Javier Bátiz: las leyendas no mueren
A Claudia MadridEl domingo 24 de noviembre de 2024, en una típica tarde otoñal tijuanense —de poco, pero intenso sol cayendo perpendicularmente y un cierto viento fresco proveniente del Océano Pacífico—, Javier Bátiz recibió, en sencilla ceremonia, las Llaves de la Ciudad de manos deIsmael Burgueño, alcalde de Tijuana. Al llegar a la esquina de la calle Cuarta y Avenida H, se advierte una buena cantidad de patrullas con los códigos encendidos. Parece un operativo. Han cerrado la rampa de la Altamira en el sentido ascendente y han dejado que fluya en sentido contrario, lo cual provoca cierta confusión.Los invitados de honor: el presidente municipal, los regidores y el secretario general, ocupan un lugar frente al amplio mural con el típico rostro sonriente del maestro, sobre la banqueta, a un costado de la casa de la leyenda del rock, dando la cara a la Rampa Javier Bátiz que conduce a la Colonia Altamira, donde se encontraba un público no mayor a un centenar de personas. El espacio para las autoridades es estrecho y se reduce aún más por la presencia de los representantes de medios de comunicación, policías, vecinos y admiradores del genial guitarrista.El maestro de ceremonias dice algunas generalidades deshilvanadas sobre la vida de Bátiz, cuando de repente aparece caminando a toda prisa sobre la banqueta Claudia Madrid, leal esposa, compañera musical y pareja inseparable de Javier. El público la empieza a corear: ¡Claudia!, ¡Claudia!, ¡Claudia! El conductor la presenta apresuradamente, le entrega el micrófono y ella empieza a hablar sin dirigirse a las autoridades. Viste una chamarra roquera de cuero negro con un botón blanco en la solapa con el emblema de Bátiz. Tiene los ojos llorosos, en esta ocasión por la emoción, pero así los ha tenido desde que enfermó su marido, hace unos cinco meses. Agradece la presencia de los funcionarios y de los fans, se muestra complacida y habla con voz entrecortada. Empieza a recordar. “Javier Bátiz nació en esta misma casa en junio de 1944. Tiene una trayectoria musical de 67 años”. Habla de su formación y de las aportaciones musicales realizadas. El público se distrae nuevamente y voltea hacia la casa porque sobre la acera, en silla de ruedas, empujada por varios jóvenes, aparece el querido “Brujo”, ligeramente encogido y encorvado con su tradicional chamarra blanca, grandes lentes, la barba y la melena lo hacen reconocible y el público hace valer su admiración y empieza a corear ahora a gritos: ¡Bátiz!, ¡Bátiz!, ¡Bátiz! ¡Viva Javier Bátiz! ¡Viva Tijuana! Quienes no lo podemos ver, desde atrás de la multitud dudamos que Bátiz se haya presentado. Pero Javier ha arribado al único punto libre sobre la banqueta, dándole la espalda a las autoridades quienes aplauden su presencia y sonríen satisfechas. Claudia lo saluda con cariño, le entrega el micrófono. Y de inmediato empieza a hablar, a hacer bromas. Invita al público unos tamales a su casa, todos ríen, al menos quienes lo pueden escuchar, porque su voz antes ronca y potente ha perdido fuerza, pero conserva la lucidez, el ingenio verbal, la memoria y la voluntad de hablar. Su talento está intacto. Dice que hace unos días habló con Santana; hace recuerdos de su amigo. Dice que tiene planes para grabar un nuevo disco de boleros dedicado a México, que empezó junto con Santana con los boleros, pero con un cajón para dar grasa en el Parque Teniente Guerrero. La gente ríe. Grita otra vez ¡Viva Bátiz! ¡Viva Tijuana!, Claudia lo interrumpe casi con ternura y le pide el micrófono porque tiene que hablar el presidente municipal, Javier lo entrega.El maestro de ceremonias presenta al alcalde, quien lee la placa alusiva a las Llaves de la Ciudad, señala el contenido de la placa para “Javier Isaac Medina Núñez” (el nombre oficial de Bátiz) y menciona la exposición de motivos, por así decirlo, de la entrega firmada por sí mismo: “Doctor Ismael Burgueño”. Javier la recibe, es grande, ribeteada de color vino tinto y la conserva mientras pide el micrófono nuevamente para agradecer y seguir hablando. Claudia le dice al oído: “menciona al alcalde”, “dale las gracias, se llama Burgueño, Ismael Burgueño”. Javier solo dice: “Sí, sí, le agradezco al alcalde este reconocimiento”. Y da el mensaje más dramático: “Tengo 81 años y me estoy muriendo”. Su voz se apaga aún más. Pero el público le da valor. “¡Bátiz, eres una leyenda, y las leyendas no mueren!” Durante 67 años de carrera, Bátiz ha sabido hablarle al público porque también él se nutre de los aplausos y los gritos. Pero hoy no hay música, no hubo en toda la ceremonia.Interviene de nuevo el maestro de ceremonias para dar por finalizado el acto y anuncia una sesión de fotos; la primera será del alcalde con el homenajeado. Considero que es el momento de retirarme. No tengo idea cuánto tiempo dure la toma de fotografías, la gente se arremolina alrededor de Bátiz. El alcalde y su comitivita no lo dejan. Pero cuando salgo, advierto que empieza a moverse la silla de ruedas para regresar a Bátiz a su casa. Son jóvenes que han sido sus alumnos, vecinos; lo escoltan, lo cuidan. Se acercan unos niños, los saluda. Estoy detrás de un tímido joven al filo de la banqueta, pero no quiero ser imprudente. Más tarde puedo escribirle a Claudia y visitarlos mañana. El joven duda en acercarse a Bátiz, se muestra inseguro. Quizá la ceremonia ha sido muy extenuante para el maestro y ya quiere ir a casa a descansar y el muchacho no quiere molestarlo. El joven decide finalmente acercase y pide darle la mano, Bátiz acepta. El joven se agacha, lo toca, lo abraza. Al despedirse, el joven empieza a hablar solo: “No mames, no mames, saludé a Bátiz”, y llora inconsolable y se seca las lágrimas con la mano que tocó la diestra de Javier Bátiz, la mano que ha pulsado la guitarra más famosa de Tijuana, la del primer roquero de México.El sol ha terminado de caer y el viento frío envuelve la Rampa Javier Bátiz.AQ