World News in Spanish

1958: la batalla decisiva

Con solo 300 hombres, cien de ellos desarmados, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz puso una resistencia frontal al enemigo y lo aniquiló o puso en fuga en 30 combates y seis batallas de envergadura. El régimen batistiano salía de la llamada Ofensiva de Primavera, conocida también como «Operación FF» o «Fin de Fidel» con la espina dorsal rota, pero no vencido. Fue entonces que Fidel ordenó la contraofensiva rebelde en la que tendrían un papel decisivo los comandantes Camilo Cienfuegos y Che Guevara, a quienes confió la misión de sacar la guerra de los límites de la provincia de Oriente, mientras que el propio Fidel y el resto de los comandantes estrecharían de manera paulatina un cerco elástico en torno a Santiago.

Diciembre de 1958

Ya para esa fecha Oriente estaba casi totalmente controlado por el Ejército Rebelde. En Las Villas, 2 000 efectivos militares no pudieron contener el empuje de las columnas invasoras de Camilo y Che, y se combatía además en las provincias de Camagüey y Pinar del Río. Crecía la impopularidad de Batista y el desencanto permeaba a sectores que hasta poco antes le daban su apoyo. En La Habana, donde la represión se hacía sentir con saña, la ciudadanía acataba la orientación del Movimiento 26 de Julio que, bajo la consigna de «03C» —cero compras, cero cines, cero cena— llamaba al retraimiento durante las celebraciones pascuales.

La batalla de Guisa, conducida por Fidel entre el 20 y el 30 de noviembre, había tenido lugar prácticamente a la vista de la ciudad de Bayamo, sede del puesto de operaciones antiguerrilleras. El 10 de diciembre, Baire y Jiguaní pasaban a ser territorio libre, y el 11 comenzaba la batalla de Mafo, que se extendió hasta el 30. La ciudad de Palma Soriano se rindió a las tropas rebeldes, y en Las Villas, Camilo y Che mantenían la iniciativa.

En la región central las columnas invasoras lograban interrumpir el tránsito hacia Santa Clara desde el occidente de la Isla, tanto por carretera como por ferrocarril. Che puso sitio a Fomento, lo tomó, y atacó a Guayos y a Cabaiguán con igual éxito. Posteriormente Placetas, Remedios, Caibarién y Camajuaní se rendían ante sus tropas, en tanto que Camilo atacaba las guarniciones del norte de la provincia y ponía sitio a Yaguajay, donde el Ejército batistiano resistió el asedio durante 11 días. Tropas del Directorio Revolucionario y del Partido Socialista Popular, que acataban la jefatura de Che Guevara, combatían asimismo en la zona. 

La estrategia de Che era rendir las guarniciones destacadas en las inmediaciones de Santa Clara, fuerte plaza militar, a fin de privarla de refuerzos. 

En tanto Fidel se proponía el ataque a Santiago, Che daba la orden de combate contra los cuarteles de Santa Clara, que se rendiría casi al mediodía del 1ro. de enero. Ya para esa fecha el legendario Comandante había descarrilado y capturado el tren blindado.

Tiempo de entrevistas  

Mientras esto sucedía, Washington maniobraba para mantener el batistato sin Batista. En su libro El cuarto piso, dice Earl Smith, embajador de EE. UU. en La Habana hasta comienzos de 1959: «Los representantes de los monopolios estaban de acuerdo en que ya era muy tarde para ayudar a Batista y que la mejor alternativa era promover una junta cívico-militar. Esos caballeros coincidían en que una junta lograría un apoyo general del pueblo de Cuba y debilitaría a Castro si incluía a figuras representativas de la oposición política de los grupos civiles y algunos de los mejores elementos del Gobierno. Batista sería excluido». 

El 9 de diciembre Batista recibía a William D. Pawley, viejo conocido, que traía el encargo de la Administración de su país de persuadirlo de que renunciara a la Presidencia. Si lo hacía, podía irse a vivir a EE. UU. y sus amigos y partidarios no serían molestados. Le dio a conocer los nombres de los integrantes de la junta que lo sustituiría. «Nosotros haremos un esfuerzo para que Castro no llegue al poder», dijo y aseguró que hablaba a título personal, lo que no era cierto.

La misión de Pawley se llevó a cabo a espaldas del embajador Smith, reservado por Washington para la gestión oficial en caso de que Batista no aceptase la voz amistosa del emisario, como en verdad ocurrió.

Smith pidió audiencia a través del canciller y Batista lo recibió el 17 de diciembre. Dijo que cumplía esa misión «con reluctancia», pero que su Gobierno veía con escepticismo la permanencia de Batista en Cuba hasta el 24 de febrero del 59, cuando trasmitiría la Presidencia a Andrés Rivero Agüero, «electo» en noviembre. Los términos eran ahora diferentes a los de Pawley: no podría, al menos de inmediato, entrar en EE. UU. ni pronunciarse sobre los componentes de la junta que lo sucedería. Advirtió a Batita el Embajador que no demorara su salida de Cuba más allá del tiempo necesario para una ordenada transmisión de mando. Al resumir el encuentro, Smith comentó en su libro: «Batista respiraba como un animal herido…».

Días más tarde, el 28, Fidel se reunía con el mayor general Eulogio Cantillo, a solicitud de este. El Comandante en Jefe comentaría que aceptó aquel encuentro por lo que podía redundar en el acortamiento de las hostilidades y el fin del derramamiento de sangre. En la reunión, Cantillo se comprometió con Fidel a encabezar un levantamiento el 31 de diciembre en el cuartel Moncada y desde allí solicitar la renuncia del Gobierno y la detención de Batista y de los grandes culpables. No cumplió nada de lo pactado.

En realidad, Batista estaba detrás de todas las gestiones de Cantillo que, de común acuerdo, le pediría la renuncia el 6 de enero del 59 para asumir el mando de las fuerzas armadas. Dicho de otro modo: un golpe de Estado contra Batista orquestado por el propio Batista.

Diciembre 31

Es la fecha final del régimen batistiano; la última noche de Batista. A las diez, el general Cantillo se reúne con el dictador y lo insta a tomar una rápida decisión. Resulta inminente la rendición de Santa Clara y nada podría evitar la caída de Santiago cercada por tropas de Fidel, Raúl y Almeida. 

En la Ciudad Militar de Columbia esperaban el nuevo año, junto al dictador, jerarcas civiles y militares del batistato. A muchos de ellos los citaron con premura los ayudantes presidenciales. Otros se valieron del pretexto de la fecha para comprobar por sí mismos lo que había de cierto en los rumores sobre la renuncia de Batista. Aunque muchos aseguraban que el dictador daría batalla en La Habana, existía entre sus íntimos una inquietud que crecía por momentos. A pasar de la celebración, el ambiente en la casa presidencial de Columbia no era precisamente de fiesta y los continuos apartes entre Batista y Cantillo, que evidenciaban un perfecto entendimiento, acrecentaban la tensión. 

A las 12 de la noche Batista, con una copa de champán en la mano, deseó un feliz año nuevo a todos. Treinta minutos después, en el despacho presidencial y en presencia de un grupo de generales, Cantillo asumió el papel que tenía asignado. Dijo «Señor Presidente: los jefes y oficiales del Ejército, en aras del restablecimiento de la paz pública que tanto necesita el país, apelamos a su patriotismo y a su amor al pueblo, y solicitamos que usted renuncie a su cargo». Dijo Batista entonces que representantes de la Iglesia, el azúcar y la industria le hicieron una petición similar. Pidió papel y pluma y escribió de su puño y letra la renuncia que, como era habitual, firmó con sus iniciales, FBZ.

Pidió que le sirvieran una taza de café con leche y partió para el aeropuerto militar.

De inmediato, Cantillo impuso de los acontecimientos al Embajador norteamericano, decretó el alto el fuego y trató, sin éxito, de constituir una junta cívico-militar. Su gestión resultó efímera. A las nueve de la noche resignaba el mando y lo traspasaba al coronel Ramón Barquín, recién llegado de Isla de Pinos, donde cumplía prisión por su participación, en 1956, en la llamada conspiración antibatistiana de los Puros.

¡Revolución Sí!

Fidel, desde la ciudad de Palma Soriano, y a través de las ondas de Radio Rebelde, no acataba el cese de las hostilidades, negaba reconocimiento a la junta de Columbia —tampoco reconocería a Barquín— y llamaba al pueblo a la huelga general revolucionaria que impediría que la Revolución se viera frustrada en sus propósitos. Advertía: «¡Revolución, sí; golpe militar, no!».

Читайте на сайте