Travis Scott: debut y baño de masas

Abc.es 
Cae la tarde en Goya . Una pareja de gorriones se cobija bajo la sombra que proyecta el toldo de un bar abarrotado. El termómetro de la parada del autobús marca los 38, y a mi alrededor un humo invisible de cannabis baña el aire. La muchachada, que viste pantalón ancho y top corto, apura las últimas entradas. «¡Cuántos mundos hay en el mundo!», pienso cuando recojo la mía y el olor queda atrás. Hoy «canta» Travis Scott , un texano treintañero que está en la cima de la industria musical. Es la primera vez que pisa Madrid , hoy dentro de su gira mundial Circus Maximus. Su música, entre el rap y el hip-hop, orbita ese submundo que los críticos hemos terminado llamando «trap»: en parte por falta de imaginación, en parte porque el humano necesita de etiquetas. Para su espectáculo, el escenario son unas ruinas selváticas, a caballo entre un decorado de Indiana Jones y el imaginario de los misterios eleusinos, que recorren la pista de punta a punta. Sobre ellas, y flanqueado por más de 50 guardaespaldas, Travis crea un espectáculo dinámico y potente que arranca con 'Hyaena' y 'Thank God', dos traps de estilo: el rápido y el lento. Sigue con 'Modern Jam', en un claro guiño al hip-hop más clásico del que Travis, dicen, es renovador. En lo que innova su música respecto al estilo más clásico es en la producción y el sonido, resultado natural de los últimos 30 años de locura tecnológica. Las bases musicales no han cambiado, siguen siendo binarias, sencillas y repetitivas. Suenan más, eso sí: más fuertes, más grandes. 'Type Shit', originalmente editada junto a 'Future', 'Nightcrawler', 'Sirens' y 'Praise God' suenan bien, y muchas canciones se interpretan en formato medley: hiladas sin descanso. Desde el techo nos escupen llamaradas y la pista está envuelta en una bruma que, junto a las luces, crea un espectáculo total e inmersivo . Pasado el ecuador, suena 'MY EYES', la única balada del repertorio, y 'Mamacita', que triunfa por razones lingüísticas. Scott demuestra ser un 'showman', tiene buena planta, carisma y 'flow', aunque como cantante, que es lo primero que aparece junto a su nombre en Wikipedia, desconcierta. Su voz es ininteligible durante gran parte del concierto, enterrada entre efectos y autotune. Ese es su sonido, el de una voz totalmente sintética. Artísticamente, es una decisión tan legítima como la de cambiar una guitarra clásica por una eléctrica, pero es difícil llamar cantante a alguien que no se sabe si canta . Sobre una base lanzada por un DJ (Chase B) semioculto en el decorado y sin músicos, Scott presenta un espectáculo musicalmente austero , sin gran variedad o matices. Aunque, viendo cómo el Wizink se resquebraja cantando 'FE!N' cinco veces seguidas, y dado que soy el único que no salta, me veo enfrentado de nuevo a la esquiva naturaleza de la verdad: ¿Qué es «bien» y «mal»? O mejor aún, ¿qué «es»? Como no lo sé, ni cuento con descubrirlo aún, me quedo a escuchar 'Goosebumps', que sí he bailado en algún antro capitalino para jolgorio de los colegas. Es el gran éxito de Scott , el que le catapultó a la fama mundial hace ya casi una década, y el éxtasis colectivo alcanza el clímax. Afuera preside la luna y no hay gorriones a la vista. El mismo termómetro marca 28 (¡Siberia!) y la muchachada sigue dentro con Travis, los pantalones anchos y las nubes veganas. Como dijo el poeta: «Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.»

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