En las tripas del 'Grand Prix': Nostalgia, caídas tronchantes y mucha euforia
Ver el 'Grand Prix' despierta la nostalgia de aquellos veranos eternos frente a una televisión tubo, con un Frigopie en la mano al lado del abuelo. Pero estar en las grabaciones saca al ser de pueblo que cada uno lleva dentro. Los gritos, los 'sí se puede' y los vítores al panadero que todos conocen y al pilluelo que lo da todo en las fiestas de agosto. Dicen que la tele miente, y en este caso, es así. Lo primero que uno encuentra cuando llega a los enormes platós de Europroducciones son dos ambulancias. Vacías, claro. Allí, los sanitarios esperan bajo el sofocante calor durante las más de seis horas de grabación del programa. «No ha ocurrido nada desde que estoy, pero nunca se sabe, esos troncos son muy locos », cuenta uno de ellos. En la calle Tormes de Fuenlabrada el silencio es sepulcral por dos razones: son las tres de la tarde y la ola de calor es terrorífica. El bullicio está dentro. Después de cruzarnos con tres pingüinos y algún que otro vecino hambriento que ha salido a comerse un bocadillo entre prueba y prueba, los gritos nos indican el camino que hay que seguir hasta llegar a Ramontxu. Las gradas están a rebosar y los vecinos están eufóricos. En la mayoría de programas hace falta un animador que dirija al público, pero aquí se dirigen solos. Los vecinos del pueblo navarro de San Adrián y de Llerena (Badajoz) hacen la ola sin necesidad de animar a ningún concursante. Les espera una jornada intensa, que comenzó esa misma mañana cuando llegaron en autobuses, y no se irán hasta pasadas las once de la noche. No tienen miedo de malgastar sus energías. «Mi hija está ahí, aún no ha salido, pero seguro que pasa la prueba. Llevan meses preparándose», cuenta orgullosa Pilar, vecina de Llerena que verá como María, convertida en mono, cruza la red para alcanzar un plátano. Comenzada la primera prueba, Ramontxu corre por el plató hasta una pequeña pantalla en la que ve el desarrollo de la prueba. En un segundo se pone cascos y micro y va retransmitiendo cada movimiento. Al instante, más de diez cámaras se desplazan hasta la piscina y allí, tres monitores recogen a los monitos caídos. «Te puedo decir antes de que salten quién pasa la red y quién no», suelta Carlo Boserman. Es el culpable de que el 'Grand Prix' esté de vuelta desde el año pasado y sabe mejor que nadie el funcionamiento de estas pruebas porque las trajo él mismo de Italia. La insistencia de este productor a TVE no ha caído en saco roto y después de muchos años, el programa del abuelo y del niño volvió. En la televisión, el cambio de un equipo a otro es cuestión de segundos. Pero en realidad pasan varios minutos, aunque muy ajustados. Hay que seguir la escaleta al pie de la letra si se quiere acabar el programa antes de medianoche. Cada minuto cuenta y entre pueblo y pueblo, el equipo friega el suelo, Ramontxu inclusive, y se preparan para la siguiente ronda. Uno podría pensar que San Adrián cuenta con ventaja porque ha tenido más tiempo para pensar en estrategias tras ver al contrincante en la prueba. Pero no. Mientras San Adrián trata de cruzar la red, los representantes de Llerena están en una sala, escondidos, sin saber qué les espera hasta que entren en plató. En ese momento los contrincantes ya habrán desaparecido. Unos meses antes de las grabaciones, el equipo del 'Grand Prix' se desplaza a los pueblos para grabar un vídeo que recoja la esencia de la localidad y sus habitantes. «Estos pueblos tienen alma, no hay más que verlos. Tienen un sentimiento de pertenencia especial», cuenta Boserman mientras los pueblos jalean su nombre. Y es así. El sentimiento de pertenencia que hay entre San Adrián y Llerena es envidiable y hemos descubierto por qué lo tienen: son menos de 10.000 habitantes. En el vídeo sale Juani, la panadera del pueblo, Dani, el profesor de zumba y Nacho, el reparador de coches. «Si ganamos lo vamos a celebrar como Llerena hace siempre», cuenta una de las vecinas. Y aunque la euforia sigue, es cierto que los más mayores empiezan a incomodarse. Hasta que no terminen un par de pruebas el público no se puede mover porque se graba sin interrupción. Detrás de cada prueba hay horas y horas de trabajo. «Las pruebas hay que pensarlas, montarlas y probar que son divertidas y que hacen gracia. Lleva mucho tiempo y la valora un equipo enorme», recuerda Boserman. Después de los 'Ki-monos' llegan los 'Pingüinos Matemáticos'. Y por el plató desfilan los pingüinos de Llerena y San Adrián, esta vez juntos, porque van a tratar de adivinar los cálculos que lanza Ramontxu para abalanzarse sobre el resultado. La rivalidad se queda en la prueba, porque mientras que Ramontxu explica, algunos pingüinos azules y amarillos comentan entre ellos y bromean. El vestuario no parece cómodo y el calor que desprenden los focos tampoco ayuda. Para esta prueba, todos los concursantes tienen que medir alrededor de 1,70 metros para que el traje les quepa. «Hay pruebas que tienen unos requisitos físicos por seguridad. Para los troncos locos, por ejemplo, no pueden participar personas muy altas porque si cayeron podrían hacerse daño en las extremidades. En esta prueba, si quieren ver a través de la máscara, tienen que medir 1,70», cuenta Ana, que se encarga del vestuario. No todos los participantes hacen todas las pruebas, esa misma mañana ya se han asignado cuáles harán cada uno. «Saben muy bien cuáles son las reglas, qué es lo que se puede hacer y lo que no, porque se las explicamos antes. Así el rodaje es más rápido». Los pingüinos volando por los aires es un espectáculo, pero lo son más aún las gradas, que gritan desquiciadamente a sus vecinos para que se abalancen sobre el número. Cuando los siete pingüinos ya han caído, el presentador deja el micro, coge carrerilla y trata un salto del ángel para caer sobre los pingüinos. Sin apenas poder respirar, pregunta a uno de ellos, que contesta sin mirar a cámara. El ímpetu de Ramontxu es el mismo que hace 20 años. «Para mí esto es un sueño. Volver con el 'Grand Prix' es un regalo, sobre todo ver cómo lo ha acogido la gente», reconoce el presentador al terminar la prueba. Ramontxu bebe agua y se seca el sudor de la frente mientras le retocan el maquillaje al mismo tiempo. En el plató cambian el escenario para la siguiente prueba. Los técnicos sacan una enorme rampa mientras aparecen los concursantes vestidos de mariquitas. La vaquilla entra y sale para molestar al equipo que participa. Mientras tanto un niño grita: «¡Allí está Miguel, allí está Miguel!». El desfile de los equipos en cada prueba, los parones para retocar el maquillaje y las fregonas que van y vienen no se ven en televisión, pero la euforia y el fervor de los pueblos sí que traspasan la pantalla y hacen que esta noche, como hace 25 años, millones de personas se pongan frente a la televisión para ver, como dice la canción, a «nuestro futuro campeón».