Emilio de Justo, a hombros hasta el hotel en su memorable aventura con Victorino

Abc.es 
Un hombre solo. Rodeado de tantos, pero solo frente a su destino. Miraba al cielo y se santiguaba. Dos años y medio después de su cruda encerrona en Madrid, Emilio de Justo se colocaba de nuevo al borde del acantilado. Con su sentir de siempre, pero con más poso acumulado: desde aquel encuentro con Romano había arrancado 881 hojas al calendario. Y otra vez los miedos se multiplicaban por seis. Porque media docena de toros lo aguardaban en chiqueros. Y no de una ganadería cualquiera, sino de las que otrora coronaban, la imprescindible para llegar a la cúspide: Victorino, que puso al toro en su sitio y a Emilio en el suyo, el de una figura. Memorable su tarde, mucho... Ver Más

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