Un nuevo pacto para los países en desarrollo
La reciente reposición de $100.000 millones de la Asociación Internacional de Fomento (AIF) del Banco Mundial, una cifra sin precedentes, constituye un hito significativo. Aunque el monto final no llega a los $120.000 millones que junto con otros líderes africanos solicitamos, en abril, en la Cumbre de Reposición de Recursos de la AIF21 celebrada en Nairobi, representa un paso adelante decisivo. La nueva financiación ofrece esperanza a millones de personas y demuestra que nuestros socios globales se han comprometido a abordar los inmensos desafíos a los que nos enfrentamos.
La cumbre de Nairobi no solo subrayó la importancia de la AIF para la financiación del desarrollo, sino que también llamó la atención sobre el papel fundamental de África en la resolución de crisis mundiales como el cambio climático. A lo largo de los años, la AIF ha sido un salvavidas para muchos, ofreciendo el tipo de financiación a largo plazo y en condiciones favorables que les permite a los países invertir en sectores críticos como la salud, la educación y la infraestructura. Al responder con rapidez durante las crisis y movilizar cuatro dólares en financiación del mercado de capitales por cada dólar de contribuciones de los donantes, ha demostrado su valor como multiplicador de fuerzas.
Aun así, los retos a los que nos enfrentamos exigen una respuesta aún más audaz. Según el Banco Mundial, el servicio de la deuda externa de los países en desarrollo alcanzó la asombrosa cantidad de $1,4 billones el año pasado —una cifra que eclipsa incluso los compromisos más ambiciosos de financiación de la lucha contra el cambio climático—. La carga de la deuda de África se ha convertido en un obstáculo para lograr un desarrollo sostenible y una resiliencia climática, ya que los pagos elevados de intereses desvían recursos de inversiones críticas en salud, educación e infraestructura.
Círculo vicioso
Como señalé en la cumbre de Nairobi, esta realidad perpetúa un círculo vicioso de vulnerabilidad, agravado por los crecientes efectos del cambio climático. Solo en el último año, África Oriental ha sufrido inundaciones devastadoras que han desplazado a miles de personas y han destruido infraestructura vital, mientras que las sequías persistentes en África Meridional han paralizado la producción agrícola en Zambia y Zimbabue. En África Occidental y Central, las inundaciones han causado estragos en Nigeria, Níger y Chad, desplazando a comunidades enteras y sumergiendo tierras de cultivo.
Mientras tanto, la desertificación sigue invadiendo las tierras cultivables, amenazando la seguridad alimentaria en países como Malí, y las olas de calor extremas han puesto a prueba los sistemas energéticos en partes del norte de África. Estas crisis, que alteran la vida, los medios de subsistencia y las economías de todo el continente, acentúan la necesidad de financiación en condiciones favorables a una escala acorde con la magnitud del reto.
Aunque las negociaciones sobre el Nuevo Objetivo Colectivo Cuantificado (NCQG, por sus siglas en inglés), en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP29) de este año hicieron hincapié en la urgencia de movilizar $1,3 billones anuales en financiación para el clima de aquí al 2035, los delegados finalmente se quedaron cortos, ya que los compromisos apenas alcanzaron los $300.000 millones. Para África, este resultado ilustra las persistentes desigualdades en la financiación mundial y pone de relieve la necesidad de que instituciones como la AIF desempeñen un papel aún mayor a la hora de achicar la brecha.
El solapamiento entre la reposición de recursos de la AIF y el NCQG es evidente: ambos pretenden garantizar los recursos necesarios para impulsar el desarrollo sostenible. La reposición de $100.000 millones de la AIF debe aprovecharse para lograr el máximo impacto, en particular a la hora de abordar la necesidad de los países vulnerables de invertir en resiliencia climática.
El papel de África
El mundo no puede alcanzar su objetivo de emisiones cero netas a mediados de siglo sin la plena participación de África. Con una inversión suficiente en nuestros recursos energéticos renovables, los africanos podemos liderar la agenda mundial de descarbonización y, al mismo tiempo, suministrar electricidad a los 600 millones de personas del continente que actualmente carecen de acceso.
Tanto yo como otros líderes africanos elogiamos a la AIF por seguir centrándose en soluciones innovadoras, como los canjes de deuda por cambio climático, y por su apoyo al crecimiento positivo para el clima. Pero nuestra transformación económica requiere de un compromiso colectivo global con las reformas estructurales.
Debemos hacer más para aprovechar los Derechos Especiales de Giro (el activo de reserva del Fondo Monetario Internacional), reasignar las subvenciones a los combustibles fósiles y reforzar la capacidad de préstamo de los bancos multilaterales de desarrollo. Como subrayé en Nairobi, la recomendación del Grupo de Expertos Independientes del G20 de triplicar la capacidad de financiación de la AIF hasta $279.000 millones para el 2030 sigue siendo un objetivo sólido y necesario.
La Declaración de Nairobi, adoptada en la Cumbre Africana sobre el Clima del año pasado, ofrece un plan para alinear la financiación del desarrollo con la acción climática. Si nos centramos en iniciativas lideradas por africanos, aprovechando nuestro vasto potencial de energías renovables e impulsando la industrialización, podemos crear millones de puestos de trabajo al tiempo que aseguramos un futuro sostenible para el continente.
África está dispuesta a desempeñar el papel que le corresponde. Estamos comprometidos con la disciplina fiscal y la mejora de la gobernanza para crear un entorno propicio para la inversión y el desarrollo sostenible. Pero para tener éxito, necesitaremos que nuestros socios globales equiparen este compromiso con un apoyo y una colaboración sostenidos, lo que significa superar los niveles actuales de reposición de la AIF en futuras rondas.
Para todos nosotros en África, la reposición de $100.000 millones es un paso, no un destino. Juntos, debemos aprovechar el impulso generado este año para garantizar que la AIF y el NCQG cumplan su promesa de una financiación equitativa, eficaz y accesible. De nosotros depende transformar los desafíos actuales en oportunidades para garantizarles un futuro próspero a todos los africanos.
William Ruto, presidente de Kenia, preside el Comité de Jefes de Estado y de Gobierno de África sobre el Cambio Climático.
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