El misterio del 'secuestro perfecto' que el FBI lleva medio siglo sin resolver

Abc.es 

Todo comenzó un 24 de noviembre de 1971. Aquella jornada, un hombre de mediana edad vestido con corbata y abrigo acudió al aeropuerto y compró un billete para el Boeing 727 de la Northwest Orient Company. Así arrancó el único caso que el FBI ha admitido no haber podido resolver. «Es hora de cerrar la investigación porque no hay ninguna prueba», afirmó uno de sus agentes, Frank Montoya, en 2016. Desde entonces, el archivo de D. B. Cooper permanece en las estanterías de la agencia de inteligencia norteamericana como 'no resuelto'. Y eso, a pesar de que secuestró el avión y escapó con 200.000 dólares del rescate. Esta historia no tiene desperdicio y ha copado las páginas de los medios de comunicación desde hace ya cinco décadas. Es lo que suele pasar con los misterios sin resolver. Narran las crónicas que el tipo en cuestión arribó al aeropuerto y que adquirió un billete de Portland a Seattle; un día normal para los operarios. La transacción fue satisfactoria y se realizó a nombre de un tal Dan Cooper. Poco después, se subió al avión y se sentó en la última fila. Junto a él había, según explicó el ABC de la época, 41 personas entre pasajeros y tripulación. A nadie le pareció extraño su comportamiento. Durante el viaje, sin embargo, el tal Cooper entregó una nota a la azafata Florence Schaffner , de 23 años. En principio, la joven no dio importancia al papel. Sin embargo, cuando lo leyó entró en pánico. En aquel mensaje, explicaba que tenía una bomba en la maleta y que estaba dispuesto a hacerla estallar si la compañía no le entregaba 200.000 dólares en efectivo y cuatro paracaídas. Por exigir, exigía hasta que los billetes fuesen pequeños, de 20 dólares como máximo. Las versiones varían, pero parece ser que no tardó en levantarse y comunicar sus intenciones a todo el pasaje. ABC escribió que «varios pasajeros, que describieron al hombre como 'fuerte, de mediana edad y tranquilo', señalaron que oyeron que el secuestrador amenazaba con volar el aparato si no se cumplían sus deseos». A partir de ahí, la función se desarrolló a toda velocidad. Cooper consiguió que el piloto aterrizase en Seattle y, ya en tierra, culminaron las negociaciones. Según desveló ABC, las autoridades terminaron por atender a sus deseos para evitar una matanza: «Un portavoz de la Administración Federal de Aeronáutica informó que la compañía había facilitado al secuestrador los 200.000 dólares y los cuatro paracaídas que había solicitado en concepto de rescate. El portavoz añadió que funcionarios de la agencia habían estado negociando con el secuestrador por espacio de dos horas». Cooper, o cómo diantres se llamara en realidad, liberó después a los pasajeros y a varios miembros de la tripulación. Solo se quedó con los necesarios para hacer funcionar el avión: los pilotos y una azafata. «Fuera el que fuera el extraño proyecto de robo y secuestro del misterioso hombre de negro, iba viento en popa. Las autoridades en tierra estaban confundidas. Creían imposible que el hombre intentara usar los paracaídas para lanzarse de un avión que no estaba preparado para ello», explica el periodista León Krauze en su libro 'Historias perdidas'. Tras recibir el dinero, el secuestrador ordenó que el avión despegase y pusiese dirección a México a una altura concreta, menos de 3.000 metros. Y ahí comenzó el enigma. La versión más extendida afirma que, cuando el aparato estaba entre Seattle y Nevada, Cooper saltó por la puerta trasera. Una teoría que confirmó el mismo piloto y que recogió este periódico: «Durante el vuelo, el piloto observó que el secuestrador se sentaba con un paracaídas sujeto a su espalda, en la puerta de entrada posterior del aparato, que estaba abierta». A partir de entonces desapareció sin dejar rastro. «Cuando aterrizó en Reno, el avión fue rodeado por la policía y por miembros del FBI , quienes, con perros, montaron guardia en la alejada pista del aeropuerto», continuaba el diario. Pero ya no estaba en el aparato. De nada sirvió que el FBI tratase de investigar el caso, pues los nueve años siguientes los agentes se dedicaron a dar palos de ciego. Tan solo hubo una prueba que la agencia trató de seguir, la aportada por Brian Ingram, un niño. «El primer auténtico hallazgo surgió en 1980, casi diez años después del prodigioso secuestro. […] Fue entonces cuando un niño de ocho años de edad encontró en el río Columbia, cerca de Vancouver, casi seis mil dólares envueltos en ligas pertenecientes al botín de Cooper», añade el autor anglosajón en su obra. Para algunos, estos papeles demostraron que Cooper se había salvado y había logrado escapar, aunque para otros sugirió todo lo contrario: que había muerto. De lo contrario... ¿Por qué se habría dejado esos fajos? Las preguntas, según parece, seguirán abiertas. Sin embargo, la historia ha continuado interesando a la sociedad desde entonces. Así lo demostró el que, en 2008, se subastaran en Dallas varios billetes de los que fueron encontrados en los años 80 por un valor 120 mayor del habitual. «Obviamente hay todavía un gran interés en el caso. Personalmente siempre me he preguntado si Cooper vivió o no», dijo ese año Greg Rohan, el encargado de vender estas reliquias .

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