Marisquería El Yerno, la barra imprescindible del Mercado de Atarazanas
En uno de los laterales del Mercado de Atarazanas , Marisquería El Yerno forma parte del paisaje cotidiano de Málaga desde hace más de una década. No es un bar al uso, sino una barra integrada en el propio ecosistema del mercado, donde el producto entra prácticamente de la mano del proveedor y sale al plato con la mínima intervención necesaria. Esa cercanía física y temporal con la lonja es una de las claves de su personalidad. Al frente del proyecto está Francisco Murillo, conocido por todos como Paco «El Yerno» , que llegó al mercado en 2013 y supo leer desde el primer momento qué pedía ese espacio y su clientela. Hoy, su barra es punto de encuentro de cocineros, profesionales del sector y aficionados que buscan producto fresco, bien tratado y servido con agilidad, sin más intermediarios que la vitrina y la plancha. Aquí el día empieza temprano. Cuando el mercado despierta, la vitrina comienza a llenarse con pescados y mariscos procedentes de distintas lonjas andaluzas: Caleta de Vélez, Almería, Huelva… La selección no responde a una lista cerrada, sino a lo que merece la pena ese día. Esa lógica condiciona toda la experiencia: se come lo que hay, y precisamente por eso cada visita es distinta. El Yerno ocupa varios puestos del mercado y cuenta además con una pequeña terraza en la cercana calle Sagasta, pero su esencia sigue estando ahí dentro, apoyada en la barra, donde cada día se decide la oferta en función de lo que entra por las pescaderías vecinas. Aquí no hay una carta cerrada: manda el género disponible y el ritmo lo marca el propio mercado. El recorrido suele arrancar con los crudos, uno de los grandes reclamos del local. Conchas finas y bolos malagueños aparecen sobre hielo, limpios, brillantes, acompañados apenas de limón para quien lo pida. Son bocados que hablan directamente del litoral y que no necesitan aderezos ni explicaciones. A partir de ahí, la barra se mueve entre plancha y fritura, dos técnicas bien afinadas que permiten respetar texturas y sabores. Navajas, gambas o puntillitas pasan por la plancha en tiempos precisos; boquerones, pescadillas, salmonetes o calamares llegan a la mesa con frituras limpias y ligeras, sin rastro de grasa innecesaria. El resultado es un conjunto reconocible, muy legible, que invita a compartir y a seguir pidiendo mientras haya género. Aunque el protagonismo es claramente marino, El Yerno introduce pequeños contrapuntos que completan la experiencia. Una ensaladilla rusa bien ajustada, tomates aliñados con aguacate o unas berenjenas fritas ayudan a oxigenar la comanda. La única carne fija es un pinchito de cordero lechal, una herencia directa del antiguo negocio familiar, que se mantiene como guiño a la historia del puesto. Todo se consume, en su mayoría, de pie, apoyado en la barra o en las mesas altas del entorno, con un servicio rápido y atento que entiende el ritmo del mercado. Uno de los aspectos menos previsibles es su bodega, amplia y bien escogida para un espacio de estas características. Conviven referencias locales con vinos nacionales e internacionales, además de una cuidada presencia de etiquetas del Marco de Jerez, muy bien pensadas para acompañar mariscos y frituras. Ese conjunto ha convertido a El Yerno en una barra frecuentada tanto por clientes habituales como por profesionales de la cocina y la hostelería. No es raro ver a cocineros pasar a mediodía antes del servicio o a aficionados que hacen aquí la primera parada de una ruta gastronómica más amplia por el centro. El Yerno no necesita reinventarse ni adaptarse a tendencias pasajeras. Su fuerza está en una propuesta clara, reconocible y sostenida en el tiempo, donde el mercado marca los tiempos y el producto dicta las decisiones. Una barra que funciona como termómetro gastronómico de Málaga y que explica, mejor que muchos discursos, por qué el mar sigue siendo uno de los grandes patrimonios comestibles de la ciudad.