Fue sueño ayer productions presenta: “¿Por qué te vas?”
“Como yo. Estarás sentado en algún sitio, pequeña plenitud perdida en el vacío... Como yo, mirarás un rato a la pared y luego te dirás Voy a cerrar los ojos, tal vez dormir un poco,después de todo será mejor, y los cerrarás. Y cuando vuelvas a abrirlos ya no habrá pared, un infinito vacío te rodeará.” Samuel Beckett, Fin de partidaToda vida es turbulenta en algún predio de su transcurso (incluso la de quienes se asumen como felices o en equilibrio ininterrumpido en la que es o ha sido la propia). Que la mayoría decida aferrarse a los remos para contenerla no compete al destino del artista. El poeta es también un náufrago que entre más se aleja de su yo más se aferra a su barca. Cuando alguien opta, y así acata su devenir, por ver “el gong del vacío”, no se espere de él, y mucho menos se le exija, algún reducto de vergüenza o culpa para transar con la existencia consensuada.Todos nos queremos ir en algún momento. ¿De qué? Del espacio de la vida, naturalmente. Algunos intentan retarla, ¡someterla!, y otros quedarse machacando la mentira así llamada realidad. Pero, ¿cómo podría machacarse lo que no tiene asideros o rostro fijo?Véase al poeta Samuel Noyola (o mejor ¡leámoslo en voz alta!), que ni intentó contener la vida ni machacar la así mentira llamada realidad y sí vivir a tope en su vagabunda investidura de Arcano Cero. La vida de un poeta que encuentra alojo en una dicotomía: crear imagen o residir en ella.De la fisonomía de Noyola son notorios dos rasgos: los mofletes y su frente amplísima. Del cabello crespo en sus años juveniles dan cuenta fotografías y los autorretratos con que acompañaba dedicatorias de sus libros o que dibujaba en servilletas, en los que se alcanza a distinguir eco lineal de las caras pintadas por el mayor representante del art brut, Jean Dubuffet: los ojos desnivelados, la nariz triangular, la boca un epítome resuelto haciendo del labio superior una M y del inferior casi una canica; la redondez craneal coronada por caireles. En cuanto a las fotografías, hay varias circulando en internet, en revistas y blogs, en las que se nota en la pose gestual la intención del poeta de hacer del rostro el vehículo hacía una plausible leyenda de su persona. En la mayoría de ellas, la mirada es desafiante, ¿ante quién o a qué? Lo más probable es que ni ante quien hizo clic ni ante artefacto alguno, sino hacia su futuro. Hay algunas en donde se hace acompañar con algún objeto: un bolso de mujer color fucsia colgado al cuello a modo de collar, o más bien pectoral; una rosa sostenida por el tallo con la boca, otra en donde aparece con los ojos entrecerrados y sosteniendo cerca del pecho un ramo de flores.La imagen de la persona Samuel Noyola en su vertiente vivencial solo encuentra reverbero de registro entre sus receptores (no podría ser de otra manera), entre quienes testimoniaron y han dado seña de su pasar por el mundo, sus “pequeñas plenitudes perdidas en el vacío” en tropel, compartiendo, rechazando, solapando, o reconociéndole como prueba complementaria su empeño feroz en encarnar el concepto poético decimonónico “Yo soy otro”. Abundan certificaciones verbales de ello, de parte incluso de quienes se cruzaron con él o con quienes él cruzó su vida. La imagen vivencial que de sí mismo heredó Noyola es variada pero casi siempre fulgurante y en algunos casos pendenciera: la de rebelde y la de seductor, la de adlátere y la de contestatario al margen, la de devoto y la de outsider. Mártir de su voluble sensibilidad.Recibí la señal de su personalidad desde un principio, que en símbolos me cupo concebir como grafía, bota, bolígrafo, flor al filo del precipicio.Dos patrias-tierra tuvo Samuel: la poesía y el alcohol. Al alcohol quiso confundirlo como soporte para ejercer consigna o statement ajeno: el que profirió Arthur Rimbaud por escrito en carta desde su prisión libertaria y juvenil: el famoso desarreglo de los sentidos para ser vidente, aunque pareciera que Samuel se hubiera saltado los adjetivos del modo en que debía ser ese desarreglo según el poeta punk francés: “largo, inmenso y razonado”. De la poesía Noyola oyó su llamado abriéndose la puerta del Siglo de Oro español y sus postrimerías de barroquismo, aunque decantó su expresión una vez transitado también el modernismo (con paradas vivenciales y de compromiso con la Revolución Sandinista en Nicaragua y en algún salón donde desempeñó función de copero de Severo Sarduy en reunión de poetas convocada por Octavio Paz). En poesía y alcohol quiso Noyola disolverse, beber todo su ser o beber puro ser: desaparecer de lo tangible, para lo que escogió el ir bordeando o más bien el deambular por todo aquello que al ofrecérsele en luz verde podría absorberlo, sacarlo de la órbita de sí.Hay quienes optan por una covacha mental para actuar su vida (¡los más numerosos!), con tal de no entrar en eso que llaman el fondo de sí mismo. Pero ¿qué es llegar al fondo de sí mismo (y más aún, a los bajos fondos de sí mismo) si no caer, levantarse y, en acción cuántica, decidir: petrificarse o dar el salto y zambullirse y atravesar el espacio y materia que habitamos hasta llegar al cero del yo, es decir a la raíz: la nada?Noyola escribió:Bajé hasta el fondo de mí,el ser entregado al cero.En el fondo un colibrígravitaba como el fuego.¿Qué es el colibrí si no la chispa del anima, en insistencia de supervivencia? Pero, ¿y si anima fuera solo un fetiche verbal más?Quizá son las diez de la mañana, un día de junio de 1998. Llega Samuel a mi lugar de trabajo. Se ha agregado sin pedir permiso a las atmósferas de mis quehaceres, en donde invierto y revierto mi vida: la revista Equis. Cultura y Sociedad. Dice que quiere trabajar (no es cierto). Antes me ha visitado en mi domicilio: llegó de mañana a tocar a la puerta y pidió una caguama con promesa de corresponderme por ella. Le digo: “no sé qué puedes hacer por mí”. Entra a mi departamento. Husmea en habitación por habitación. De pronto me grita desde mi cuarto: “¡en este clóset hay algo raro!” Me acerco y le digo: “ahora que lo dices, es cierto, las puertas de ese clóset se abren durante la noche”. Me dice: “¡aquí hay algo!”. Se pone de rodillas. Emite ruidos, mueve las manos, aspavienta. Así transcurren algunos minutos. Y de repente grita: “¡te ordeno que te vayas, que te retires de esta casa!”. Observo la escena, y no puedo evitar soltar una carcajada. Le pregunto: “¿qué es?” Y me dice: “estuvo muy perro este exorcismo. ¿Ya fuiste por mi caguama?”Decía yo que llegó Samuel a mi oficina. Él no respeta ni a secretaria ni a asistentes, ni está dispuesto a esperar turno para ser atendido. Entra, y con la mano temblorosa me extiende una hoja de papel. Dice: una colaboración. Es un poema: “Acróstico en el Templo de las Inscripciones”. Lo leo. Me parece más que publicable; se lo hago saber a Samuel. Le digo: “Deja ver en qué edición lo incluimos”. Me pregunta si puedo darle un adelanto por el pago de colaboración. Saco mi cartera y le entrego mil pesos. “Tienes que firmar un recibo con la secretaria”, le digo. “Arrivederci”, contesta y se marcha. Regresa cuatro horas después. Entra de nuevo en mi oficina. Se acerca a mi escritorio y saca algo de la bolsa de su pantalón. Es una grapa de cocaína. Deposita el polvo sobre la superficie. Agarra una hoja de papel en blanco, la hace rollito y esnifa. Enseguida me ofrece el popote de papel, lo tomo y esnifo.De poeta arropado en aprecios por Octavio Paz a teporocho, Samuel Noyola siguió el camino (y vaya que lo asumió) de los bienaventurados, de los que no cargan por la vida nada más que la ilusoria bendición que otorga la simpatía. El poder de lo contingente como una designación divina: robó bolígrafos de marca y los vendió, sugirió que había servido de sicario por cinco mil pesos que utilizó para invitar a algunos amigos a cenar, robó besos al por mayor a poetas mujeres, sirvió de franelero en la calle cerca de un vecindario. Antes había realizado viajes a Inglaterra y España (hay rastro biográfico de que trabajó de lavaplatos en Barcelona), donde no tuvo otra forma de regresar a México más que postularse para ser deportado. Alguna vez fue apodado Vaquero del Mediodía por otro poeta bienaventurado.Alguien me contó que en sus últimas apariciones entre conocidos suyos, algunos de los cuales intentaron animarlo a que se adscribiera a la ronda demencial de lo ordinario, Samuel llevaba una mochila repleta de latas de atún e intentaba venderlas.Ni Quevedo ni Lope de Vega, ni Luis de Góngora y Argote, ni su admirado Garcilaso de la Vega, impidieron que Samuel Noyola entrara en la poesía de modo innegociable y sí desnudando su más oculta máscara con sangre de amor correspondido entre vida y destino.Caligrafía e imagen, ideograma del silencio,mi sangre entró de golpe en la escritura.Por esa voz de Dios que en lo obscurollama a Samuel y canta a Davidfui un infante ritual de los altares.Antes de que se le diera por desaparecido, anduvo vagando unos meses por la Condesa en la Ciudad de México. Le decía a quien se lo permitiera que él sólo estaba en la Ciudad de México por un fin de semana, pero que necesitaba regresar a España para continuar con la filmación de una película basada en su vida y que dirigía Pedro Almodóvar. Cuando ya no quedó pista de él, hubo quienes insinuaron que pudieron haberlo desaparecido por cuestiones ideológicas, quizá el narco, quizá el gobierno. Desapareció por golpe de estado de su alma sobre su cuerpo, arriesgo.Nadar supo su llama en la agua fría.De ti me dice el dios Google, Samuel, que eras regiomontano nacido en la Ciudad de México el 8 de febrero de 1964, y que ya no se te volvió a ver desde el año 2008. Que fuiste autor de tres libros: Nadar sabe mi llama, Tequila con calavera y Paloma Negra Productions.De lo que el dios Google no puede dar cuenta es de los días y semanas que compartimos, Samuel, en el año 1998 y algunos de los primeros meses de 1999. “Yo me voy entonces a Monterrey”, me dijiste cuando decidí desertar de la juerga de varios días en que anduvimos a salto de mata por cantinas, fondas y callejones, por hoteluchos de la colonia Guerrero, con el simple propósito de darle en la madre al tiempo, a la horrorosa trampa de la rutina. Ya habías arrojado antes anzuelos verbales para mi rescate de la red de lo consuetudinario:—Nada más que se termine abril, voy a hacer un viajecito al Reino Unido, ahí hablo con mis cuates de The Cure para que te den quebrada de que les diseñes con una pintura tuya la portada de su siguiente disco. O: podemos ir a Monterrey y yo te presento con el pintor Julio Galán, y ya de ahí, mira: te vas pa´rriba. Julio es voluble, es debido a su coprofilia. Tu pedo es que eres un poeta en suspenso, Arreola, espía con espuelas silábicas.Hago a un lado la sábana y me levanto de la cama; doy traspiés, un sabor agarroso tornándose náusea. Pago los aranceles del cuerpo por los días y noches ensopados de alcohol. Tambaleante me acerco a la ventana y descorro las cortinas. La luz me golpea en la cabeza, me dispara a los ojos. Como por reflejo, me evado volteando hacia dentro de la habitación, hacia la cama. Muy quieto, Samuel apoya el torso contra la cabecera, la sábana hasta su cintura. Me mira fijo y dice: “vamos por unas caguamas, todavía nos queda cuerda. En este hotel hay una morra que me hace lo que ya sabes por cincuenta pesos”.Recojo mi ropa del piso y empiezo a vestirme.“¿Entonces, qué? ¿Ya no, bato?”, me pregunta cuando abro la puerta y salgo del cuarto, raudo a recobrar luz en la calle.Una miseria de alcurnia existencial, pienso. Unos pies magníficos bajo la mugre, pienso. La música al borde del precipicio de Samuel Noyola y de su poesía ya instalados en el cinemascope de mi memoria.ÁSS