El Tren de Aragua y la identidad venezolana
La superficialidad, la incoherencia, la falta de rigor, pero sobre todo la esterilidad de las ideas, integran el marco de antivalores del cual se alimenta la mentira, rostro múltiple que tiene la capacidad mercurial de habitarlo todo, absolutamente todo. Con erudita elocuencia, y sin presunciones teóricas, el filósofo francés Jean-Francois Revel señaló, en su libro El conocimiento inútil, que la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira.
A renglón seguido, recalcaba que la civilización del siglo XX -y subrayamos nosotros que el siglo XXI tiene iguales características sociales- se ha basado, más que ninguna otra antes de ella, en la información, la enseñanza, la ciencia, la cultura; en una palabra, en el conocimiento, así como en el sistema de gobierno que, por vocación, da acceso a todos: la democracia.
Valga el introito para destacar que ninguna nación democrática en el planeta puede verse amenazada, en sus cimientos institucionales, por una manada de delincuentes, por más conexiones que exista, por más miedo y desinformación que se promueva, por más ignorancia que haya, en especial, esa que permita el fortalecimiento de la oscuridad y la negación de la dignidad humana.
Si bien el Tren de Aragua, pandilla que surgió en 2005 en la prisión de Tocorón, estado Aragua, ha experimentado una expansión criminal por todo el continente americano en la última década, carece de la infraestructura necesaria para generar caos en la nación estadounidense, con más de 330 millones de personas y con uno de los ejércitos más poderoso de la civilización.
Por tanto, nos llama la atención la matriz que se originó en medio de la reciente jornada electoral, en lo atinente a la campaña presidencial, la cual tomó, como una de sus formulaciones, el tema del Tren de Aragua. Hay un dicho ruso que dice que el miedo tiene los ojos muy grandes. En la diatriba, Trump sabe muy bien quién es el gato y quién el ratón. El electo mandatario dijo que es “una de las bandas de inmigrantes más mortíferas y despiadadas”.
En otro frente se insinuaba que la pandilla disponía de un omnímodo poder desestabilizador y que, por tanto, la seguridad de la nación estaba contra las cuerdas. Mentira. Aun cuando el Departamento del Tesoro de Estados Unidos sancionó en julio de este año al Tren de Aragua como organización criminal transnacional y el gobernador de Texas, Greg Abbott, la designó como organización terrorista (InSight Crime, 2024), su alcance no da la base para producir un cisma en Estados Unidos.
La mayoría de los venezolanos en Florida constituye una enérgica identidad, una columna fundamental en el desarrollo económico y social del estado, y sus aportes en el progreso del país han sido reconocidos. Sin embargo, no hay peor astilla que la del mismo palo. Más allá de los efectos que ocasiona el doloroso flujo migratorio, es penoso observar la pérdida de humildad en aquellos que apenas obtienen sus papeles en regla, olvidan que fueron inmigrantes. Visto así, no hay peor enemigo del inmigrante que un inmigrante con papeles.
Esa constante merma de un sensato criterio de convivencia ciudadana, fuera de tu país, también ha impactado en los derechos que son inherentes a la condición migratoria correspondiente. Por ejemplo, en el Doral, donde la cifra de venezolanos ronda los 15.000 connacionales -es considerada la ciudad más venezolana de Estados Unidos y por ello la denominan Doralzuela-, la participación electoral es muy cercana a los 40.000 electores, lo que no justifica que haya solo un concejal.
Esta lectura, en relación con una no activa participación y la falta de unidad en la comunidad venezolana, por ahora, ha evitado capitalizar opciones de triunfo político en el Doral. Incluso, en una ocasión operó un consulado venezolano, pero la ausencia de una estrategia diplomática, más allá de las notables tensiones entre ambos países, hace imposible su restitución.
Desde el Doral News, Ciudad Doral, hasta Venezuela al día, entre otros, los medios venezolanos también habían configurado una importante opinión pública en el estado, solo que ahora ambos periódicos desaparecieron, así como otros, y la información suele ser presa fácil de la mentira. Hasta ahora el único medio que ha resistido la embestida ha sido El Venezolano, con más de tres décadas informando a la comunidad venezolana.
Venezolanos de gran relevancia siempre ha habido en Estados Unidos y allende las fronteras, con penetrante visión y respetabilidad en la toma de decisiones. Y ese debe ser uno de los vectores a promocionar, aunque siempre veamos en la encrucijada de las grandes acciones de los venezolanos en el exterior episodios que avergüenzan -y dignifican también- como el sospechoso silencio del director de orquesta Gustavo Dudamel sobre el documental Niños de Las Brisas, de la directora nacida en Valencia, estado Carabobo, Marianela Maldonado.
La pieza pone al descubierto la experiencia de tres músicos, tres jóvenes, que hacen vida en el Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela. Ciertamente, Dudamel ha sido un orgullo patrio, pero su comportamiento filotiránico lo guía de tal manera a un espiral moral que le hace olvidar, deliberadamente o no, que él fue un producto del sistema en cuestión.
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