«El patio trasero de ETA»: el plan policial y judicial que colapsó la trama terrorista
«Basta ya de camuflar pistolas bajo los escaños; basta ya de señalar a las víctimas sentado cómodamente en un sillón municipal y, encima, recibiendo subvenciones; basta ya de acompañar programas electorales con cartas bomba , basta ya de brazos políticos y pasamontañas políticos y basta ya de santuarios institucionales«... José María Aznar, por entonces presidente del Gobierno, pronunciaba estas palabras en abril de 2002, en u n acto previo a la ley de reforma de partidos que desembocaría en la ilegalización de Batasuna. Mariano Rajoy, vicepresidente primero, hablaba esos días en términos muy parecidos. Sólo 16 meses antes, en diciembre de 2000, se había firmado por el PP y el PSOE en la oposición el pacto antiterrorista que respaldaba la estrategia policial y judicial contra ETA. Sin embargo, hasta llegar a ese momento había sido imprescindible poner en marcha en 1996 desde la Comisaría General de Información (CGI) de la Policía una estrategia, en la que muy pocos creían entonces, que tenía una idea fuerza: si la organización terrorista había sobrevivido hasta entonces a pesar de haber recibido los golpes policiales más duros, era porque contaba con unas potentes estructuras de apoyo , regeneración y financiación que permitían su supervivencia. Por tanto, el edificio criminal sólo colapsaría si se conseguía anular también esas otras redes, que jugaban un papel decisivo en el entramado de grupos satélites que aseguraban su regeneración 'sine die' y su estrategia político militar recogida en su anagrama Bietan Jarrai (caminando en las dos vías). El libro «El patio trasero de ETA» (Editorial Almuzara) que llega el lunes a las librerías, relata ese trabajo policial y judicial –este último dirigido por el magistrado Baltasar Garzón– y cómo, además, atacando esas estructuras vinculadas con la organización terrorista –KAS, Jarrai, Egin, Xaki, Ekin...–, se consiguió llegar también a todos los aparatos de la banda golpeándolos con dureza hasta su derrota. El relato de esos años apasionantes y agotadores se hace además desde las entrañas de los centros de decisión, porque uno de sus autores, Jesús de la Morena –el otro es el que firma estas líneas–, fue el mando policial que diseñó esta estrategia. De la Morena estuvo al frente de la CGI entre 1996 y 2004 y logró impregnar de su filosofía a toda esa potente unidad policial. Fue el análisis minucioso de toda la documentación que había generado la actividad antiterrorista sobre esas relaciones y vasos comunicantes el que permitió vislumbrar e interpretar más en detalle el modelo y 'modus operandi' de las tramas que trabajaban para que ETA pudiera seguir su actividad. Destacaban sobre todo KAS –primero en su función de coordinadora teledirigida por los terroristas, que se reunían con todos los grupos de su órbita, y años después también como una organización específica conformada por los más ortodoxos entre esos grupos que actuaban ya como delegados suyos– y Jarrai, cantera de ETA y clave en el desarrollo de la kale borroka. Uno de los miles de documentos intervenidos a ETA analizados explicaba de forma meridianamente clara el funcionamiento y complementariedad del modelo criminal auspiciado por la organización, y lo reflejó en un dibujo en el que se veía una trainera cuyo patrón era un etarra y los remeros miembros de esas organizaciones que garantizaban su supervivencia. Todos ellos seguían el mismo rumbo: la destrucción de la Constitución, que se iba a aprobar en referéndum solo unos meses después. Y en un Zutabe (boletín interno de los etarras) de 1978, saludaban así la creación de Jarrai: «Habéis de ser la base de todo KAS, entendiendo este organismo como un conjunto de partidos políticos, organizaciones de masas y organizaciones armadas. De este modo, tras vuestro periodo juvenil engrosaréis las filas de todos estos organismos en la medida de vuestro grado de conciencia y disposición de lucha». Le otorgaba, por tanto, un papel esencial, y sin embargo nadie había atacado esa organización hasta entonces. Esa especie de submarino que constituían KAS/Jarrai, y que hasta entonces no era prioritario para las fuerzas antiterroristas que luchaban contra los comandos criminales, tuvo que salir más a la superficie por la crisis política y militar surgida en ETA a finales de los 80 y principios de los 90, con disidencias como las surgidas en HASI o la caída de la cúpula etarra en Bidart en una operación de la Guardia Civil. De esa crisis surgió la nueva estrategia criminal basada en la «socialización del sufrimiento» y en un control más férreo de todos los grupos afines, en particular Herri Batasuna. En este sentido fue clave la creación de KAS como organización especifica al servicio directo de ETA y que actuaba como columna vertebral de todo el modelo y estrategia criminal. De ese proceso, además, se derivó una violencia aún mayor, pues a los atentados se unió la aparición de la kale borroka, y la delegación de algunas funciones, como la cofinanciación y el apoyo a los huidos, hasta entonces en manos etarras. En otro documento de esa época recogidos en el libro, Eugenio Etxebeste, 'Antxon', hace autocrítica por la situación, caídas y frustración por el fracaso de la negociación de Argel. Afirma el entonces jefe del aparato político de ETA que el objetivo de la nueva estrategia de «socialización del sufrimiento» era romper con la sensación de que la lucha era solo entre la organización y las Fuerzas de Seguridad y abogaba porque toda la sociedad estuviera metida «en ese cocido». Y en ese contexto de autocrítica también hace otra afirmación, muy relevante, en la que admite que «todo lo que somos es gracias a ETA» detrás de la cual se vislumbra ese empeño que aún tienen herederos de ese mundo por agasajar y exigir la libertad de los presos etarras. Es en el ecuador de los 90 cuando sobre todo la Policía se centra en atacar ese entramado y hace múltiples operaciones contra jefes de la kale borroka, sin perder de vista la organización Jarrai a la que estaban vinculados muchos de sus responsables. También debuta en el campo financiero y el denominado frente mediático con el cierre de Egin, una medida impensable muy poco tiempo antes. La nueva estrategia policial no pasó inadvertida ni para los terroristas ni para la izquierda abertzale, que vio cómo pasaba a ser objetivo policial. «El patio trasero de ETA» describe con minuciosidad cómo a partir de 1997 en documentos intervenidos se refleja ese cambio de estrategia por parte del Estado y las Fuerzas de Seguridad para bloquear y aislar a la organización y cómo la Policía aprovechó la tregua trampa de Lizarra para rearmarse frente a los terroristas. De hecho, a principios del nuevo siglo, tras el fracaso de las negociaciones con ETA, la organización ordenó activar la 'madre de todas las Batallas' con decenas de comandos que cometieron decenas de atentados y que asesinaron, sólo en 2000 y 2001, a 38 ciudadanos . A todo ello se sumó un repunte de la kale borroka, si bien el trabajo hecho desde años antes por la Policía sobre estos grupos había disminuido su potencial. Además, el trasvase precipitado de los responsables de estos 'chicos de la gasolina', en palabras de Xabier Arzalluz, hacia los comandos etarras, era una gran noticia para los agentes antiterroristas, que ya los conocían en buena medida por haberlos detenido antes. De esa ofensiva ETA salió muy mal parada por las continuas operaciones de la Policía, la Guardia Civil y el CNI, que supusieron no sólo la neutralización de sus comandos, sino también de sus estructuras de apoyo y regeneración; en definitiva, de ese 'patio trasero', sin el cual el entramado terrorista estaba condenado al colapso. En ese momento, los servicios de Información de la Policía, tras una prolongada travesía del desierto, habían logrado recuperar mucha capacidad, aumentado sus resultados en la denominada vía militar, tanto en Francia como en España. También había grandes operaciones en el ámbito de las estructuras de apoyo, lo que provocó no sólo la neutralización de numerosos terroristas y colaboradores, acelerando su progresiva descapitalización, sino también el bloqueo del modelo y sus vasos comunicantes , lo que derivó en una crisis global que a corto-medio plazo sería definitiva. Todo ese trabajo hizo que la situación fuera irreversible para el complejo etarra, de modo que a mediados de los 2000, al margen de la negociación con ETA emprendida por el Gobierno de Rodríguez Zapatero, el final de la organización era cuestión de tiempo. Entre 2007 y 2009 ETA quiso coger aire con sus últimos coletazos y argucias, pero Alfredo Pérez Rubalcaba, ministro de Interior, no cayó en la trampa y respondió con la estrategia policial y judicial de finales de los 90. De esta forma, gracias al trabajo de toda la sociedad y todos los gobiernos, y en particular de las Fuerzas de Seguridad, el CNI, jueces y fiscales, se pudo cambiar esa vieja idea de que sólo una negociación podía acabar con el terrorismo, por la de que era posible su derrota. Esa realidad, y no otra circunstancia, fue la que obligó a Otegi a romper con los asesinos para sobrevivir . Un ultimo golpe moral a los alicaídos jefes etarras que desembocó en la asunción de su derrota en octubre de 2011, sin contraprestaciones del Estado.