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La paradoja del desperdicio en la Central de Abasto: toneladas de comida entre la basura y el hambre

LaCentral de Abasto de la Ciudad de México (CEDA) es el principal centro de suministro de alimentos en el país y uno de los mercados más grandes del mundo. Con una extensión de 327 hectáreas, abastece aproximadamente al 80 por ciento de los habitantes de la capital mexicana. Sin embargo, su magnitud también conlleva desafíos significativos, especialmente en términos de desperdicio de alimentos. En 2023, la CEDA generó un promedio diario de 438.30 toneladas de basura, de las cuales 258.90 toneladas (el 59.97 por ciento) correspondió a residuos orgánicos, principalmente restos de alimentos.Este desperdicio contrasta con la realidad de millones de mexicanos que enfrentan inseguridad alimentaria.A nivel nacional, 20.9 millones de personas no cuentan con un consumo alimentario suficiente para cubrir sus necesidades básicas, de acuerdo con las últimas cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Socia (Coneval).Para abordar esta problemática, se han implementado diversas iniciativas destinadas a rescatar alimentos aptos para el consumo y redistribuirlos entre la población vulnerable.Una de estas es el Centro de Acopio y Recuperación de Alimentos de la CEDA, conocido como 'Itacate', cuyo objetivo es recuperar y distribuir alimentos destinados a la población prioritaria de la Ciudad de México a través de la Secretaría de Inclusión y Bienestar Social.En la capital, operan 600 comedores sociales que, en conjunto, sirven cerca de 80 mil raciones alimenticias diariamente a un costo de 11 pesos.Sin embargo, comerciantes del CEDA desconocen esta iniciativa.“En el tiempo que llevo aquí nunca nadie de administración se ha acercado a pedirnos absolutamente nada”, comentó Rodrigo, comerciante de lácteos y embutidos.En realidad, quienes van a visitarlos para pedirles como donación el producto que no cumple con los estándares estéticos y de calidad para vender (frutas o verduras golpeadas, magulladas o muy maduras) son gente perteneciente a clínicas de rehabilitación, grupos de autoayuda, anexos, albergues, grupos religiosos o de los cinco bancos de alimentos que existen en la capital. Alan Ventura contó en entrevista que suele donar entre cinco y seis kilos por semana, mientras que Eva Sánchez, dona de dos a tres kilos por cada fruta semanalmente.“La fruta que es más madura, una parte la pongo en venta y otra se la llevan las personas. Amaneciendo ya están aquí como hasta las 10:00 horas. Son diferentes grupos de personas, muchos de alcohólicos, ellos son los que más vienen por este alimento. Traen como una identificación y nos dejan un folletito”, explicó Alan, cuyo desperdicio les cuesta entre 600 y 800 pesos.Aún si los trabajadores de los 90 mil 737 comercios en CEDA donaran los productos que no ponen en venta, el desperdicio sigue siendo muy grande pues cada día les llega una nueva producción.“Es un mercado tan inmenso que tú tienes este producto hoy y te llega otro mañana. Diario. Nuestra misión es terminar el producto del camión”, explicó Francisco, vendedor de frutas.“Lógico que te sientes mal tirando todo eso, pero a veces así es. Se tiene que tirar, no hay de otra. Por ejemplo, ahorita que terminó la temporada de las cerezas se tiraron a la basura cinco o seis termos, fue una pérdida millonaria. Hay productos que de verdad son pérdidas catastróficas y es una tristeza muy grande”.​Algunos comerciantes consideran que se podría hacer más para evitar que todos esos desechos queden en la basura.“Yo me imagino que si se pusieran de acuerdo con los dueños como tal, podrían donarla a instituciones. La verdura es perecedera pero tiene más duración que un jamón, un tocino o un manchego, ya que si están caducados, ya no son consumibles”.Sin embargo, otros consideran que es inevitable. “No se puede porque todo esto es perecedero. Para empezar tienes que comprar camiones modernos, equipados con refrigeración, por eso es imposible”, explicó Francisco.El desperdicio alimentario en la CEDA no solo genera un impacto social y económico, sino también ambiental. Los residuos orgánicos que no son tratados adecuadamente se convierten en una fuente de emisiones de gases de efecto invernadero, agravando el problema del cambio climático.De acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente (PNUMA), alrededor del 8 al 10 por ciento de las emisiones totales de gases y compuestos de efecto invernadero, a nivel global, está ligada a los residuos de alimentos.La situación en la CEDA refleja una paradoja: mientras grandes cantidades de alimentos se desperdician diariamente, una parte significativa de la población enfrenta inseguridad alimentaria.Las iniciativas como la donación y recolección de alimentos son pasos importantes hacia la reducción del desperdicio y la redistribución de recursos, pero es evidente que se requiere una estrategia más integral donde autoridades y ciudadanos nos involucremos.“Somos bien desperdiciados. Como tenemos al alcance todo, se desperdicia mucho, yo me doy cuenta de eso, todo lo queremos ver bonito, estético, y no va por ahí la cosa. Ya estamos mal acostumbrados”, confesó Alan.Es fundamental fomentar una cultura de consumo responsable, donde se valore la calidad nutricional de los alimentos por encima de su apariencia estética e inversión en infraestructura y logística para una mejor conservación y distribución de los productos perecederos podrá ayudar a enfrentar este desafío y avanzar hacia una ciudad más sostenible y equitativa.IOGE

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