Feliz Navidad ¿o feliz solsticio de invierno?
Hay pocos belenes en las escuelas y las felicitaciones navideñas suelen ahora contar con motivos poco reconocibles: una flor, el arco iris, unas manos… Los villancicos tampoco es que suenen mucho, pues se prefiere música menos religiosa. Y hace años que la batalla de los Reyes Magos contra Papa Noel, ese invento consumista, está perdida.
A juzgar por todos estos fenómenos, vivimos en una sociedad poco cristiana. Y no cabe duda de que, si fuera únicamente por la Navidad, la cosa no sería tan dramática. Pero se empieza removiendo los crucifijos, limpiando la esfera pública -que es de todos- de sentimientos religiosos, y se termina eliminando la enseñanza de la cultura cristiana en las escuelas, desprestigiando, en fin, un credo al que Occidente debe mucho.
A las sociedades de hoy les pasa lo que a los hijos que reniegan de su estirpe familiar. Y se van, resentidos, de casa, abandonando su hogar. Pero, aunque no quieran, son hijos de quien son. Por mucho que intenten olvidar su origen cuentan con modos, rasgos heredados.
Como esos vástagos infantilizados, también hoy parecemos estar ajustando cuentas con nuestra idiosincrasia cultural, sin darnos cuenta de que nadie puede ser uno mismo sin reconciliarse con lo recibido. Y, en nuestro caso, a juzgar por el éxito de la civilización, es mucho. Aunque nos empeñemos en negarlo, los valores, las instituciones, el arte y el pensamiento están llenos del sentido del cristianismo.
Empequeñecido el cristianismo en Europa, en lugares lejanos del mundo hay hombres y mujeres, valientes y generosos, que entregan, literalmente, su vida con intención de extender la fe. No lo hacen con intenciones dominadoras, ni anida en ellos una voluntad colonizadora: están convencidos de que lo predicado por Cristo, hace tantos siglos, es un tesoro vivo y, con confianza y generosidad, se disponen a compartirlo.
“Como esos vástagos infantilizados, también hoy parecemos estar ajustando cuentas con nuestra idiosincrasia cultural, sin darnos cuenta de que nadie puede ser uno mismo sin reconciliarse con lo recibido”
En un último artículo, John Allen, reconocido vaticanista, habla de la situación del cristianismo y concretamente se refiere al catolicismo. Si en este lado del planeta estamos cerrando iglesias y convirtiendo los lugares de culto en museos, si estamos hoy descolgando Murillos de las paredes para mostrar desnudos o pedimos perdón por ayunar en cuaresma, en países de África y Asia muchos ponen en riesgo sus vidas por confesar su fe.
Ya lo dijo Ratzinger: tras la Modernidad, la Iglesia parece estar destinada a ir perdiendo su fastuosidad y transformarse en una minoría. Y a la vista de los acontecimientos, es probable que el futuro del catolicismo no esté en el atrio de la restaurada -y bellísima- Notre Dame, sino en el vitalismo apostólico de los migrantes que lleguen a Europa en tiempos próximos.
Sin embargo, según Allen, desde el punto de vista de las tendencias religiosas, no se perciben cambios en todas las latitudes. Por ejemplo, más o menos, en América se practicará alguna forma de cristianismo, del mismo modo que seguirá siendo mayoritario el hinduismo en la India.
Pero puede haber cambios significativos y relevantes en otras partes. Si Allen tiene razón, la clave del nuevo cristianismo está en África y en China, con permiso de los líderes autoritarios. En el primer caso, se atisba un abandono a gran escala de las creencias animistas; en el segundo, la apertura propiciada por las nuevas tecnologías y el trabajo de los disidentes amenaza con quebrar la fiscalización de las creencias por parte del gobierno.
Según los cálculos, hay más de 100 millones de cristianos en China, la mayor parte protestantes. Ahora bien, lo importante no es el número, sino la procedencia, pues las conversiones han sido motivadas por movimientos locales, precisa Allen.
Existen muchos obstáculos para la difusión del cristianismo y, si nos enfocamos en los cambios globales, los inconvenientes culturales no son menores. Pero como las barreras personales, todos se pueden superar con fe, con grandes dosis de fe y, al parecer, esta no falta en esas partes del mundo donde la ideología o un pasado trágico han hecho estragos.
“Como los chinos y los africanos que esperan sedientos la buena nueva, los jóvenes de hoy, que no saben santiguarse, pueden ser el campo donde fecunde y arraigue la semilla cristiana”
Entonces, ¿debemos en nuestra Europa fatigada esperar a que vengan creyentes de ojos rasgados a catequizarnos? A pesar de que, si tenemos en cuenta la escasez de motivos navideños, hay pocas razones para cultivar la esperanza, es posible hacer una lectura más confiada de la descristianización posmoderna.
En este sentido, cabe pensar en el buen papel que han desempeñado los ateos profesionales. Al desbancar la fe, han convertido, en efecto, a las generaciones más jóvenes en grupos sin formación, pero también han hecho que caigan los prejuicios. Como los chinos y los africanos que esperan sedientos la buena nueva, los jóvenes de hoy, que no saben santiguarse, pueden ser el campo donde fecunde y arraigue la semilla cristiana.
Sea como fuere, Allen recuerda una cosa que nadie debe perder de vista: más allá de los números, la fe es un compromiso personal, lo cual quiere decir que uno debe mirar dentro de sí mismo antes de lanzarse a proclamar la verdad en las calles de su ciudad. Ponga un belén, cante villancicos y desee buenas y profundas fiestas a sus conocidos. Yo así se lo deseo: feliz y cristiana Navidad.