‘Dahomey’: la estatua que resucita
“La novela inglesa —dice Elizabeth— la escribe básicamente gente inglesa para otra gente inglesa […]. Puede que los novelistas africanos escriban sobre África y sobre experiencias africanas, pero a mí me parece que todo el tiempo están mirando por encima del hombro, hacia los extranjeros que los van a leer”. Así dice Coetzee en Elizabeth Costello. La cosa se aplica bien al arte de América Latina. En ello estriba la importancia de ver, como mexicano, Dahomey (disponible en MUBI).El tono de esta película senegalesa (dirigida por la actriz y realizadora Mati Diop) parece documental, pero la voz en off la vincula con Las estatuas también mueren (disponible en YouTube) de Marker y Resnais. Ambas discuten el colonialismo en las historias que contamos a nuestros niños. En África y América Latina. En Asia y en Oceanía. Discuten esos mitos que brillan cuando comemos o vivimos la arquitectura de nuestra ciudad; cuando hablamos en un idioma que lleva el nombre de un invasor colonial.Es de notar, sin embargo, que la perspectiva de Diop en Dahomey es inversa a la de Resnais y Marker. Ambas discuten, es cierto, cómo Europa cosifica lo africano, pero desde estados de ánimo inversos. En ambas se habla del modo en que los poderes coloniales exaltan y minimizan de modo esquizofrénico lo africano. Por una parte, lo vuelven atractivo gracias a estrellas como Mbappé, pero denigran al otro como invasor. El racismo ha mutado. Ya no es una cuestión biológica. Mbappé, por la repercusión que tiene en la cultura de Francia, es un igual, ciertamente, pero no todos pueden ser estrellas del arte o el deporte en una metrópoli europea o estadunidense. Y los que viven en la pobreza en las antiguas colonias siguen siendo los invasores. Pero debería cuestionarse quien invadió a quién. Y es lo ominoso de esta cuestión lo que sentimos en ambas películas, pero de un modo totalmente inverso.En Dahomey la historia gira en torno a la devolución de 26 piezas que Macron regresó a Benín. Se trata de un acto más bien grosero si se piensa que aún quedan 70 mil obras por devolver. Pero algo es algo. Además, el aire de ambas películas es muy distinto. En Las estatuas también mueren se siente desazón, mientras que en Dahomey el discurso es radiante. No es poco. Dialogar con Resnais implica unirse a una discusión antigua en el cine y más en la literatura. Uno recuerda en Dahomey, por ejemplo, que el genio Chinua Achebe escribió en su ensayo Una imagen de África: racismo en «El corazón de las tinieblas» de Conrad que este autor, en el que se inspiró Coppola, era un racista redomado. ¿Y lo era? Yo no lo sé. Lo cierto es que, en las metrópolis europeas, nosotros —africanos, latinos o asiáticos— seguimos siendo “los otros”, pero, según vemos en Dahomey, el debate está abierto. Aquí y allá, ¿debemos discutir el modo en que debe pagarse la humillación histórica o más bien abrirnos al hecho innegable de que las clases altas de nuestros países son herederos de la conquista? El vínculo entre Dahomey y Las estatuas también mueren resulta, pues, necesario, totalmente pertinente con lo que ha sucedido en México. Pero parece haber quedado atrás el tiempo en que uno se sentía mal. El tono de Las estatuas también mueren está lleno de desazón mientras que la voz que guía Dahomey nos intriga e invita a vivir. Lejos de sentirnos víctimas del pasado, se nos incita a abrazar nuestras contradicciones: somos mexicanos, benineses o hindúes. Vivimos rodeados de estatuas como esta que, en Dahomey, había muerto, es verdad, pero revivió.AQ