En Bruselas no ha pasado nada

Abc.es 

Los tres grupos políticos que apoyaron la última Comisión Europea presidida por Ursula von der Leyen (populares, socialdemócratas y liberales) han acordado repartirse los altos cargos de la UE para los próximos cinco años. No hubo sorpresas en una rápida negociación que dirigieron Pedro Sánchez y Olaf Scholz por los socialdemócratas y Donald Tusk y Kiriakos Mitsotakis por los populares. La terna, que aún debe ser aprobada por una mayoría del Consejo Europeo formado por los jefes de Estado y de Gobierno de los 27, quedó tal como se esperaba: Von der Leyen repite al frente del Ejecutivo de Bruselas; el ex primer ministro socialista portugués António Costa encabezará el Consejo Europeo que dirigía Charles Michel; y la primera ministra estonia, Kaja Kallas, liberal, será la alta representante para Política Exterior y de Seguridad en lugar de Josep Borrell. El reparto es una copia del que existió en los últimos cinco años y crea la impresión de que las instituciones europeas van a seguir operando como si nada hubiera pasado en las urnas. Pero esta es una falsa impresión, porque la derecha populista, con su amplia gama de pulsiones euroescépticas, ganó mucho terreno electoral y los verdes y liberales se hundieron, básicamente porque los votantes tienen dudas sobre dos cuestiones esenciales: la transición energética, el pacto verde patrocinado por Von der Leyen, y la gestión de la inmigración. Seguir con la misma política que hasta ahora no hará más que acrecentar el descontento e impulsar a los partidos con los que no se quiere hacer política. Y por eso, no se entiende que la controvertida ley de renaturalización entrara en vigor por un ajustado margen, en un proceso que sólo se desbloqueó con la actuación irregular de una ministra austríaca, tan sólo unos días después de la votación. Fue una verdadera bofetada a las dudas expresadas por los electores. El Partido Popular Europeo (PPE) es el que está en una posición más complicada porque una parte de sus electores coinciden con los votantes de otros partidos situados más a la derecha. De hecho en su manifiesto electoral prometió que reduciría la velocidad de esas transformaciones económicas empezando por revertir la prohibición de vender coches con motor de explosión. Muchos de sus dirigentes han aceptado a regañadientes apoyar un segundo mandato de Von der Leyen y esperan que en esta segunda etapa cambie de política. Pero no puede hacerlo apoyándose en las fuerzas que hay a su derecha, empezando por Giorgia Meloni, porque para los demás socios (socialistas y liberales) es inaceptable. Con toda razón, la primera ministra italiana se ha quejado por la falta de consideración hacia las ideas que ella representa. Meloni sostiene que las últimas elecciones cambiaron «el centro de gravedad» dentro de la UE, más escorado ahora hacia la derecha, y ha considerado «surrealista» que se haya planteado una terna continuista sin «reflexionar» siquiera sobre la voluntad expresada por los ciudadanos en las urnas. Someter a Meloni a un cordón sanitario, tan del gusto de los socialdemócratas, es un error. Tanto en el caso de Ucrania como en el de la inmigración, ha demostrado su europeísmo. Con los resultados en la mano será necesario que la nueva cúpula europea haga un gesto hacia los votantes de esas fuerzas emergentes. Si se aceptan sus preocupaciones con realismo y sentido común la Unión deberá cambiar, si no de rumbo, al menos de velocidad. De lo contrario, lo único que crecerá en el proyecto europeo será la división y la desafección de los ciudadanos.

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