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El fin de la globalización

Lo que vive hoy el mundo no es resultado de la casualidad, ni del surgimiento espontáneo de una serie de líderes populistas, de respuestas fáciles y promesas inalcanzables.

Es un proceso multifactorial que se ha venido construyendo desde finales de los 90, de forma muy señalada durante la primera década del siglo XXI.

Consiste, entre muchos elementos, en la decepción por la democracia.

Mientras que a finales de los 80 las elecciones abiertas, plurales y democráticas y el desmantelamiento de regímenes autoritarios (Chile, Uruguay, Paraguay, Unión Soviética, etcétera) parecían una tendencia irreversible, 30 años después vemos el péndulo sociopolítico ir de regreso.

La democracia real, ésta defectuosa, elitista, clasista y antimigratoria, produjo, entre muchas sensaciones, para las nuevas generaciones la muy débil e incompleta distribución de la riqueza.

Ciertamente el comercio global, el vigor del multilateralismo, trajo múltiples beneficios al planeta, a muchos países, a la consolidación de la Unión Europea, a Norteamerica como la zona de libre comercio más potente del planeta. Pero, aparentemente, sólo para algunos segmentos.

Si juzgamos sólo el caso de México, el TLC (Tratado de Libre Comercio), firmado en 1993 y en vigor a partir de 1994, ha generado una serie de empleos, exportaciones, cadenas de valor e integración comercial que sólo incrementaron el producto interno bruto y el ingreso promedio de los mexicanos. Pero no para todos.

Hasta geográficamente es claramente observable la pujanza del norte, de los estados cercanos a la frontera con Estados Unidos, e incluso hasta las ventajas competitivas y laborales del Bajío. Pero de ahí hacia el sur, Chipas, Oaxaca, Campeche y Tabasco parecen estados olvidados de la indudtsrialización del norte.

La democracia y el comercio mundial parecían la medicina perfecta a la desigualdad y la pobreza a principios de los 90. Y 20 años más tarde, resultaron insuficientes.

El autoritarismo volvió a la escena política mucho más allá que una pulsión natural de los políticos del momento. Es una tendencia extendida, que contagia ejemplos como virus peligrosos. Putin, Erdogan, Xi Jinping y Trump, a nivel global, pero en América Latina sobresalen los casos de Cuba, Nicaragua, Venezuela y México, lamentablemente.

El modelo autoritario que destruye instituciones y contrapesos, que toma control del Poder Judicial y de los órganos electorales (Venezuela de forma muy señalada), parece hoy la tendencia predominante.

La democracia no sólo perdió su encanto, su atractiva representatividad ciudadana, aparentemente igualitaria. Sino que, además, fue desplazada por los discursos xenófobos, divisorios y confrontativos. Ustedes y nosotros, los buenos y los malos, los progresistas y los conservadores, los nacionalistas y los traidores.

Así se ha extendido esta ola de proteccionismo, del regreso al nacionalismo más primario, del descrédito a las alianzas y las uniones de países y sociedades.

El Brexit en 2016 fue la primera llamada de atención para Europa, que sólo expresaba un sentimiento de inconformidad inglesa frente a la burocracia o el costo financiero de la Unión Europea. Fue aislado como un fenómeno separado, pero dejó una enfermedad en la Europa comunitaria que no han podido extirpar del todo.

El surgimiento de Trump obedece claramente a las interminables corrientes migratorias que han inundado a ese país en las últimas décadas, y que han inflamado un sentimiento nacionalista radical que rechaza no sólo a los que vienen de otros lados, sino incluso a los propios americanos que no defienden a su país.

China mantiene –en la ezquizofrenia total– una economía controlada de libre mercado, con un régimen brutalmente autoritario que se recrudece al paso de los años. Observe con cuidado el caso de Hong Kong con la creciente pérdida de libertades y derechos desde su reintegración a China en 1997.

Cuba y Venezuela son casos perdidos, donde la oposición no existe, donde se persigue y se ataca a los críticos y opositores, y donde apuestan a que el tiempo sea eterno para un aparato mílitar de gobierno ideológico–político.

Nicaragua representa la contradicción brutal de haber encendido y realizado la Revolución Sandinista en los 80, expulsando a un dictador del poder, para regresar a un tirano con esposa y familia que ha convertido al país en su rancho particular.

Argentina encabeza la marcha de regreso a un modelo de ultraderecha que pretende reconstruir una economía derruida tras 18 años de gobiernos populistas de izquierda sindical que destruyeron la maquinaria industrial y productiva.

Perú o Ecuador hacen un intento por reconstruir un sistema democrático con enormes dosis de corrupción gubernamental.

Italia regresa a un modelo de derecha extrema, después de fallidos intentos socialdemócratas. Alemania se debate entre la recolocación de inmigrantes y una inflación que no ha podido controlar.

Francia enfrenta las demandas laborales por pensiones más generosas, frente a una economía que no alcanza para pagar las rentas de los jubilados.

Se acabaron los proyectos, se agotaron las medidas comerciales globales como instrumentos mágicos para combatir pobreza, desigualdad y marginación.

Parece el fin de la globalización y el regreso inevitable a las fronteras fuertes, los tonos discordantes entre países y las crecientes amenazas de guerras, por lo pronto comerciales y migratorias, que pudieran tornarse en escenarios catastróficos.

¿Es que el mundo y los líderes se quedaron sin ideas?

El 2025 arrancará con pronósticos oscuros en Medio Oriente, con Rusia despadazando el territorio de Ucrania con el consentimiento vergonzoso de Estados Unidos y de una silente Europa que no sabe cómo lidiar con el energúmeno de Washington.

No hay perspectivas prometedoras ni futuros luminosos. Hay preocupación en muchos rincones del orbe.

Y luego nos quejamos de que las generaciones jóvenes vivan dominadas por un sentimiento de apatía, de desgano, de rechazo al orden mundial. ¿Y cómo defenderlo si los resultados a la vista son patéticos?

El 2025 llegará con Putin como el amigo favorito de Trump y como la única vía de Xi para acercarse a Estados Unidos y disminuir grados arancelarios en la guerra comercial evidente.

México enfrentará uno de los años más complejos de las últimas tres décadas, con un discurso francamente adverso de nuestros “aliados” Canadá y Estados Unidos, la inexperiencia de un gobierno nuevo que carece de estrategia internacional para replantear el juego y la fórmula: detenemos a los migrantes del mundo en nuestro territorio y, ¿a cambio?, ¿qué nos vas a dar?, ¿cuánto vas a invertir?, ¿qué ventajas vas a otorgar a nuestros nacionales que van a hacer el trabajo duro en tu país?

Tiempos difíciles y de definiciones.

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