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Soñando con una Navidad lluviosa, por Jonathan Watts

En este mundo tan polarizado, hay algo que seguramente todos sentimos por igual: alivio cuando el tiempo se comporta con cierta normalidad.

Eso es tan raro hoy en día que recibimos con inmensa alegría la noticia de que había caído un buen chaparrón en Altamira, que rompe —al menos por ahora— la anormalmente larga y ardiente estación seca que ha asolado el estado brasileño de Pará y gran parte de la región amazónica por segundo año consecutivo.

Si tuviéramos un clima regular, ahora esperaríamos un diluvio diario durante varios meses, que reabastecería los ríos desecados, apagaría los incendios criminales y revitalizaría la selva reseca. Los marrones se convertirían en verdes y la multiplicidad de vida respiraría con más facilidad. Sería una buena noticia para quienes buscamos la alegría propia de la estación. Porque en la selva, la Navidad no es Navidad sin lluvia.

Pero algunas partes de la Amazonia siguen secas. Las temporadas de lluvias son cada vez más cortas, lo que perjudica a la selva, al suministro de agua y a la producción de alimentos.

Mientras tanto, los esfuerzos humanos para hacer frente al calentamiento global corren el riesgo de retroceder varios pasos. La conferencia del clima de Bakú, la COP29, ha sido una de las más miserables que se recuerdan, como informa Claudia Antunes en esta edición. Ahora Brasil, cuando acoja en noviembre del año que viene en Belém la COP30, la primera cumbre sobre el clima que se celebrará en la Amazonia, deberá escalar una montaña. Ese megaevento debería ser una oportunidad para poner a la Naturaleza en el centro del debate sobre el clima, para dar un papel más influyente a las comunidades Indígenas y para inspirar a los gobiernos de todo el mundo a poner fin a la quema de árboles, carbón, gas y petróleo. Sería un legado extraordinario para el presidente Lula da Silva y su ministra de Medio Ambiente, Marina Silva, y consolidaría a Brasil como líder mundial.

Sin embargo, existe un riesgo cada vez mayor de que Belém no sea testigo de un triunfo, sino de una ruptura, porque hay demasiadas fuerzas poderosas que se mueven en dirección contraria, tanto en el escenario nacional como en el mundial.

Lula está más débil que en sus dos mandatos anteriores. El Congreso, dominado por la agroindustria, lo pone constantemente contra las cuerdas y los incendiarios desafían la capacidad de su gobierno para proteger el medio ambiente, como revela Rafael Moro en una nueva investigación y como muestran Juliana Bastos y Guilherme Guerreiro Neto en su reportaje sobre los incendios de Arapujá, disponible solo en portugués.

Si esto sigue así, es muy posible que los visitantes de la COP30 vean el cielo de Belém cubierto de humo criminal, un símbolo apropiado para un mundo en llamas y un liderazgo global tomado por los intereses de los combustibles fósiles.

El año que viene será duro. Cuando Donald Trump asuma el poder en enero, actuará con rapidez para retirar de nuevo a Estados Unidos del Acuerdo de París. La última vez que lo hizo, Europa ejerció contrapeso, algo que en 2025 será más difícil debido a la inestabilidad política que invade Francia y Alemania.

Mientras tanto, gran parte del sector empresarial se aleja de los compromisos asumidos para proteger el medio ambiente, que ya eran débiles. Coca Cola ha diluido sus promesas sobre emisiones y reciclaje. Los lobistas empresariales han socavado los esfuerzos para aprobar un tratado mundial vinculante que limite la contaminación por plásticos. Grandes instituciones financieras estadounidenses, como BlackRock y JPMorganChase, están siendo acusadas de proporcionar capital a empresas que deforestan y violan los derechos de los Indígenas.

En Brasil, los productores y comerciantes de granos cuestionan cada vez más la moratoria a la soja —un acuerdo firmado en 2006 en el que las comercializadoras se comprometían a no comprar soja producida en áreas deforestadas—, que ha sido el pacto más destacado del sector privado para proteger la Amazonia de los últimos 18 años. Los radicales de los sectores agrícola y minero están en auge y ganarán aún más poder gracias a la reciente firma del acuerdo comercial entre el Mercosur y la Unión Europea, que dará origen a la mayor zona de libre comercio del mundo.

Si juntamos todas estas tendencias con el ministerio de multimillonarios de Trump, que juntos valen más de 300.000 millones de dólares, da la sensación de que estamos entrando en una era en la que los muy ricos dejan de fingir que se preocupan por el medio ambiente, abandonan a la mayor parte de la población mundial y se hacen abiertamente con el poder creyendo que su dinero les protegerá del caos climático que se avecina.

En cierto sentido, eso coloca a la Amazonia en una posición más precaria. La selva se verá sometida a una mayor presión extractiva, la extrema derecha se envalentonará y el colapso climático se acelerará. Pero también creará oportunidades. La élite capitalista benigna se ha quitado la careta. Al neoliberalismo se le ve el plumero. Quienes busquen ideas transformadoras y dinamismo político tendrán que mirar más allá de las capitales industriales del norte global.

A pesar de las numerosas amenazas a las que se enfrenta la COP30 de Belém —enemigos políticos, incapacidad logística y posible violencia policial contra la sociedad civil—, tiene una sólida historia que contar: la de la haber sobrevivido al colonialismo y la esclavitud, haber reducido la deforestación tanto en la Amazonia como en el Cerrado, haber incorporado más líderes Indígenas al gobierno. Si la lucha tiene que empezar en algún sitio, que sea aquí, donde las poblaciones tradicionales y los hacendados están siendo exprimidos por igual por los comerciantes globales y un clima perturbado por los fósiles.

De un modo u otro, seguro que será otro año tumultuoso, así que agárrense fuerte y manténganse unidos.

Les deseamos a todos, todas y todes lluvias sanadoras, momentos de calma y vigor renovado para 2025.

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