El oro liberador de Simone Biles

Abc.es 

No sabemos en qué pensaría Simone Biles cuando, hacia las seis y media de la tarde, se colocó en el pasillo que conduce al potro, alzó la vista y vio el aparato. No sabemos siquiera si pensó algo o si, abismada en sus mundos, absolutamente concentrada, se limitó a visualizar el salto. Pero ese era su momento, el más delicado, el definitivo. Hace tres años, en ese exacto lugar, pero en Tokio, a más de 10.000 kilómetros de distancia, una tormenta interior descargó sobre el cerebro de la gimnasta americana y anuló su voluntad, su fuerza, su equilibrio. Una de las mejores y más famosas deportistas del mundo, la pequeña mujer de los saltos imposibles y de las piernas como columnas aladas, se quebró de pronto y entró en un confuso laberinto. De ese laberinto escapó este martes. Aunque había reaparecido en 2023 y había vuelto a ganar el Campeonato de Estados Unidos, el martes, a las seis y media de la tarde, en el Arena Bercy de París , cuando Simone Biles aventó todos sus fantasmas, cerró el círculo vicioso, superó la herida de Tokio y recuperó su trono olímpico . Lo hizo arropada por el público, que le concedió ovación tras ovación, entregado a la épica de la mujer poderosa y a la vez frágil, la chica humilde que triunfa, cae y se levanta. El concurso de Biles fue impecable. Magnífico en el salto -recibió un 14.900-, en donde raya a alturas sobrenaturales, y muy solvente en los demás aparatos. Pero, pese a que todas las cámaras le apuntaban de cerca, Simone Biles no ganó sola. El equipo estadounidense es una galaxia de estrellas que giran alrededor de ella , con gimnastas descomunales como Sunisa Lee , que puso al público de pie en numerosas ocasiones, sobre todo tras un ejercicio contundente en las asimétricas y otro muy preciso en la barra de equilibrio. No era Biles la única que llegaba a París tras haber atravesado algún desierto personal. Hace apenas dos años, Sunisa Lee, que se había llevado la medalla de oro en el concurso individual de Tokio, de repente comenzó a engordar sin motivo alguno. Cayó en una depresión, agudizada por la sensación de que el oro olímpico que ganó en realidad no se lo merecía. Todo el mundo le decía que debería haber sido para su compañera Biles. Los médicos siguieron haciéndole pruebas y le encontraron una enfermedad en el hígado. Llegaron a aconsejarle la retirada y tuvo que pasar semanas postrada en cama. Los tratamientos que le recetaron al principio le debilitaron los ligamentos -una condena a muerte para cualquier gimnasta-, pero, casi contra el reloj, acabaron funcionando. Hace siete meses volvió a los entrenamientos. En París Sunisa Lee se reivindicó con un concurso brillante. El oro que libera a Biles también libera a Lee. Desde el primer aparato se vio que Estados Unidos iba a ganar la competición. Su dominio incontestable no se vio jamás amenazado, aunque se vivió una lucha encarnizada para ocupar los demás lugares del podio . China se hundió, Italia consiguió finalmente la plata y Brasil, con la fabulosa Rebeca Andrade, logró el bronce. Hubo momentos electrizantes en el Bercy Arena. En apenas unos segundos coincidieron en pista Simone Biles y Andrade, una en el salto y otra en las asimétricas, y el público no sabía en dónde poner los ojos: la potencia de Biles contra la gracilidad de Andrade. Fue como si se enfrentaran dos modos diferentes e igualmente asombrosos de alzar de vuelo. Sin embargo, el ejercicio de suelo más aplaudido, aunque no el mejor puntuado, fue el de la brasileña Flavia Saraiva, que tuvo la picardía de ejecutar sus diagonales al ritmo del 'french can-can', lo que le granjeó la simpatía inmediata de la grada. Al acabar la competición, todas las ganadoras -las italianas, las brasileñas, las estadounidenses- gritaban, se abrazaban, daban saltos. En el podio, con su medalla, Simone Biles sonreía tranquila, por fin relajada.

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