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Véndeme tu país, por Mirko Lauer

Y es más fácil, España, en muchos modos / Que lo que a todos les quitaste sola / Te puedan a ti sola quitar todos / (Quevedo a Trump).

Las puyas colonialistas de Donald Trump sobre anexar Canadá, comprar Groenlandia y recuperar Panamá, todo incluso antes de haber jurado la presidencia, anuncian la posibilidad de que las potencias empiecen a repartirse el mundo. En verdad ya lo han venido haciendo, en un sentido productivo, cuyas abreviaturas recientes fueron neoliberalismo y globalización.

Pero el rumbo de la codicia geopolítica ha cambiado. Ya no son solo mercados lo que se busca, también territorios. La pacífica presencia china en África o el avance ruso sobre antiguos territorios de la URSS son el tipo de colonialismo que se está usando ahora. Trump está apurado por ponerse al día con este impulso, que es esencialmente de rapiña.

La consigna de volver a hacer grandes a los EE. UU. tiene que ver con un sentimiento nacional de que el país está a la zaga de la reexpansión colonialista. Incluso que está retrocediendo. Alguna vez Samuel Huntington dio a entender que el frenesí migratorio desde México y de más al sur apuntaba a un deseo de recuperar territorio perdido a manos de EE. UU. en el siglo XIX.

¿Existe un mapa de la nueva voracidad colonial, aparte del que frecuentamos en los noticieros? Para el caso peruano podemos imaginar las riquezas de la Amazonia, del Pacífico Sur y de nuestra costa como recursos codiciables por parte de poderosas capitales lejanas. El puerto de Chancay ha sido una clarinada de alerta sobre un nuevo lugar peruano en el mundo.

Una unidad básica en los nuevos mapas coloniales es el cruce de recursos valiosos con una buena ubicación en las rutas comerciales. Groenlandia junta las nuevas rutas marítimas del Ártico producidas por el cambio climático y una conocida riqueza petrolera, mineral y de metales raros. Además, está la óptima ubicación militar de la enorme isla.

Pero hay problemas. Todos los países quieren conservar lo que ya poseen. Venderle a Washington territorios como hizo Francia, España, México o Rusia en otros tiempos no es fácil. Las diminutas Islas Malvinas precipitaron una guerra. Ya nadie cede o vende territorio si puede evitarlo. Los secretos del subsuelo ya no lo son tanto.

Hay que tener el descaro de un Vladimir Putin o un Trump para lanzarse sin pudor sobre las hectáreas del próximo. Xi Jinping es otro estilo, y entra en una antigua definición de caballero: un sinvergüenza con paciencia.

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