El surf español, ante la ola más temible: «Hace lo que quiere contigo»

Abc.es 

Aseguran los surfistas que el lugar más bonito de París 2024 no se encuentra en la capital francesa, precisamente. A 15.700 kilómetros de la Torre Eiffel ellos preparan su competición en Teahupoo, un pequeño remanso de paz al suroeste de Tahití, en la Polinesia Francesa. Allí cuentan con una de las olas más temibles y legendarias del surf mundial, reservada solo para valientes. Se forma después de que el agua recorra cientos de kilómetros en océano abierto y de repente choque contra un arrecife de coral donde apenas cubre: el 'muro de las calaveras'. Ese cambio tan drástico genera una ola violenta, hueca y poderosa. Un peligro que en el pasado ha costado la vida a más de un surfista. Una caída en ese suelo de coral vivo, afilado en extremo, conlleva amargas consecuencias. La mística de Teahupoo ha convocado durante años a los mejores surfistas del planeta, y París no quiso desaprovechar la oportunidad de utilizarla en la segunda competición olímpica de este deporte. A ella se han clasificado 48 surfistas -24 mujeres y 24 hombres-, entre ellos tres españoles. Todos proceden del País Vasco. Nadia Erostarbe (Zarauz, 24 años), Janire González (Zumaia, 19) y Andy Criere (Hendaya, aunque criado en Fuenterrabía, 28), representan la pujanza del surf de aquella comunidad. En realidad, son tres y medio, porque este sábado saldrá a la primera ronda otro surfista nacido en España, aunque representando a Alemania. Tim Elter nació y aprendió a surfear en Fuerteventura, el lugar que escogió para vivir su padre arrastrado por su amor a esta disciplina. Junto a los tres miembros de la delegación española se encuentra Aritz Aranburu, campeón de Europa en 2007 y el surfista español que más y mejor ha montado la ola de Teahupoo. «Es de las más bonitas del mundo y al mismo tiempo una de las que más intimida. Está en medio del Pacífico y en esta época del año puede llegar a ser muy potente», expresa el seleccionador nacional en una charla con este periódico a pocas horas del inicio. Aranburu ha intentado transmitir su sabiduría y conocimientos a los tres miembros del equipo en las dos concentraciones previas que han realizado allí, un paso fundamental para afrontar con garantías la cita olímpica. «Es una ola muy cambiante y es importante trabajarla mucho. Hay que pasar tiempo en esta rompiente, adaptarse. Y eso se consigue metiendo muchas horas y surfeando todas las caras. La intuición es esencial». Afirma el técnico que la progresión de sus pupilos en este tiempo ha sido más que positiva, aunque ellos aún no han perdido el asombro ante el reto mayúsculo que se les presenta. «No me acostumbro», dice Andy Criere . «No solo a la ola, sino a todo el entorno que es lo que lo convierte en mágico a este sitio. Los paisajes, el color del agua, las montañas de fondo... Y la ola puede ser un regalo o una sorpresa desagradable. Hace lo que quiere contigo. Es muy impredecible y fuerte. Llega muy rápido y no la ves con antelación. Nos lleva a nuestro límite de adrenalina. Cuanto más la surfeo más pienso que beneficia a surfistas que son toros. Ser fuerte físicamente te puede sacar de muchas situaciones complicadas». En Teahupoo los surfistas tienen su propia Villa Olímpica. Un buque de carga convertido en crucero atracado junto a la costa, en el que los deportistas y sus entrenadores tienen comedor, gimnasio, piscina y hasta sala de tatuajes. El equipo español pasa allí algunas horas al día, pero también dispone de una pequeña casita rodeada de palmeras y mar en la que suelen dormir. «Tenemos nuestra comprita, cocinamos un poco y hacemos largas sobremesas. Jugamos al ping-pong y nos echamos muchas risas. Estamos llevándolo todo con mucha energía», relata Aranburu. De momento, todo lo que sucede en París les es ajeno, aunque las fuertes medidas de seguridad también han alcanzado a la isla. «Tenemos que pasar muchos controles y hay que coger varios barcos hasta llegar a la ola. Es más raro que otra cosa», cuenta Erostarbe. En su día hubo polémica por la estructura que quiso colocar la organización de los Juegos para controlar la competición, que amenazaba con quebrar la estabilidad de un lugar protegido en el que habitualmente viven un millar de personas. Al final pudo la presión local y las dimensiones de la construcción se han adecuado a las necesidades del arrecife. «Es un pueblo muy tranquilo, pequeño y cercano a todos. El final del camino, porque no se puede dar la vuelta a la isla en coche. Te hacen sentirte parte de la familia. Ahora sí que hay una gran diferencia respecto a su día a día, pero lo bonito es que después siga estando como ha sido siempre», confía Aranburu.

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