Los crímenes de Herodes en el siglo XXI
“Ahora estaban ante el tribunal de la potencia occidental que sostenía a dicha dinastía en el poder, Roma, implorando misericordia en contra de la crueldad e impiedad de dicha dinastía”
Por LUIS RONCAYOLO
Ante el tribunal del emperador romano César Augusto, se presentó una delegación de judíos demandantes que acusaban a Arquelao, heredero al trono de Judea, de una lista nutrida de crímenes contra el pueblo de Israel. Los litigantes, entre los que se encontraban familiares del propio Arquelao, lo acusaban de haber masacrado a tres mil judíos durante la última celebración de la Pascua en Jerusalén. No es fácil imaginar a hombres armados con cuchillos asesinando a tres mil personas en un espacio de pocas horas, pero el ejercicio es necesario para no ver la acusación como una mera estadística de violencia política, especialmente tratándose de una celebración religiosa en la que habrían estado presentes las familias de las víctimas.
En su defensa, Arquelao argumentó que estaba sometiendo a un grupo de sediciosos que le habían arrojado piedras a él y a sus soldados cuando éste intentaba cumplir con sus funciones en el Templo de Dios. Es cierto que algunos soldados enviados por el heredero al trono para calmar los ánimos del pueblo habían perdido la vida apedreados por la multitud, que acudía a la ciudad desde el campo para la celebración más sagrada del judaísmo.
Pero la ira del pueblo hebreo contra su gobernante era consecuencia de otra masacre ocurrida pocos años antes, cuando un grupo de judíos devotos derrumbaron un águila de oro romana que el rey Herodes, padre de Arquelao, había erigido sobre el Templo de Dios para honrar al emperador César Augusto. Estos hombres de fe consideraban aquella águila como una afrenta máxima a la religión de sus ancestros, pues el Templo de Dios no podía mostrar ninguna otra devoción sin violar el Primer y Segundo mandamientos dados a Moisés en Sinaí. En aquella ocasión, Herodes ejecutó a los rabinos cabecillas de aquella insurrección y a sus seguidores, a pesar de que eran hombres muy populares y respetados por el pueblo.
Ante el tribunal del emperador César Augusto, los demandantes añadieron a sus argumentos la larga tiranía de Herodes (reinó 33 años), cargada de una lista extensa de crímenes contra el pueblo y contra su propia familia (Herodes ejecutó a dos de sus esposas y a tres de sus hijos, entre otras personas de su corte). Si a eso le sumamos la muy reconocida acusación del Evangelio de Mateo contra Herodes por la Masacre de los Inocentes, en la que el rey mandó matar a todos los infantes de la ciudad de Belén para impedir el advenimiento de Jesucristo, la memoria reciente de los israelitas de su casa gobernante era la de una tiranía sanguinaria.
Ahora estaban ante el tribunal de la potencia occidental que sostenía a dicha dinastía en el poder, Roma, implorando misericordia en contra de la crueldad e impiedad de dicha dinastía. La defensa de Arquelao y de la casa gobernante la llevó a cabo el elocuente Nicolás de Damasco, historiador, filósofo y amigo del difunto rey Herodes: toda la violencia que Herodes y sus hijos ejercieron contra el pueblo judío estaba justificado en la medida que el pueblo judío había sido rebelde, había desafiado al rey y a Roma, y no se mantenían mansos como era su lugar hacerlo.
La corte entró en receso y días después, a pesar del tamaño de los crímenes levantados contra Arquelao y su padre, el César emitió un fallo deplorable, aunque predecible. Arquelao fue confirmado como etnarca de Roma en Judea (título de autoridad imperial típicamente romano), igual que como Marco Antonio había nombrado tetrarca de Judea a Herodes décadas antes. En aquel entonces, dicho nombramiento había servido de antesala para que Herodes fuera coronado rey de Judea por Marco Antonio y César Augusto en el Senado de Roma subsecuentemente. Y ahora César Augusto prometía a Arquelao ser confirmado como rey de los judíos “si se hacía merecedor de ello” (señala Flavio Josefo en La Guerra de los Judíos, II 94). La sentencia del César repartía Judea entre la odiosa familia herodiana que había sometido a los israelitas por décadas a punta de miedo, violencia y costosas inversiones en infraestructura que desafiaban las creencias más fundamentales del judaísmo, como antaño habían hecho algunos de los antiguos reyes de Israel retratados críticamente en los libros de los profetas (el rey Ajab se me viene a la mente). Roma seguiría apoyando, financiando y armando a la tiranía herodiana. En nuestro tiempo, no es difícil imaginarnos la enorme desolación e impotencia que quedó en el corazón de los que pedían justicia, dado que nos toca presenciar injusticias semejantes en el mismo territorio que vio nacer a Jesús.
Dos milenios después, un espectáculo similar tiene lugar en la Ciudad de Nueva York. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas intenta por cuarta vez pasar una resolución que detenga la sanguinaria campaña militar del estado de Israel contra la población civil de la Franja de Gaza —la cual para ese momento, según cifras oficiales del Ministerio de Salud de Gaza, ha cobrado la vida de 44 mil palestinos—. La resolución ni siquiera toma el partido palestino, sino que demanda una concesión costosa a ambos bandos para detener la escalada de violencia. El grupo armado palestino Hamas debía liberar de inmediato a todos los 240 rehenes israelíes capturados durante el atentado terrorista del 7 de octubre de 2023, y retenidos en Gaza. Al mismo tiempo, Israel debía detener ipso facto toda su actividad militar en Gaza. 14 de los 15 miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas están de acuerdo con que esta propuesta, a todas luces imparcial, avanzaría el proceso de paz en la dirección correcta. Solo un miembro se opone: Estados Unidos, la potencia occidental cuya sentencia en contra es suficiente para que la masacre se perpetúe. Sería la cuarta ocasión en que Estados Unidos veta una resolución del Consejo de Seguridad desde el inicio del conflicto. Mientras tanto, el ataque de Israel contra la población de Gaza es incesante.
Todo esto me recuerda a Herodes y sus hijos. La antigua dinastía manchada de sangre se mantenía en el poder con el patrocinio de Roma, su aliado occidental. Si bien las víctimas de su régimen fueron judíos (aunque también árabes, galileos, samaritanos, sirios, etc.), lo que emparenta a los judíos antiguos con los modernos palestinos es su entristecedora indefensión, aunque también sus raíces étnicas. Después de todo, la mayoría de los habitantes del Israel moderno son de origen europeo, mientras que los palestinos son ancestralmente del Medio Oriente, como los judíos de la época de Herodes. Por su parte, los intereses de los gobernantes romanos no parecen diferir demasiado de los intereses de los gobernantes estadounidenses de nuestros días. A pesar de las acusaciones de violencia inhumana, de toda la sangre derramada, y del llanto de Raquel que llora por sus hijos, la potencia occidental de entonces, como la de ahora, era el bastión que protegía a los perpetradores; entonces a los cofres con que Herodes sobornaba a los políticos del senado romanos; hoy a Netanyahu que soborna mediante el poderoso lobby israelí en el Congreso de los Estados Unidos.
Para los que dudan, un reporte de The Lancet estima que con toda probabilidad, las víctimas de la incesante campaña de Israel contra los palestinos ha cobrado la vida de por lo menos 186 mil personas, seres humanos con familia y en familia. La razón de esta cifra es un cálculo matemático que se hace como proporción de las muertes confirmadas, las cuales ascienden a los 44.000, como mencioné arriba. Claro, estos 44.000 son cuerpos de personas contados en instituciones de salud como hospitales a donde han llegado, y donde se llevan a cabo los registros. No cuentan (y no pueden contar) la población que ha quedado sepultada en todos los edificios que han sido destruidos en las campañas de bombardeo, ni los que mueren de hambre y sed, de infecciones, de insolación en el desierto y desesperación a la intemperie. Se estima que Israel ha destruido alrededor del 35% de todos los edificios en la Franja de Gaza, donde viven más de dos millones de personas. Si todo esto es cierto, en poco más de un año, Israel ha exterminado a cerca del 10% de la población palestina en Gaza.
Si se argumenta que dicho número es hipotético, se diría que es cierto, pero no por ello se trata de una adivinanza falaz, sino de una deducción basada en datos ofrecidos por otros conflictos armados modernos con alto impacto en poblaciones civiles, cuyas muertes sin confirmar ascienden por lo general del conservador cinco veces más (el estimado utilizado por The Lancet), hasta el alarmante 15 veces más alto que el número de víctimas confirmadas. Si utilizamos el estimado más alto, Israel podría haber asesinado al día de hoy a alrededor de 600 mil personas, más de una de cada cuatro personas que hace un año vivían en la Franja de Gaza.
A Stalin se le atribuye la frase siniestra (no sé si con verdad o por propaganda) de que una muerte es una tragedia, pero un millón (a veces se dice solo mil) son estadísticas. El problema de arrojar números tan altos es que los rostros quedan sepultados bajo las ruinas, y la imaginación de los que quedamos vivos no logra capturar la gravedad de lo que se está diciendo. Por ello es importante el esfuerzo, desagradable pero moralmente necesario, de imaginar las lágrimas, la sangre y el polvo en los rostros de las víctimas sedientas. Si con esto no basta para afligir el corazón y remover nuestra conciencia, entonces debemos abrir las redes sociales y escribir en el buscador la palabra “Palestine”, en inglés. Lo demás lo harán las imágenes.
Estas imágenes accesibles en Internet son solo la superficie de los crímenes cometidos al momento de la escritura de este ensayo, como lo confirma un reporte del Consejo de Derechos Humanos de la ONU (Marzo 2024), presentado por la abogada de derecho internacional Francesca Albanese, que acusa a Israel de genocidio contra la población palestina en la Franja de Gaza, como también lo hace una investigación de Amnistía Internacional publicador recientemente (diciembre 2024). En noviembre de 2024, la Corte Criminal Internacional decidió por unanimidad girar órdenes de arresto contra el Primer Ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, y el exministro de Defensa de Israel Yoav Gallant por crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra. Resulta irónico que los abogados de ambos señores argumentaran que la Corte carece de jurisdicción sobre Israel, dado que una defensa semejante fue utilizada por los nazis en los Juicios de Núremberg. En términos estrictamente legales, esta defensa basada en la jurisdicción de un tribunal puede ser válida. Pero dejemos algo en claro: el castigo por crímenes contra la humanidad, como el genocidio, no es un tema meramente legal de jurisdicciones, sino filosófico y de principios. De otro modo, que absuelvan a Göering junto con Netanyahu, y admitamos que los tiempos de Herodes, donde los reyes podían masacrar a las poblaciones civiles sin consecuencias jurídicas, están de vuelta. ¿Ese es el mundo en el que quieres vivir, querido lector?
Los episodios de violencia actuales nos sorprenden por su nivel de brutalidad. Pero es una historia que tiene décadas ocurriendo, como bien lo registra el historiador israelí Ilan Pappé en La limpieza étnica de Palestina, publicado en 2006. Es una historia que los árabes llaman con la palabra nakba, que significa “la catástrofe”, y que los palestinos conmemoran trágicamente todos los 15 de Mayo. Coincide con el Día de Independencia de Israel, el día en el que comenzó la limpieza étnica de 700.000 palestinos desplazados forzosamente de sus hogares, con la subsecuente destrucción de alrededor de las 600 aldeas palestinas donde vivían, con todo el legado cultural e histórico que resguardaron por siglos, y sobre las que se construyeron edificaciones de las nuevas ciudades israelíes.
El propio Ilan Pappé, actualmente profesor en la Universidad de Exeter en Reino Unido (reitero, israelí), declara que el Nakba no fue solo ese evento desgarrador de 1948, sino que es una historia que continúa, dado que la agenda sionista que sirve de fundamento para el estado de Israel nunca defendió con honestidad la llamada “Solución de los dos Estados”. El mesianismo sionista (apoyado por un sionismo protestante anglosajón desde los Estados Unidos, cuya complejidad no puede ser retratada en este artículo) está convencido de que todo el territorio antiguamente gobernado por el rey David debe pertenecer a Israel y los judíos, territorio que incluye partes de la actual Jordania, Siria y Líbano. Argumentan que dicho derecho es divino y atestiguado por la Biblia (compartido por sus aliados en el protestantismo sionista).
El dilema que imponen a sus aliados occidentales no es para nada trivial: si Israel tiene derecho a gobernar todo el territorio, y este debe pertenecer solo a los judíos por mandato bíblico, entonces el exterminio de los palestinos es el ejercicio del derecho a la libertad religiosa de los judíos sionistas. De allí que criticar a Israel y demandar una conducta humanitaria para con los palestinos sea considerado por los sionistas como antisemitismo. Si los judíos no tienen derecho a exterminar a los palestinos, entonces lo judíos no tienen libertad de practicar su religión como está declarada en, por ejemplo, el libro de Josué, como antaño el antisemitismo europeo buscó exterminar la religión de Moisés de Europa.
Evidentemente, se trata de un grotesco falso dilema, pero es un dilema con el que arrinconan a los críticos de Israel con el solo objetivo de que acallemos nuestra conciencia, enfriemos nuestro corazón, y permitamos el retorno a nuestro tiempo del tirano Herodes. Al día de hoy, la protección del imperial aliado occidental es decreto de impunidad. ¿Continuará tolerando el mundo al aciago asesino de niños? Espero que no.
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