La lluvia destiñe el desfile pero no puede con un emocionante final

Abc.es 

Los viejos cronistas dirían que este insólito y larguísimo partido disputado sobre las aguas del Sena tuvo dos mitades muy distintas. En la primera de ellas la lluvia, que descargó con fuerza sobre París , amenazó con hundir un espectáculo colosal, imaginado a lo grande, sin reparar en gastos ni en osadías. En la segunda, sin embargo, ni el formidable aguacero pudo con la magia del olimpismo, encarnada en varios atletas de estatura mítica. Fue un gozo histórico ver navegar por el Sena a Rafa Nadal con la llama olímpica , acompañado por Carl Lewis, Serena Williams y Nadia Comaneci. A Nadal le había entregado el testigo Zinedine Zidane y ambos fueron recibidos con una gran ovación del público presente en el Trocadero. Ellos representaban el último capítulo y más emocionante capítulo de la ceremonia, titulado 'eternité'. Nadal sonreía, vestido con el traje de la selección española , ascendido ya a la altura definitiva e incontestable de los deportistas sobrehumanos con los que compartía singladura. Tras una sucesión de últimos relevos abrumadora, llena de mitos del deporte francés y universal , como la tenista Amelie Mauresmo o el jugador de baloncesto Tony Parker, la antorcha llegó a las manos de dos gigantes: la atleta Marie-José Perec y el judoca Teddy Reiner , ambos tricampeones olímpicos. Los dos juntos encendieron el pebetero y se convirtieron en un símbolo. Como antes había subrayado el presidente del COI, Thomas Bach, en estos Juegos se ha alcanzado por fin la paridad entre hombres y mujeres. El colofón, más allá del pebetero, lo puso Celine Dion , retirada hace ya cuatro años por una grave y extraña enfermedad neurológica, el Sindrome de la Persona Rígida. Dion, a los pies de la Torre Eiffel, cantó 'L'Hymne à l'amour', de Edith Piaf y colocó una hermosa guinda en un pastel muy difícil de cocinar y que estuvo al punto de irse al traste por la lluvia. Salvo que uno viva en Sevilla o en Badajoz, organizar grandes espectáculos al aire libre siempre tiene sus riesgos, aunque sea en pleno verano. Estaban los organizadores de París 2024 muy preocupados por la seguridad y al final el auténtico enemigo, el que les podía chafar la fiesta, ni tiene rostro ni envía cartas amenazantes. L a capital francesa solo es la ciudad de la luz algunos días, y este viernes no lo fue . Su fabulosa escenografía, sus palacios imponentes, sus puentes imperiales, no lograron resplandecer como los organizadores esperaban. Los atletas desfilaron en barcos y solo unos pocos (los cubanos, por ejemplo) tuvieron la picardía de llevarse unos paraguas. Los demás saludaban al público bajo el aguacero para disgusto de sus madres y de sus médicos, que ya estarán temblando ante la posibilidad de que un mal catarro los deje sin medallas. Thierry Reboul, el director ejecutivo de la ceremonia, quiso hacer un espectáculo inigualable, portentoso, lo nunca visto, y en cierto modo lo consiguió. Resulta casi una heroicidad plantear un escenario abierto durante seis kilómetros, con más de 8.000 atletas navegando por un río, y actuaciones muy variadas en las orillas . Con respecto a otras ceremonias más tradicionales, los atletas perdieron protagonismo. La propia dimensión de los barcos obligó a juntar delegaciones imposibles: Canadá, la República Centroafricana y Chile viajaban en el mismo bote y todos de rojo, lo que dificultaba la distinción. Sin embargo, otros países casi sin atletas, como Bahrein o Bangladesh se permitieron el lujo de ir por su cuenta, en coquetos minibarquitos de bolsillo. Desde el punto de vista olímpico, más allá de la lluvia inclemente, quizá este fuera el mayor inconveniente de la ceremonia. Salvo al final, los deportistas quedaron en ocasiones reducidos a simpáticos comparsas para que París pudiera lucir sus encantos por televisión . Aunque los asistentes aplaudieron a las delegaciones, esta era en realidad una ceremonia pensada para que millones de espectadores la vieran desde el sillón de casa. Eso quedo claro desde el principio, cuando Lady Gaga descendió por un entrada de metro simulada situada en la isla de Saint Louis, y allí en realidad no había nadie. Por las pantallas gigantes se veía a la célebre cantante, vestida a lo francés, cantando 'Mon truc en plumes', de Zizi Jeanmarie, y los espectadores de aquella zona, sin embargo, seguían viendo la escalera desnuda. Ni truc ni plumes ni Lady Gaga. Hubo espectáculos sobresalientes, como esa recreación de la Revolución Francesa en heavy metal, pero resultaba muy difícil mantener el entusiasmo bajo el aguacero. Muchos espectadores fueron abandonando las orillas del Sena en busca de refugio , pese la profusión de paraguas y de chubasqueros coloristas. Al menos sí que pudo cantar Aya Nakamura, la estrella de música urbana nacida en Bamako (Mali), que mezcla en sus letras el francés con otras lenguas e incluso argot, para desesperación de los puristas y enojo de los ultraderechistas. Este viernes compareció formidablemente arropada por 60 músicos de la guardia republicana. Con un minivestido dorado de Dior reinterpretó a Charles Aznavour y lo convirtió en un arrebato étnico. La ceremonia estuvo llena de guiños a la cultura francesa . El director artístico, Thomas Jolly , la había imaginado como una sucesión de cuadros temáticos. Los barcos tardaron unos cincuenta minutos en cubrir los seis kilómetros que median entre los puentes de Austerlitz y el de Iéna. En los últimos tramos, cuando cruzaban bajo el puente Alejandro III, casi no había ya saludos ni aplausos. Solo prisa por llegar. Si hubieran podido, habrían apretado el acelerador para arribar cuanto antes al Trocadero . Buena parte del público había abandonado la grada, sobre todo los que tuvieron que permanecer de pie,y los atletas, aunque algunos se esforzaban, tampoco parecían tener muchas ganas de andar saludando en cubierta. La última delegación en partir fue, como manda la costumbre, la francesa. Al grito de 'allez les bleus', los espectadores trataron de infundir ánimos a los suyos. También recibieron grandes muestras de apoyo los atletas palestinos y los que integran el equipo de refugiados, segundos en desfilar después de los griegos, que, como marca la tradición olímpica, abrieron la marcha. Pero esta era la fiesta de los franceses y eso se notó cuando llegaron al Trocadero . Se desencadenó entonces un festival de sonido, luz y música que no dejó palo sin tocar: del rock al pop, del techno al funky. Entonces cambió el panorama. Subió al estrado Tony Estanguet, presidente del comité organizador, y sentenció: «Cuando uno ama los Juegos, no se deja impresionar por unas gotas de lluvia». Justo en ese momento, casi tres horas después de que saliera el primer barco por el Sena, la ceremonia cogió vuelo y se impuso, por fin, a la borrasca. Los Juegos Olímpicos de París ya han comenzado.

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