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Editorial: Resiliencia democrática en Corea

El 3 de este mes, 45 años después de que tomara el poder su última dictadura militar y a 37 de que regresara la democracia, Corea del Sur estuvo cerca de perderla. La noche de ese día, durante un discurso por televisión que tomó por sorpresa al país, su presidente, Yoon Suk-yeol, anunció la imposición de la ley marcial, un estatuto especial que suspende múltiples garantías constitucionales y otorga facultades extraordinarias a las fuerzas armadas. En su mensaje acusó al opositor Partido Democrático (PD), con mayoría legislativa, de “traición”, “obstrucción” y supuesta (y falsa), complicidad con el régimen del Norte. Además, ordenó a los militares rodear la Asamblea Nacional, para evitar que sus miembros sesionaran y anularan su decreto.

Su arremetida antidemocrática, sin embargo, apenas duró seis horas. Miles de ciudadanos rodearon el edificio legislativo, impidieron que fuera bloqueado por los militares y permitieron que una mayoría de legisladores llegara al recinto. En la madrugada del martes 4, levantaron la ley marcial, en una votación que contó incluso con el apoyo de algunos representantes del oficialista Partido del Poder Popular (PPP). Horas después, el gobierno anuló el decreto presidencial.

Aunque se evitó lo peor, el país se precipitó entonces en una severa crisis constitucional. Tuvo un primer y esperanzador desenlace este lunes, cuando, tras un fallido intento días atrás, la Asamblea decidió someter al presidente a un juicio político y suspenderlo de su cargo. De nuevo, varios legisladores del PPP votaron a favor y superaron la barrera necesaria para activar ambas decisiones. Corresponderá ahora a la Corte Constitucional emitir una resolución final en el lapso de 180 días, mientras, a la vez, avanza un caso penal por el delito de insurrección, que, de ser fallado contra Yoon, conducirá a severas penas. Mientras tanto, el Ejecutivo estará a cargo del primer ministro y al presidente se le ha impedido salir del país.

Este intento de asonada golpista es un funesto precedente para la democracia coreana. Genera enorme inquietud, sobre todo, por el inmenso retroceso que, de tener éxito, habría implicado, con graves consecuencias para la democracia y los derechos civiles. Pero también habría erosionado gravemente el estratégico papel que cumple el país en una zona del mundo cada vez más inestable y conflictiva, con un vecino –Corea del Norte— sumido en el oscurantismo dictatorial, con ímpetus agresivos y dotado de armas nucleares.

Su fracaso constituye un gran alivio y evidencia la resiliencia democrática surcoreana. En su dimensión más positiva, quizá funcione como una inoculación definitiva contra la tentación de establecer, vía la manipulación constitucional, un régimen de facto. De los hechos, además, surgen varias lecciones.

La primera es que la democracia no puede darse por sentada. Por mucho que parezca haberse afianzado, siempre habrá personas y grupos de poder empeñados en debilitarla o destruirla, valiéndose de cualquier recurso posible. La importancia de la separación de poderes y la trascendencia de los pesos y contrapesos también quedó de manifiesto: fue un parlamento robusto y decidido el que frenó los ímpetus ilegítimos del Ejecutivo, y ahora corresponderá al Poder Judicial tomar las decisiones finales.

Una tercera lección es la necesidad de mantener siempre una actitud de vigilancia, para frenar a tiempo los brotes autoritarios y evitar que se conviertan en actos claramente dictatoriales, como sucedió en Corea. A ella se añade la importancia de la existencia y capacidad de movilización oportuna de una vigorosa sociedad civil. De no haber sido por el multitudinario despliegue de ciudadanos apegados a sus derechos, que protegieron a los parlamentarios y se expresaron sin cesar contra la arbitrariedad, quizá se habría concretado el estado de emergencia, con resultados devastadores.

El amago dictatorial de Yoon también deja en evidencia que, a veces, las intenciones declaradas y actos públicos de adhesión democrática sucumben frente a la tentación del poder sin límites. En marzo de este año, el gobierno surcoreano fue copatrocinador, junto al estadounidense, de la tercera Cumbre por la Democracia, celebrada en su capital, Seúl. Es otra importante lección, tan irónica como reveladora.

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