De las trampas y los gatos a los anticoagulantes, así se han matado las ratas a lo largo de la Historia

Abc.es 

En las brumas del pasado, cuando la humanidad aún daba sus primeros pasos, las ratas ya eran una amenaza. Y es que, desde las oscuras bodegas de la antigua Roma hasta las alcantarillas de las metrópolis modernas, estos roedores -astutos y tenaces- han sido nuestros compañeros no deseados, que se han dedicado a atacar nuestros graneros, robar nuestra comida y propagar enfermedades. Su presencia en barcos y caravanas las convirtió en vectores de enfermedades devastadoras como la peste bubónica, que diezmó a poblaciones enteras a lo largo de la Edad Media y marcó un punto de inflexión en el curso de la historia europea. La lucha contra las ratas es tan antigua como la civilización misma. Los primeros intentos de combatirlas se basaban en métodos muy rudimentarios: trampas elaboradas con madera y piedra. En el Antiguo Egipto, los gatos eran considerados animales sagrados, en parte por su destreza para cazar ratas. Los romanos, maestros de la ingeniería, construyeron trampas más elaboradas con resortes y jaulas. En la Edad Media, la Iglesia católica llegó, incluso, a considerar a las ratas como demonios enviados por Satanás para atormentar a la humanidad, fomentando con ello la inquina hacia los roedores. Con el paso del tiempo, el ingenio humano dio lugar a una variedad cada vez más sofisticada de métodos para combatirlas. En el siglo XVI, un avance accidental marcó un hito en la historia de los raticidas: un grupo de cazadores galos detectaron que las ratas que comían trigo contaminado con estricnina, un alcaloide altamente tóxico, morían rápidamente. Este descubrimiento fortuito impulsó la investigación sobre el uso de venenos específicos para el control de ratas. Una de las anécdotas más famosas en la historia de los raticidas es la del Rey Luis XIV de Francia. Obsesionado con la limpieza y el orden, el monarca francés ofreció una recompensa a quien inventara un método eficaz para exterminar a las ratas que plagaban el palacio de Versalles. Un inventor ingenioso diseñó una trampa especial con un cebo irresistible para las ratas y un mecanismo que las decapitaba instantáneamente. El Rey quedó tan impresionado que le otorgó la recompensa y lo nombró «Cazador Real de Ratas». En cualquier caso, el raticida definitivo no llegó hasta el siglo XX con el descubrimiento de los anticoagulantes. Estos compuestos, que actúan inhibiendo la coagulación de la sangre, provocan hemorragias internas en las ratas, lo que les causa la muerte. La warfarina, desarrollada en la década de 1940, se convirtió en el primer anticoagulante ampliamente utilizado como raticida. Su efectividad, su baja toxicidad para humanos y mascotas, y el bajo costo la hicieron una herramienta de enorme valor para el control de estos indeseables roedores en entornos residenciales, comerciales e industriales. A pesar de todo, el uso de anticoagulantes no está exento de desafíos. Algunos anticoagulantes de segunda generación pueden ser peligrosos para animales no objetivo, como perros y aves rapaces. Además, la creciente resistencia a los anticoagulantes en algunas poblaciones de ratas exige el desarrollo de nuevas estrategias de control de plagas.

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