Maestra y educadora por ese orden
Dos ideas pueden definir perfectamente a María Díaz Rosendo: el carácter y la dulzura que desprende. Su voz fuerte, aguda, compensa con la candidez de las palabras en todo momento. En ella no hay diferencias en el tono de voz cuando intercambia lo mismo con un profesor, que con los niños que rondan los pasillos de su escuela. Habla, como norma, con el rigor de la sonrisa.
Cuando uno traspasa las puertas de la escuela primaria Frank País García, en el municipio capitalino de Plaza de la Revolución, percibe eso: la disciplina imperante, el orden y también la alegría contagiosa de los niños desde las aulas. Y cuando le pregunté a uno de los padres de los infantes en la entrada del centro docente por la propia María, quien es la directora, la respuesta vino como un resorte: «No es porque sea la jefa, pero le tenemos mucha estima y respeto por su labor».
Ciertamente, para conducir los destinos de la escuela durante tantos años es necesario un trabajo arduo, armónico, dedicado. Con esa idea llego al encuentro con esta mujer valiosa que no prefiere definirse, a secas, como una directiva sino, ante todo, como maestra y educadora.
Una vida dedicada al magisterio
«Es mi vocación, la que amo desde el primer día, y que ningún puesto de dirección suprime», precisa. Su historia comenzó por golpes del azar, como algo fortuito. «No pensaba ser maestra, yo soñaba en realidad con el periodismo», dice. Fue su padre quien la encaminó por los senderos del magisterio, «porque su hija debía dar el ejemplo ante la necesidad que tenía el país de formar a maestros. Y hoy por hoy se lo agradezco», afirma.
Siempre ha tratado, expresa, de actuar fiel a su padre y a sí misma, siendo consecuente dentro de las aulas. En un final cree que el maestro debe ser un buen comunicador, por lo que, en parte, siente realizado su otro sueño de transitar por los senderos de la comunicación social.
Si algo enorgullece a María es haber pertenecido a la última graduación de Makarenko, de donde salieron maestros que han representado un símbolo de integralidad dentro de la educación cubana. Desde entonces esta mujer le ha dedicado toda su existencia, en las últimas cinco décadas, a una profesión que cataloga como apasionante y hermosa.
Educadora de estirpe y figura, considera que para ejercerla se demanda carácter, más cuando se trata de la enseñanza en las edades tempranas. En su caso, la vasta trayectoria dentro del magisterio la ha llevado a experiencias internacionales, como la Misión Robinson en la hermana República Bolivariana de Venezuela. «Estuve presente en las grabaciones de clases que contribuyeron a ampliar el programa de aprendizaje de ese noble proyecto para acabar con el analfabetismo en la nación sudamericana», comenta.
El momento que más ha marcado la vida de María fue, precisamente, en ese mismo rol de teleprofesora. Recuerda que durante el período complejo de la pandemia debió impartir las clases de lenguaje en los grados 5to. y 6to. «Pero teníamos mucho miedo a salir y contagiarnos», dice. Y cuando recibió la llamada del Ministerio de Educación para dar teleclases, su primera reacción fue a negarse.
Finalmente comprendí, asegura, que la oportunidad podía sacarme de aquel período oscuro y trágico. Y así resultó. «No miento si digo que lo hice con el mayor placer, y los resultados salieron. Terminó siendo una etapa bonita, porque todavía cuando voy caminando por la calle, los niños me paran y reconocen como «la profesora de la Covid o la maestra del televisor», recuerda entre sonrisas.
Incluso, todavía hoy hay alumnos de otras provincias, padres y familias, que le escriben vía WhatsApp, o bien para saber cómo se encuentra o aclarar dudas docentes. «En los meses de la pandemia perdimos el contacto físico y las opciones quedaron reducidas al mundo digital, pero lo que no podíamos dejar caer era el proceso de aprendizaje», señala satisfecha.
María es la Frank País
Es la escuela que dirige hace casi 18 años y sus estudiantes forman parte de su hogar extendido. «María es la Frank País y viceversa», cataloga. Y tal vez sea cierto, porque ha impregnado su carácter en el quehacer diario del centro docente. Solo basta permanecer un rato entre las paredes y el leve bullicio para darse cuenta.
En realidad, ella forma parte de la Frank País como maestra desde inicios de la década de 1980. Cuántas historias no ha dejado entonces entre tizas y borradores, entre aulas cargadas de «pequeñas esponjas» para absorber sus enseñanzas. Más de 40 años se dice fácil, sin embargo, no lo es. Hay muchas horas de esfuerzo y trabajo que aún disimula muy bien en la piel y las formas esta mujer.
Aunque no lo dice, quizá por modestia o sencillez, la escuela que dirige es referente en la capital. En la actualidad cuenta con 497 estudiantes y tiene cubierto todo el claustro de profesores, un logro significativo para la etapa tan compleja que atraviesa el país.
Bajo el liderazgo de María, el centro docente ha logrado mantener una estabilidad en el colectivo de trabajo. «Aquí destaca la experiencia dentro de las aulas, porque la mayoría de las maestras son jubiladas reincorporadas. Y yo entro en este último grupo», comenta. Eso sí, los nuevos docentes que llegan a la escuela se han sumado al sistema de trabajo unido.
Los profesores estamos acostumbrados al sacrificio, la abnegación, a pesar de las tantas vicisitudes que tiene hoy el cubano en el día a día. Pese a los contratiempos y las dificultades, su grupo docente «no falla», ni en el aula ni en las tareas extensionistas del centro, asegura.
En ese sentido dijo que la Frank País tiene varios proyectos comunitarios y un trabajo en red con todos los centros que rodean la escuela. Habló de intecambios socioeducativos sobre meteorología, artes plásticas, música, ciencia y salud escolar. «Y muchos estudiantes luego escogen algunas de esas vertientes profesionales o carreras asociadas», recordó.
Por ello es que lidiar con niños y verlos crecer resulta lo que más la llena humana y profesionalmente, asegura. «Muchos regresan con el tiempo para decirnos que concluyeron una carrera universitaria y nadie puede imaginar lo feliz que nos hacen a los profesores». Una pregunta se impone entonces:
—¿Qué debe caracterizar a los maestros hoy?
—La dulzura y el rigor deben ir de la mano. Uno aprieta por un lado y afloja por el otro. Yo pasé de ser muy exigente en el principio a aprender a ser dulcísima, tal vez por la edad.
«Pero en verdad hay siempre que exigir con el cariño que merecen nuestros niños. A ellos hay que darles amor y ser pacientes en su proceso de asimilación del conocimiento».
La generación actual no es igual que la mía, dice. Los padres ahora tienden a mostrar, en ocasiones, sobreprotección con los muchachos. Pero, contradictoriamente, resulta más difícil hoy comprometer a la familia en los procesos de la escuela que enfrenta un maestro, señala.
Sin dudas, la disciplina parece regir la vida de esta mujer fuerte en apariencia, pero con la ternura de las palabras y la razón merodeando su ser. Tanto es así que, refiere, no imagina su futuro sin estar rodeada de niños. Tal vez eso explica una de sus primeras afirmaciones en la entrevista: «En cualquier otra dimensión escogería, nuevamente, el magisterio».
María disfruta ver cómo los alumnos aprenden y se forman para el futuro. Foto: Favio Vergara