Lo que de verdad importa
Luis tiene 46 años. Trabaja en el departamento comercial de una gran empresa. Da igual lo que venda porque está entregado en cuerpo y alma a su trabajo. El día que le ficharon se lo advirtieron: «Esto son 24 horas, Luis». Y Luis lo aplicó como modo de vida. Ya se sabe lo difícil que es esto de progresar en una gran compañía. -Buenas tardes, Luis. -Buenas tardes. -Soy Carlos, del departamento de Recursos Humanos. -Hola, Carlos. -Estamos preparando una cena sorpresa para el director financiero. Por favor, no comente con nadie de la oficina este tema. -Muy bien. ¿Cuándo será? -El próximo martes. Es muy importante que nadie sepa detalles, ¿me entiende? -Por supuesto. No comentaré nada. -Ni siquiera con sus más allegados en el trabajo. No puede venir toda la empresa, pero contamos contigo. -Muy bien. Carlos. No nos conocemos, ¿verdad? -No, pero lo haremos el próximo martes. ¿Tiene algún problema de agenda ese día? -En ningún caso. Ya tengo la fecha bloqueada. Y no me hables de usted, hombre. Mientras tanto, Luis se sentaba para cenar en su casa con sus dos hijos y Marisa, su mujer. -Luis, el martes celebraremos el cumpleaños de Alejandro. 16 añazos -le recordó, Marisa. -¿El martes? -Sí, papá -contestó Alejandro. -Pero el martes es imposible. Tengo una cena de empresa. Acaban de convocarme hace un momento. -Pero, Luis. ¿No puedes decirles que es el cumpleaños de tu hijo? -Ya hemos hablado de eso. -Al menos, deja el teléfono mientras cenamos. -No me lo pongáis más difícil. Alejandro fue el primero en levantarse de la mesa. -Es importante, Luis. No comentes con nadie lo de la cena. Es una sorpresa. -Sí, ya me has dicho, Carlos. Una duda, habrá que comprar algún regalo o algo, ¿no? -Ah, sí. Ya te daré detalles estos próximos días. -Muy bien, gracias. ¿Por qué no hacéis un grupo de WhatsApp o algo para saber quién va y quién no? -Hemos pensado que es mejor no hacerlo. La dirección quiere mantenerlo en un plano más discreto. De todos modos, ya verás el día de la cena quienes participan, Luis seguía sentado en la mesa. Un tenedor en una mano y el teléfono en la otra. Marisa, su mujer, se levantaba ofendida mientras él observaba de reojo la pantalla de su terminal. Le reprochó con la mirada esas cosas que no caben usando palabras. Él apenas se fijó. También crecían sus dudas, sus miedos. Si le habían incluido en ese grupo era desde luego buena señal, pero al mismo tiempo se daba cuenta que debía pisar sobre seguro, no meter la pata. La inseguridad comenzaba a llenar su cabeza. -Confirmado, Luis. Le regalaremos el mismo martes un obsequio que me encargaré de comprar estos días. -¿Necesitas que te haga un bizum? -No es necesario. Ya lo solucionaremos la semana que viene. -¿Irá también Marcial? -No puedo decirte la lista definitiva. Lo que sí te pido es que no lo comentes ni siquiera con él. -Así lo haré, Carlos. Al día siguiente, Luis llegó a primera hora de la mañana a su puesto de trabajo, como era habitual. Hacía tiempo que no desayunaba con los suyos. Siempre fue de los que llegaba el primero para después marcharse el último. -Buenos días, Luis. -Buenos días, Carlos. ¿Estás por aquí? -No. Estamos organizando el tema de la cena del martes. No está siendo fácil. Hay muchos detalles y queremos que salga perfecto. -Si necesitas mi ayuda, no tienes más que pedírmela. -Sí, en breve te pediré algunos detalles. De momento necesito saber si tienes alguna alergia o algo que no te guste para el menú. -No. Por mi parte todo estará bien. Esta mañana tendremos una reunión de presupuestos con el director. -Recuerda por favor no comentarle nada. -Por supuesto, Carlos. Me imagino que Ignacio, el director general, sí que asistirá. -Sí, claro. Pero ha sido una exigencia suya que guardemos total confidencialidad con este asunto. Imagina si tenemos que incluir a los doscientos comerciales. Te pido que no lo comentes ni con él. Ya sabes que valoramos muy mucho la discreción. -Me siento muy halagado por haberme incluido en este homenaje. -Todos valoramos muy especialmente la disposición que tienes en esta empresa. -Gracias, Carlos. Para mí es lo más importante. -¿Y tu familia? -Mi familia también, claro. Pero sin un buen trabajo mi familia no come, así que sé muy bien ordenar las prioridades. -¿Tienes hijos? -Sí, dos chicos. -¿De qué edad? -11 y 16 años. Bueno, casi 16, el mayor. -Es una edad importante. -Así es. -Me imagino que con todo lo que trabajas, siempre pendiente, será complicado dedicarles mucho tiempo. ¿Son buenos chicos? -Lo son. El mayor está un poco desapegado. Debe ser la adolescencia, pero me ayuda mucho mi mujer, Marisa. Pero todos en casa sabemos de la importancia de este puesto. Ellos lo entienden. -La empresa está muy agradecida por tu dedicación. -Gracias, Carlos. De todos modos, ya se sabe. A nosotros tampoco nos dedicaron demasiado tiempo cuando éramos jóvenes. -Ja. Eso es verdad. -Avísame cuando pases por la central de todas formas. Tengo ganas de conocerte. -La verdad es que paso menos horas de las que debería. Pero en este departamento y entre las dos sedes, paso más tiempo en Barcelona. En Madrid se encarga Marcial, principalmente. -Le diré que hemos estado hablando. -Sí, pero recuerda hacerlo después del día de la cena. -Sí. Ya me lo avisaste. (Le crecían las dudas. ¿Por qué no podría avisar a Marcial si era el delegado de Recursos Humanos en Madrid?. ¿Será que no era una cena homenaje? ¿Sería un ultimátum u otro tipo de toque por sus resultados…?). -Lo sé, lo sé. Pero no está de más recordártelo. De verdad es importante. -No dudes de mi palabra. No levantaré la liebre. -¿Cómo? -Que no diré nada. ¿Hay alguna etiqueta para el martes? -Me refiero al sitio. Me imagino que vestimenta formal. -Sí, sí. Vestimenta formal. Eso es. Luego te doy más detalles del sitio y la hora. -Muy bien, Carlos. -Gracias. Unas horas más tarde… -Ya tenemos el sitio, Luis. La cena será en el restaurante Berlanga, en la calle Menéndez Pelayo. -Muy bien. -A las 21.30. -Estupendo. Ahí estaré. -Muchas gracias. Son unas fechas difíciles para tantos compromisos. El director te lo agradece especialmente. -Hoy despacho con él varias cosas. -Recuerda… -No tienes que repetírmelo. Pero sí. Navidad es un momento especial, pero a la vez muy cansado. El cierre del año, los objetivos… -Lo sé. -Pero estoy muy agradecido a la compañía por confiar tanto en mí. -Pero no todo es trabajo, Luis. Debes pasar más tiempo con los tuyos. -Bueno. Todos ellos lo llevan bien. Además, Carlos, entienden perfectamente que todas las horas del día son pocas para defender mi puesto de trabajo. -¿Sí? -Sí, sí. El apoyo por su parte es total en este sentido. -Me alegro mucho. Debes tener una muy buena familia. Nos vemos el martes. Gracias por tu disponibilidad. Llegado el martes, Luis trató de salir un poco antes para llegar a la cena del director financiero. Seguía agobiado por utilizar la palabra adecuada, quedar bien, no equivocarse en nada que pudiera complicarle las cosas en la empresa. Ya no sólo era el miedo de los resultados, sino también el comportamiento social, algo tan mirado en las grandes empresas. El mes de diciembre en Madrid es caótico, pero se celebra la ciudad entera. Cogió un taxi hasta Menéndez Pelayo. Durante el camino, recordó que ese día su hijo Alejandro cumplía 16 años. Le llamó por teléfono, pero estaba apagado. Llamó a Marisa. -He llamado a Alejandro. ¿Estás con él? -Ha salido a cenar con sus amigos, Luis. Me da pena porque en esa cena deberíamos estar nosotros. Pero ha preferido celebrarlo con su grupete. Le he dado dinero y picarán una hamburguesa o cualquier cosa. -Bueno. Es normal que prefiera estar con sus amigos. Se hace mayor, Marisa. Además, lo de la cena con la empresa es completamente prioritario. -Será eso, sí. Aunque esta mañana podrías haberle felicitado si no te hubieras ido antes de que se despertara. -Estamos con el cierre del año. No puedo estar en todo, Marisa. Aún no tengo claro por qué hay tanto secretismo con la cena de hoy, pero me huelo algo raro. Te dejo, que estoy llegando a la cita. Le llegó un mensaje al teléfono mientras pagaba la carrera del taxi. -Ya estamos aquí, Luis. -Estoy en la puerta, Carlos. Dos segundos. Al bajarse se topó de golpe con su hijo Alejandro. -Pero ¿qué haces aquí? -Hola papá. Es mi cumpleaños. -Lo sé, hijo. Felicidades. Te he llamado. Pero ¿qué haces aquí? Tengo una cena con la empresa. -Lo sé, papá. Yo soy Carlos. Y sólo quería pasar este día contigo. -Pero, ¿y ese número con el que me escribías? -Es de prepago, papá. -Pero, no entiendo nada hijo. -Sólo quería estar contigo.