Alcaraz se divierte y se recrea en su estreno olímpico

Abc.es 

Saca el puño igual Carlos Alcaraz cuando gana un punto, pero es otro Carlos Alcaraz al que pisó esta misma pista hace dos meses. No solo porque ha ganado tanto la Copa de los Mosqueteros como Wimbledon en este tiempo entre finales de mayo y finales de julio, sino porque viste de amarillo y rojo y vive una experiencia en la que no hay Roland Garros por ningún lado, sino aros olímpicos y camisetas en las gradas de todos los países. Es otro ambiente, música entre juegos, otro público, que ha soportado la lluvia de la mañana en las colas de entrada, algo que no ocurre en el otro Roland Garros, y el premio también es diferente. Por el momento, Alcaraz no acusa los nervios de un torneo que nunca había experimentado, con un banquillo en el que no está Juan Carlos Ferrero en la esquina, sino David Ferrer, como capitán del equipo español, Albert Molina, su mánager, y Samuel López, su segundo entrenador y que también es de Pablo Carreño. También se enfrenta a una situación que no suele acontecer demasiado: la entusiasta grada que se levanta en aplausos y en gritos de «¡¡Habib, Habib!!» cuando el libanés gana su primer juego con 3-0 abajo. Es un Roland Garros olímpico revolucionado más parecido a una Copa Davis que a cualquier otro Grand Slam. Y que multiplica el eco de la expresividad con el techo cerrado de la Suzanne Lenglen, porque la lluvia sí es igual a cualquier otra edición del grande parisino. Pero se hace con todo Alcaraz, disfrutando de las olas improvisadas del público con sonrisa de quien estrena juguete nuevo. Incluso se desmarca con un aplauso para agradecer la algarabía, que él se nutre de ella. La victoria, no obstante, llega igual, porque la derecha funciona olímpicamente bien y a Habib, primeros juegos también y primera vez que está representado el Líbano en un torneo como este. No deja espacio el español para que nadie lo moleste en este estreno olímpico en el que se lo ha pasado bien. A pesar de la velocidad con la que Habib podía impactar a la pelota, el murciano siempre tenía más recursos para apaciguar al rival. Sin aparente dificultad, logra un primer set en el que siente que jalean a su favor, pero también mucho a favor del Hadid. Pero está cómodo y centrado Alcaraz, que tiene una muy buena oportunidad de brillar en unos Juegos y sabe de sobras cómo divertirse sin perder la concentración ni el camino. Si apacible es el primer set, mucho más lo es el segundo. Centrado en lo que sabe hacer muy bien, aborda desde todos los lados al libanés, que hace lo que puede, pero no consigue que sus dejadas sean tan efectivas como las del rival ni su potencia alcance el mordiente de Alcaraz. También lucha para dejarse ver, que esto son unos Juegos Olímpicos y hay que disfrutarlos, pero sucumbe ante los ecos de esa derecha murciana que rompen el aire. Sin desgaste, el murciano tiene unas horas para descansar y preparar el partido de la jornada, ese superdobles de pareja con Nadal y contra los argentinos González y Molteni. En una hora y doce minutos, Alcaraz ha descubierto lo que significa un torneo cada cuatro años, con los colores de su país, con una medalla al final de la semana en la que forma equipo con los jugadores españoles y vive una experiencia con los mejores deportistas del planeta en todas las disciplinas. Él es uno de los elegidos. El serbio cumple su primer objetivo con una aplastante superioridad sobre Matt Ebden. Un 6-0 y 6-1 ante el australiano, que no jugaba un partido individual desde 2022, que evidencia el hambre con la que ha entrado Djokovic a este torneo olímpico, su quinta participación. Sabe bien que es su última ocasión de conseguir un metal que quedaría precioso en un palmarés descomunal, y no tuvo reparos en activar el modo demoledor ante un Ebden superado en todo. En segunda ronda, espera a Rafael Nadal , estrella del desfile inaugural el viernes, aunque este deberá pasar por una primera ronda contra Marton Fucsovic. El serbio quiere que llegue el español a esa eliminatoria que supondría el capítulo 60 en su eterna rivalidad. «Sería muy bonito porque, posiblemente, sería nuestro último baile juntos», admitía el serbio. Con 37 años él y 38 el español, es fácil que lo sea.

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