Javier Marías en septiembre

Abc.es 
Noveno y mal mes. El próximo día once de septiembre se cumplen dos años de la muerte de Javier Marías , uno de los escritores europeos más importantes de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI. Traductor, editor, académico de la lengua, escéptico, polémico, desdeñoso con el poder. Su talento le bastaba para rechazar el Premio Cervantes o el Nobel, si hubiesen tenido voluntad literaria en lugar de la empalagosa y errática exaltación de la nada a la que se han dedicado de un tiempo a esta parte. Marías sólo aceptó un Premio Nacional: el de Traducción en 1979, por su versión del 'Tristram Shandy'. A partir de ahí los rechazó todos. No le gustaban los salones oficiales, no aceptaba ninguna invitación de los Institutos Cervantes, ni siquiera de las universidades públicas o la mismísima Radio Televisión Española. Acaso la impronta de su padre, Julián Marías, a quien le faltó el reconocimiento público, trazó el camino de sus decisiones. Sin embargo, el paso del tiempo me hace pensar en algo más. Veo poco probable que su naturaleza libérrima pudiera ser compatible con la beatería, el voluntarismo y la catequesis cultural dominante. Cada vez que llego o parto de la estación de trenes de Atocha —rebautizada Almudena Grandes casi inmediatamente después del fallecimiento de la escritora— pienso en el pecado por exceso y por defecto. Un asunto más sentimental que literario. Sáquenme de cualquier sitio que parezca una patria, porque suele aporrear a quienes la interpelan. Su narrativa, sembrada en temas universales y totales, convirtió su obra en una línea cada vez más nítida y hoy más lejana de tener continuidad, no porque su estilo sea de forma alguna replicable, sino porque la ficción renuncia voluntariamente a su complejidad, se traviste en activismo, mesianismo gramsciano o militancia de Alipende. Que Marías tenía ganas de irse del mundo es algo que pienso casa día con más frecuencia. Fue dándose de baja de las discusiones obvias, a saber, que Gloria Fuertes era una poeta popular y que a Shakespeare, si se le toca, pues que sea con conocimiento de causa.

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