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Entre la presa y el Cecot: la Costa Rica que se estanca mientras el poder se enoja

Como nací a nivel del mar y con la mirada puesta en el horizonte al final del océano, los primeros días después de llegar a San José, Costa Rica, sentí una especie de asfixia al verme rodeada por montañas y no poder encontrar mi punto de fuga.

Toco la bocina, el claxon, el pito a la moto que casi pega contra el espejo de mi carro, pero me digo “calma, calma, que esta presa va para rato”. Y sigo escribiendo este artículo en mi cabeza.

Con el tiempo y la domesticación del nuevo entorno, me fui sintiendo cada vez más libre y pude apreciar la belleza de esos cerros, tan locamente verdes y estallados de colores como para merecer un manicomio. En mi ciudad natal, gris y triste, nunca había visto algo así.

Eso me vuelve a la cabeza ahora, cuando en la Circunvalación veo las montañas a lo lejos, solo que en la atmósfera presente, la angustia acecha otra vez.

No sé ustedes, pero cuando me atrapa una presa tan imposible de remontar como esta, me agarra un sentido del humor tonto, infantil. Nada intelectual. Supongo que es un recurso para evadir el aprisionamiento que, estando allí, no se puede ver, como sí lo gritan las paredes de una cárcel. Pero no por impalpable deja de ser real.

Es entonces cuando les invento nombres a los conductores según las letras de sus placas, que me quedan a la vista mientras hacemos la procesión gastando gasolina. Pero después, cuando la presa se hace más insoportable, también me pongo espesa en ese juego.

Así, comienzo a imaginar nombres normales. Por ejemplo, a una placa PMG, le pongo Pedro Mejía González. Pero, con el tiempo, que no pasa porque la presa se estanca, termino llamando Baboso Cretino Maje al que en su placa lleva las iniciales BCM y usa un tubo de escape ruidoso. La verdad es que les digo cosas peores, que no puedo escribir aquí.

Se vienen las elecciones –piensa mi mente, brincando de una cosa a otra, ya que, dentro del carro, el resto de mi cuerpo no puede moverse gran cosa–. Los simpatizantes del oficialismo están felices, según las encuestas, aunque las presas se hayan multiplicado. Hace rato que quiero escribir sobre esto. Pero solo procrastino. El sol empieza a apretar.

Hasta el 9 de diciembre pasado, se habían importado 188.080 autos nuevos, especialmente de China. Un récord histórico. Chinos fueron algunos de los importadores que financiaron la campaña de Chaves. Otros fueron ticos e importan arroz, pero sobre todo de América del Sur, parece. Este gobierno les bajó aranceles significativos a las importaciones. Entonces, algunos ticos y ticas están más felices por tener un auto y por comer un arroz que, de todos modos, sube y baja de precio según la temporada. Muchos otros lloran porque ya no pueden producir arroz.

Los que están felices, aunque se queden parqueados en medio de una presa, como ahora, están contentos también porque la inflación está baja, aunque esto se deba a la reforma fiscal del 2018 y al menor precio del petróleo. Por eso también es que la gasolina está más barata, y los pasajes de avión, aunque eso no sea mérito del gobierno, sino del mercado internacional de combustibles, que también son importaciones. A eso se debe que haya bajado la electricidad. Y para gastar mucha, pueden comprarse pantallas importadas cada vez más grandes en el Black Friday y ver el Mundial en el que Costa Rica no jugará.

Así es que hay vacunas contra la fiebre amarilla para todo el mundo –incluso para los antivacunas–, para que puedan viajar a Colombia a pachanguear, o a casarse y después divorciarse o, si prefieren, pueden comprar carros importados baratos y luego ensancharse las caderas en las presas.

Pero cuando se acaben los precios bajos de los combustibles y el dólar vuelva a subir, vendrá el rechinar de las billeteras.

Por mi lado izquierdo, se acaba de parar otro tipo de la especie BCM, que ha puesto el radio a todo volumen con lo que parece un narcocorrido.

Esto me recuerda la inseguridad, y a Bukele. Y no puedo dejar de reproducir en mi mente el “diálogo” que sostuvo Chaves en El Salvador, durante su visita a la cárcel de máxima seguridad –que, en El Salvador, se llama Cecot–, con aquellos seres humanos deshumanizados desde antes y después de estar en esa enorme prisión. “Buenos días o buenas tardes”, no recuerdo, los saludó. La respuesta fue igual, a coro. “Yo soy el presidente de Costa Rica”, se les presentó. No me acuerdo qué respondieron. “Ah, ok”, seguro. Después Chaves se volteó hacia la comitiva y los guardias armados que lo acompañaban y dijo: “Vaya pregunte eso en La Reforma”.

Me da risa imaginar todas las barbaridades que aquí los presos pueden gritarle a un presidente. Pero a él lo frustran y acongojan y lo vuelven irascible como a un niñito de kínder a quien otro pequeño le quita su carrito.

Esa placa debe ser de un Zacarías Tarado Xilófono, porque es ZTX. Ahora les encanta ponerse placas como XYZ, QQQ, ZZZ, o, lo máximo: XXX-007. Ta-ra-dos.

Entonces, el Cecot se me convierte en una alegoría del chavismo. Entra en rabietas o berrinches cuando alguien lo refuta o contradice; despide, difama, insulta, grita, si no se le alínean.

Por cierto, debo alinear el carro antes del próximo Riteve, aunque ya no se llame así, para que todo salga bien.

Y, para la inseguridad, su oferta electoral es suspender las garantías individuales, meter a todo mundo en la gran cárcel, dejar que los maleantes sueltos se maten “entre ellos”, y buscar un gobierno de partido único con mayoría absoluta en la Asamblea –eso se llama dictadura, tanto en la derecha como en la izquierda–, para que nadie le pueda decir que no, para que los presos de La Reforma no puedan responderle lo que quieran y no le agarren las rabietas.

Para callar a radio Sinfonola y a los medios independientes, para que todo mundo le responda con un “sí” a coro como en El Salvador. Allí, los periodistas no pueden informar de lo que realmente encuentran –tampoco los presos–, y se tienen que ir del país para no terminar en la prisión. Porque, de plano que en el Cecot tico no van a terminar ciertos personajes que le deben plata a la Caja desde el 2012, como aquel.

Pucha, que calienta el sol y esto no se mueve. ¿Me río o pataleo? ¡Montón de inútiles! De verdad. ¡Hagan el tren o pongan tranvías!

Estoy harta y me viene a la cabeza un chiste de la adolescencia. Un Gran Jefe Cherokee está con problemas de estreñimiento y va a que lo atiendan en el Seguro –digamos hipotéticamente, porque en los Estados Unidos no hay CCSS–.

Para que el médico lo cure, explica como puede, en su poco inglés: “Gran Jefe no caca”. Fácil de entender, el “doctor” –porque la mayoría no pasa de ser licenciado–, le receta el remedio para su atasco y le dice que vuelva en una semana.

Cuando el paciente regresa, el médico le pregunta que cómo le fue con el tratamiento. Conservando su dignidad, este le responde con estoicismo y alivio: “Gran caca, no Jefe”.

“Gran Cecot, no democracia”, digo yo. Entre las presas y las necedades del chavismo, “Gran Cecot, no más Costa Rica”.

Piense bien su voto en estas elecciones, que su decisión sea completamente útil en las dos papeletas para que haya una Asamblea plural, como es el país, y una segunda vuelta con una alternativa decente. Y que tengan todos y todas una feliz cena de Año Nuevo, sin todo el menú importado.

maria.florezestrada@gmail.com

Red X: @MafloEs

María Flórez-Estrada Pimentel es doctora en Estudios Sociales y Culturales, socióloga y comunicadora.

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