Estos son los países en los que el color de la ropa juega un papel importante en el ritual de Nochevieja
Más allá de las diferencias culturales, todas estas prácticas revelan una misma necesidad contemporánea: traducir el deseo en un gesto compartido cuando el futuro se percibe incierto
Este es el ritual de año nuevo que tienen los japoneses: tranquilidad y limpieza
Cada 31 de diciembre, millones de personas repiten gestos que no figuran en ningún calendario oficial, pero que se mantienen con una sorprendente estabilidad cultural. Comer determinados alimentos, limpiar la casa o vestirse de un color concreto son prácticas que atraviesan países, religiones y sistemas políticos. En la Nochevieja contemporánea, el color de la ropa, visible o íntima, se ha consolidado como uno de los rituales más persistentes para afrontar simbólicamente la incertidumbre del año que comienza.
La antropología cultural lleva décadas explicando estos comportamientos como rituales de control: acciones sencillas que permiten a las sociedades canalizar deseos colectivos en momentos de cambio. Instituciones culturales y museos etnográficos coinciden en que el cambio de año funciona como un umbral simbólico especialmente propicio para este tipo de gestos, donde lo cotidiano se carga de significado sin necesidad de una autoridad religiosa o política que lo legitime.
El rojo en el sur de Europa
En el sur de Europa, ese simbolismo se concentra en el rojo. En España, la costumbre de llevar ropa interior de ese color se ha transmitido sin un origen documentado claro, pero con una fuerza social notable. Medios públicos y organismos culturales han descrito esta tradición como un ejemplo de ritual popular no institucionalizado, asociado al amor y a la buena suerte, que se reproduce año tras año sin necesidad de explicaciones racionales ni respaldo histórico formal.
Italia ofrece una versión muy similar, aunque más visible. Allí, vestir de rojo en Capodanno, palabra italiana para Año Nuevo, forma parte del imaginario colectivo y se extiende más allá de la ropa interior. El propio portal oficial de turismo italiano recoge esta práctica como una tradición arraigada, vinculada simbólicamente a la prosperidad y a la protección frente a la mala fortuna, y muestra hasta qué punto el ritual se ha integrado también en la lógica comercial y urbana del fin de año.
Más colores en Latinoamérica
En América Latina, el código cromático se amplía y se vuelve más explícito. Junto al rojo, el amarillo se ha popularizado como color asociado al dinero y al éxito económico, mientras que el blanco o el verde se relacionan con la calma y la salud. En Brasil, esta lógica alcanza su máxima expresión colectiva: vestir de blanco durante el Réveillon es una práctica masiva, explicada por instituciones culturales y turísticas como una herencia de tradiciones afrobrasileñas en las que ese color simboliza la purificación y el inicio de un nuevo ciclo.
Simbolismo y superstición
En Asia oriental, el papel del color está todavía más codificado. En China, el rojo domina el Año Nuevo lunar como parte de un sistema simbólico estructurado, documentado por instituciones culturales estatales y museos nacionales: no es una superstición aislada, sino un lenguaje visual asociado a la buena fortuna y a la protección. El color organiza la celebración de forma transversal, desde la vestimenta hasta el espacio público.
Japón ofrece un contraste significativo. Aunque no existe una regla supersticiosa sobre qué color ponerse la noche del 31 de diciembre, los tonos blanco y rojo aparecen de forma recurrente en el shogatsu. La Japan National Tourism Organization explica este uso como parte de una simbología ritual ligada a la pureza, la renovación y la protección, presente en la indumentaria tradicional, la gastronomía festiva y los elementos decorativos del Año Nuevo.
Más allá de las diferencias culturales, todas estas prácticas revelan una misma necesidad contemporánea: traducir el deseo en un gesto compartido cuando el futuro se percibe incierto. El color no promete milagros ni cambia el curso del año, pero sigue funcionando como una herramienta social para ordenar expectativas, crear comunidad y dar sentido a una noche que, cada diciembre, vuelve a cargar de simbolismo algo tan simple, y tan humano, como vestirse antes de empezar de nuevo.