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El conflicto de la escritura: Agota Kristof

Si eres de los que gusta sumergirse entre libros sin importar el polvillo y otras variantes, pues habría que darse un tiempo para dar con los libros de la escritura húngara Agota Kristof. Este comentario viene a razón de que vi algunos de sus títulos en algunas librerías de viejo del centro de Lima. Buscando sin buscar se pueden hallar cosas interesantes. De los que vi: Claus y Lucas y Ayer, ambos El Aleph. Tampoco es que abunden, seguramente esas ediciones estén ahí porque se habrá vendido algún lote de libros o rematado alguna biblioteca personal. Estas cosas suelen pasar. De todos modos, si hay que ir a la fija, para eso están las plataformas.

Sin embargo, ninguno de ellos me significó el primer acercamiento con la autora, sino uno que a primera impresión puede parecer por demás extraño, hasta superfluo (así es el atrevimiento). Claro, dicho esto por la brevedad de La analfabeta (2004 / Alpha Decay, 2015), novela presentada como un “relato autobiográfico”. La analfabeta tiene 64 páginas.

Kristof pasa revista a los avatares de su vida en 11 capítulos, que como tales no caen en la menudencia del dato (información inútil), menos en las trampas del desborde emocional que contamina a la prosa, que algunos confundidos asumen como el “barroquismo de la experiencia” y otras señas de la posería letrada. Lo primero que se destaca es la poesía silente que apreciamos en un registro narrativo diáfano, pero como tal encierra un conflicto que percibimos en lo no dicho. Así es, como ya se indicó líneas atrás, son 64 páginas, pero que dicen más que ladrillos de 200/300/500 páginas que terminan siendo rematados en las mesas de oferta.

La autora relata sobre su voracidad por los libros de todo tipo y su capacidad para la fabulación que comenzó a germinar desde una temprana edad. Desde pequeña se sentía una persona distinta que no encajaba en el mundo. Sin embargo, tras la muerte de Stalin, la situación no solo cambia para su país, igualmente para ella. Junto a su hija pequeña huye a Austria, en donde trabajará en una fábrica y desarrollaría su trayectoria como dramaturga, novelista y poeta. Pese a los avatares, Kristof, antes que ser una escritora, lo que anhelaba era escribir. Puede parecer un sinsentido, pero así de fuerte y peculiar era su mundo interior.

Como dicen los maestros, el estilo es la biografía del escritor y La analfabeta revela el conflicto de Kristof con la escritura. Los silencios de su escritura obedecen al tránsito que hizo del húngaro al francés, que será su lengua literaria oficial, pero a la que termina calificando como su lengua enemiga. En su aparente “pequeñez”, hay tanto de tensión, historia y sensibilidad, que consiguen un efecto que no depende de la árida belleza verbal, sino de la administración de las fisuras emocionales. No es nada fácil lograr este equilibrio que viene más de la poesía que de la narrativa. El tono poético eleva a La analfabeta.

Kristof fue una mujer que en vida no la pasó nada bien y a pesar de ello este título es ajeno a la cólera entendible/justificable, reflejando una actitud ante la vida, o llámalo, si gustas, esperanza. Las zonas oscuras no caen en el efectismo del detalle, Kristof cuenta su vida por el solo hecho de hacerlo, o, en otras palabras, usa su vida como una vía para resaltar lo que siempre le ha interesado: decir lo que quiere en el registro que puede. Este es un punto a tener en cuenta para cualquier escritor, Kristof se planteó el tema en algún momento de su vida: ser la escritora que quiere ser o ser la escritora que puede ser. Kristof, se colige, fue por la segunda opción. No se hizo problemas. Ella buscaba expresarse y ya le había pasado casi todo como para caer en caprichos que no la iban a ayudar en su propósito literario.

Por ejemplo, veamos lo que dice del acto de escribir:

“Uno se hace escritor escribiendo con paciencia y obstinación, sin perder nunca la fe en lo que se escribe”.

Es una frase contundente sobre la vocación literaria. Kristof, en vida, recibió importantes reconocimientos, pero los mismos nunca la marearon. Kristof es una saludable metáfora sobre el oficio de escribir, más aún para estos tiempos marcados por la desesperación del reconocimiento -fin lícito, por cierto-, situación incentivada por las redes sociales. Kristof te dice lo que realmente debe importar. Léanla, apunten sus señas si aún no la tienen en el radar.

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