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Otras epifanías (contra Camba)

Abc.es 
En un poema sobre el invierno nevado, Georg Trakl concluye con estos versos domésticos: «En su pura lucidez resplandece/ el pan y el vino sobre la mesa». Ésta es la lucidez o brillo del hogar en el frío de la noche. No nos sorprende que lo inhóspito del exterior reduplique las seráficas bondades del calorcillo del hogar. Nada más natural. De hecho, desde el Adviento hasta Reyes , toda la sociedad moderna dedica sus energías a promover estas aureolas, brillos, barnices y calefacciones. La Navidad prodiga bombillas de miel, en los antípodas del flexo, de haz crudísimo, de las oficinas de la Agencia Tributaria. Gracias a los adornos navideños, estos días los alcaldes alteran las ciudades. Ahora una superficie ornamental cuasi coralina recubre, indistintamente, nuestros pasillos privados y nuestras estradas públicas. Pese a todo, siguen existiendo los no invitados a la felicidad de la gran casa de muñecas: transitan ante nosotros los sintecho. Así que, moralmente, es el tiempo de la cíclica exhortación a la concordia y a la caridad. También, teológicamente, alguien habrá de recordarnos el significado de la Venida y de la Epifanía de los pastores de Lucas y de los magos de Mateo. Son éstos «símbolo de la fe», recuerda el obispo Isidoro, «de los primeros gentiles» ('Etimologías'. VI. 6). Además, sociológicamente, se pueden examinar los usos y las modas de la Navidad. Dicho esto, ¿se nos permitirá entretenernos disertando sobre este espíritu dejando de lado esos asuntos quizá más enjundiosos? Volvamos al brillo de las cosas del hogar. Yacen así las entidades como nimbadas por una ideología de la greca netamente norteña. ¿Pero qué es eso que brilla en los utensilios de la guarida? ¿Podemos hablar de una Epifanía o manifestación no evangélica? El corresponsal Julio Camba concebía la Nochebuena como «la fiesta nacional de los ingleses». Consideraba Camba: «Es una fiesta conservadora y familiar; una fiesta para las personas de orden, que tienen una chimenea bien caliente en una casa muy confortable y unos cuantos hijos muy bien calzados alrededor de una mesa, en la que no falta de nada. Es la fiesta del egoísmo inglés». Esto es todo lo que brilla en la casa navideña para Camba. Además, esta celebración del confort del clan bien avenido exige, al otro lado de las ventanas, una buena capa de nieve virgen. Reclama blancura de montaña. No recuerdo que en mi Bilbao natal haya nevado nunca en Navidad: ¿qué más dará? Se trata de una exigencia del espíritu Navideño. Pero, en este sentido, la Navidad española puede ser más cumplida que la finlandesa: su nieve es ideal. El acento polar de los copos introduce una calidad mágica suplementaria. La calle láctea se transforma en cima. La casa deviene pastel. La plazoleta, un espacio de juegos; un claro de taiga. Aunque lejana y silvestre, pesa en la nieve sin peso un poso de nube operativa y de higiene pulmonar. Ésta enrarece y acerca, simultáneamente. La nieve es lo poco que seguimos reservando para la manifestación de lo maravilloso. Con una vis literaria sardónica que lo emparenta con nuestro Alberto Olmos, el antinavideño Camba, remataba de esta manera: «Todo el mundo permanece 'at home' mientras la lluvia enloda las calles». En efecto, la realidad del barro frío desbarata la gloriosa quimera de la nieve, vaya hombre. Frente a cada ideal que yo propongo, planta el viejo periodista de ABC una pequeña destrucción. Por último, el ideal casero y el polar se concilian y se peraltan mutuamente gracias a un agente benéfico. Se trata de la criatura mágica que viene de lejísimos con un montón regalos. Los cambianos denunciarán el consumismo navideño. ¡Pero, amigos míos, si se trata del quid de nuestro asunto! La sola creencia en renos o en dromedarios o en magias que nos traen juguetes interesantes ilumina y remata el conjunto. El regalo de Nochebuena y de Reyes, el presente inverosímil, no proviene de las tiendas: llega de un espacio difuso. Esto constituye la clave de bóveda del espíritu navideño. La esencia del regalo es que, además de reportar una cierta dicha, forma parte de una trama obviamente inverosímil. Junto con las zanahorias para las reses sobrenaturales y otras cosas, el regalo tiene un envoltorio más significativo que su posible contenido. Año tras año, el presente mágico navideño es el gran homenaje que hace la razón adulta a la mentalidad primitiva. De todos los padres a todos los hijos. Pese a las diferencias, a veces violentísimas, entre adultos (entre rivales, familias, vecindarios, comunidades autónomas y países) existe un firme propósito de labor conjunta de conspirar en este sentido. Cada Navidad, el objetivo será mantener a los menores en su edad. Se trata de preservar la mentalidad infantil, estado de consciencia en el que ciertas cosas se admiten, rápidamente, como posibles, siempre y cuando sean emocionantes. Es la única falacia piadosa sistemática, estructural, que todos bendecimos. Los adultos se comportan aquí como antropólogos, al cuidado de unos usos desfasados, aunque bellos. Además, hay aquí algo de envidia nostálgica. Al fin y al cabo, el adulto atravesó el Rubicón de la razón moderna cierto día que cierto niño le descubrió... El adulto, en tanto que tal, es alguien que ha salido de una conspiración y que debe ayudar promoverla. El universo según los adultos se descubre poco a poco merced a una labor de peritaje. Pensar como adulto comporta la continua observancia del principio de verosimilitud. Esto es lo que queda tras el desengaño de la Epifanía antiepifánica de la Razón. ¿Cómo recupera el adulto sus viejas maravillas? ¡Pues conspirando! El conspirador actúa y hasta se disfraza, y en la 'performance' misma… algo del engañado se le pegará al engañador. ¿Existe algo así como la Epifanía de la Maravilla Ganada en esta farsa? Y existen otras vías. Están las emociones líricas de las artes y las letras. Imbuidos por el estro de los Trakl o de los Dickens , a veces nos es dado ver el mundo con sus ojos. Luego, está el camino de los visionarios. Éstos no pretenden encantar el peritaje de los adultos (como hacen los poetas), sino más bien dinamitar los criterios de lo verosímil. Lector: quizá tiene o va a tener en sus manos un volumen llamado 'La Supraconciencia. Vida después de la vida'. Quizá el Niño Jesús o Papá Noel (¡o el Olentzero, ojo!) lo han depositado sobre sus alfombras. El autor de este exitoso 'best-seller' es el doctor Manuel Sans Segarra. Este científico ensaya la epifanía astral, que ya practicaron antes Platón y Steiner. Esta vía me resulta contraria al espíritu navideño, por demasiado trascendental. La 'supraconciencia' que el buen doctor nos garantiza es un monstruo. No va a encontrar un hueco en nuestra menuda intimidad de cabaña en la nieve. Ciñámonos, mejor, al regalo, resultado de magias nocturnas. El juguete envuelto achica las vastedades. Las transforma en utensilio junto a la chimenea, en medio de los destellos del hogar. Allí donde el 'grinchiano' Camba sólo vería sandio egoísmo anglosajón encuentro yo el puente entre la Casa y el Misterio… Y, ahora, si me disculpan, voy a ponerme las barbas postizas.

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