227, durante la toma de Yinchuan, antigua capital del Imperio Xia Occidental situada al norte de China. Lo cierto, sin embargo, es que no se conserva el documento original, sino una copia realizada un siglo más tarde por la dinastía Ming, por lo que todo lo que rodea a los últimos días de este poderoso y sanguinario guerrero medieval es un misterio. Algunas versiones dicen que murió cazando y otras en combate. Marco Polo asegura que falleció a consecuencia de una infección. «Puedo decirles que reinó seis años después de esa batalla, comprometido continuamente con la conquista y tomando muchas provincias, ciudades y fortalezas. Al final de esos seis años, sin embargo, fue contra cierto castillo que se llamaba Caaju y le dispararon una flecha en la rodilla y murió de su herida», escribe el famoso viajero italiano en el 'Libro de las maravillas del mundo' (1298). Tampoco se sabe dónde fue enterrado y, hasta el día, nadie conoce la ubicación de su enterramientos, aunque se ha estado buscando desde hace siglos. En septiembre de 1994, el corresponsal de ABC en Washington entrevistaba a un broker de Chicago que acababa de conseguir un permiso del Gobierno de Mongolia para buscarla su tumba. Se llamaba Maury Kravitz y aseguraba, como gran aficionado a la arqueología que era, que sabía el lugar exacto donde se encontraba enterrado el guerrero mongol. No tenía ninguna duda y buscó financiación para montar una gran expedición con la que iba acabar, supuestamente, con el misterio. Ni siquiera consiguió averiguarlo Marco Polo, prácticamente contemporáneo a Gengis Khan, ni los arqueólogos más reputados de la pasada centuria, de manera que el líder de los mongoles consiguió salirse con la suya, puesto que él mismo dio la orden de ser enterrado en secreto de acuerdo con las tradiciones de su tribu. Según la tradición, su ejército transportó su cadáver hasta Mongolia, matando a cualquiera que apareciera en el camino para esconder la ruta. Se cree que llegó hasta algún lugar cerca del río Onon y la montaña Burkhan Khaldun, al noroeste del país, donde había nacido 65 años antes. Los esclavos que construyeron la tumba también fueron asesinados, al igual que los soldados que acabaron con la vida de los esclavos. Luego, mil caballos pisotearon su tumba para destruir cualquier rastro. Marco Polo defendía que a finales del siglo XIII los mongoles ya desconocían su ubicación. La tradición la sitúa en un área gigantesca de 240 kilómetros cuadrados llamada Ikh Khorig (Gran Tabú), que hoy forma parte del Patrimonio de la Humanidad designado por la UNESCO. El territorio fue sellado tras su muerte y se estableció la pena capital para todo aquel que osara entrar en ella. Y aunque todavía hoy no se sabe si realmente fue enterrado allí, el Gobierno mongol se ha preocupado mucho por dar la impresión de que sí. A finales de la década de 1980 se comenzaron a conceder los primeros permisos de prospecciones arqueológicas, que hasta ese momento estaban prohibidas. Se hicieron muchas, pero todas acabaron en fracaso. En 1994, Kravitz explicaba en ABC que había conseguido los derechos exclusivos por parte del Gobierno durante cinco años para buscar aquella misteriosa tumba que contenía, según él, «el tesoro no descubierto más grande de la historia del mundo». Durante los últimos 34 años se había dedicado a investigar los testimonios de aquellos que la habían buscado antes que él y se puso manos a la obra: presupuestó su expedición en 650 millones de pesetas con 60 voluntarios norteamericanos, una docena de arqueólogos mongoles y otros expertos varios. Al final no encontró nada. Antes que Kravitz, un equipo de arqueólogos japoneses ya había obtenido permisos de investigación en Mongolia. Tras cuatro años de búsquedas, los nipones también habían abandonado en 1992, a pesar de contar con el refuerzo de la más alta y sofisticada tecnología y de varios helicópteros. En el año 2000 fue un equipo de arqueólogos chinos el que anunció su descubrimiento en la región autónoma de Uygur, al noroeste del país. «Esta es la verdadera tumba de Gengis Khan. El yacimiento funerario encontrado anteriormente en el sudeste de Mongolia interior no corresponde con la tumba del guerrero mongol», declaró Zhang Hui, investigador del Museo de Xinjiang. Como en todas las ocasiones anteriores, sin embargo, nunca se pudo confirmar del todo el hallazgo, parecía más bien el intento de apuntarse el tanto que de una evidencia arqueológica. Al igual que le ocurrió al ambicioso proyecto de National Geographic sobre el que informaba hace cinco años 'The Washington Post', en el que se utilizó la tecnología más avanzada del siglo XXI y hasta miles de imágenes de alta resolución tomadas por varios satélites. Según explicaba su responsable, Albert Lin , esto abría un nuevo paradigma en la exploración global. El territorio que debía cubrirse en la investigación era tan vasto que los arqueólogos liderados por este investigador de la Universidad de California en San Diego hicieron un llamamientos para reclutar a voluntarios. Consiguieron nada menos que 10.000, «para estar a la altura de este gran desafío de hallar la tumba de Gengis Khan, un enigma que se ha ocultado durante muchos siglos, pero que puede saltar a la luz gracias a la potente imaginería de los satélites», afirmaba su director, conocido como un moderno «Indiana Jones» que fue fotografiado por la estepa mongola a lomos de un caballo. Lin abarcó un vasto territorio de 6.000 kilómetros cuadrados y lo dividió en 84.000 cuadrantes. Después organizó a los voluntarios para que rastreasen cualquier estructura que pudiera hacer pensar en un objeto arqueológico, en restos de construcciones o en elementos de subsuelo que saltaran a la vista en las fotografías del satélite. Todos ellos estuvieron trabajando en la búsqueda más de tres años, llegando a identificar dos millones de posibles objetivos a excavar. Después estos fueron reducidos a cien, haciendo pensar a los interesados que que estaban cerca del objetivo. Hasta el día de hoy, sin embargo, nada se sabe de la esperada primicia que también quiso lograr, pocos años antes un proyecto similar que consiguió reducir las 55 potenciales anomalías arqueológicas que pudieran ser la tumba del guerrero, pero tampoco hubo suerte. En 2016 fueron dos expediciones a cargo del arqueólogo francés Pierre-Henri Giscard , director científico del Institut des déserts et des steppes, que analizó mediante drones un túmulo en la cima del Burkhan Khaldun. El análisis de las imágenes mostraba un túmulo tenía 250 metros de largo que, según él, era de origen humano y parecía basado en el modelo de las tumbas imperiales chinas de Xi'an. Como en las anteriores ocasiones, nunca fue confirmado.