Frío, tormentas y nieve: el extraño verano del «fin del mundo» en 1816

Abc.es 

Frío, lluvias torrenciales, inundaciones, oscuridad, hielo, nieve… La ciencia no alcanzó a comprender lo que ocurrió aquel extraño verano de 1816 hasta la segunda mitad del siglo XX. La prensa de la época se volvió loca intentando encontrar una explicación, pero ninguna convencía, ni las manchas que habían aparecido en el Sol. El 'Diario Balear' , en una noticia firmada desde París en julio de ese año, se hizo eco, incluso, del «temor al fin del mundo» que se extendió entre los europeos por aquellas inusuales tormentas que convertían los días en noches, en unos meses en los que se suponía que todo debía estar bañado por el sol. Ese mismo verano, en las cartas que le escribió a su hermana desde Ginebra, Mary Shelley destacaba también el «frío excesivo» que estaba pasando y detallaba su ascenso a los Alpes en medio de «una violenta tormenta de viento y lluvia». Resaltaba igualmente las continuas quejas de los lugareños por el inusual descenso de las temperaturas para esa época del año. En sus respuestas, la pequeña Fanny le advertía de que el tiempo en Inglaterra también era «horriblemente triste y lluvioso», pero la famosa escritora, que tenía 18 años en ese momento, insistía en sus malos augurios: «Una lluvia casi perpetua nos tiene confinados en la casa». Shelley se refería a Villa Diodati, la mansión ubicada a cinco kilómetros de Ginebra en la que se había refugiado de aquel «año sin verano», como se conoce hoy, junto a su futuro marido, el también escritor Percy Shelley ; el poeta Lord Byron y el novelista John Polidori . Apenas un puñado de días en los que nuestra protagonista alumbró, entre rayos, truenos y pesadillas, uno de los momentos más creativos de la historia de la literatura de ciencia ficción al crear el personaje que espoleó la imaginación durante muchas generaciones: Frankenstein. El origen de aquel terrible verano polar se produjo un año antes, en abril de 1815, pocas semanas antes de la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo. A miles de kilómetros de distancia, en una minúscula isla de lo que hoy es Indonesia, el volcán Tambora entró en erupción y se desató el caos. Fue una explosión gigantesca, una de las mayores registradas en la historia, que causó cerca de 60.000 muertos y liberó una abundante cantidad de polvo compuesto de cenizas, rocas pulverizadas y aerosoles de sulfato. Gracias al viento, el hemisferio norte se cubrió con un denso manto que actuaba de filtro para los rayos solares. Las consecuencias no se hicieron sentir hasta un año después, cuando Shelley y sus colegas se encontraban reunidos… y fueron catastróficas. Las tormentas, el descenso vertiginoso de las temperaturas y las nevadas de aquel verano fueron solo el principio de un cambio climático que duró unos años y provocó también la pérdida de millones de cosechas, epidemias, revueltas sociales y oleadas de refugiados que azotaron a todo el planeta desde China a Irlanda, pasando por Estados Unidos, con especial virulencia en Centroeuropa. En aquellas tardes encerrados en Diodati decidieron entretenerse leyendo historias de fantasmas. Un día apareció Lord Byron y, alterado, desafió a sus compañeros a escribir un cuento de terror. Polidori recogió el guante y escribió 'El vampiro', que Bram Stoker transformó años después en Drácula, y el propio Byron, su célebre poema 'Oscuridad', una especie de oda apocalíptica al último hombre vivo tras una catástrofe. La joven Mary, aunque intimidada por tener que enfrentarse con tres escritores de tanto nivel, se retiró unas horas a su habitación y regresó con la historia de un estudiante de fisiología con aspecto enfermizo que consigue armar un cuerpo con pedazos de cadáveres y darle vida. «Nada puede ser más desolador que el ascenso de esta montaña… He escrito mi historia», apuntó días después en su diario. El resto es historia.

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