Andrés Marín baila sus fantasmas

Abc.es 
Sabido es que Andrés Marín no es un bailaor que se arredre ante las críticas, más bien al contrario, le producen el cosquilleo de provocar un poco más, y eso es lo que ha venido haciendo a lo largo de su carrera: poner al público al límite con sus enormes en ocasiones atrevimientos. Desde 'Más allá del tiempo', pasando por 'Asimetrías' 'Tuétano', 'La pasión según se mire', 'Tuétano'..., Marín va buscando un algo más dentro del universo flamenco, casi triturando el duende a base de conceptos performáticos basados en textos, como en esta ocasión de Laurent   Berger el propio Marín y Antonio Campos. En la Bienal de Flamenco de la postpandemia, 2020, Marín nos hizo recorrer el monasterio de la Cartuja desde las seis de la mañana en las horas de rezos de los monjes, aquello fue 'La Vigilia perfecta' . Y entre sus últims y aclamadas creaciones, 'Yarín' junto al bailarín vasco y director de los Kukai Danza, Jon Maya. Ahora Marín ha vuelto sus ojos a Sevilla, a todos sus fantasmas infantiles o de la madurez, que nunca se sabe, y ha recreado sus recuerdos, mezclándolos con el anhelo que le quedó cuando no pudo llevar a cabo, hace dos Bienales, un proyecto sobre 'La divina comedia'. En esa amalgama de sensaciones, Marín nos ha transportado a un escenario lleno de impactantes imágenes, como si fuera una sucesión de performances en las que todos los de la compañía intervienen. Acompañan a Marín en este enrevesado viaje, la bailaora Ana Morales , Premio Nacional de Danza como él; Manuel López. corneta de los 'armaos' de la Centuria romana de la Macarena, y Francisco Javier Pérez Pérez director musical de la Banda del Sol; Antonio Campos , revelándose no sólo como experto matarife y carnicero, sino cantando, tocando la guitarra y el bajo eléctrico; Susana Hernández 'Ylia' en los teclados, electrónica y espacio sonoro, y Daniel Suárez en la percusión. En ese escenario del Central va a ocurrir de todo. Hay un Campos-matarife que desgrana un costillar mientras canta; Marín baila a toque de corneta . Ana Morales we revela desde una montaña de telas, ataviada al principio con dos enorme trenzas a lo Godiva y un atuendo de gasa transparente. El baile de ambos es sensacional . Los zapateados de Marín como siempre barrocos, complicados, con pasos hacia atrás, repiques endiablado. Baila con el torso desnudo y roza sus manos cubiertas con unas lijas, sobre los zahones. Marín sigue haciendo de su cuerpo una composición cubista, su baile siempre es rabiosamente provocador hasta el rincón de la vanguardia más atrevida. Ana Morales ha crecido enormemente en este espectáculo, con un baile atrevido, fuera de su zona de confort, en el que la bailaora se deja llevar por una coreografía que recoge su cuerpo de una forma diferente a la que conocíamos, y en la que descubrimos nuevas formas en sus escorzos y zapateados intensísimos. La obra pasa por muchos momentos, ya digo que es como una sucesión de performances con impactantes momentos. Marín bailando sólo, luego se une con Ana Morales en varios espectaculares pasos a dos , el cante de Antonio Campos al que se une también Marín porque en esta obra el bailaor se desquita y revela su faceta de cantaor, algo que hace bastante bien; vamos de sorpresa en sorpresa, como cuando ambos protagonistas van cogiendo de rodillas trozos de carne cruda, para el final romperla entre los dos y bailando con ellas en la boca. El relato se nos cae un poco en el momento en que visten a los protagonistas convirtiéndolos en un Nazareno y una Virgen sobre una especie de paso, bajo el que hay flores rojas en uno y blancas en la otra y el que un incesario nos sitúa el olor de la acción. Ese lapsus paraliza bastante la acción y luego cuesta recuperar el ritmo. Pero siguen las imágenes, muchas veces incentivadas por los atavíos diseñados por el artista José Miguel Pereñíguez, habitual colaborador del bailaor. Antonio Campos canta 'Rezaré' en la siempre recordada visión de Silvio . Los bailaores crean con sus cuerpos un cuadro del Cristo y la Virgen a los pies y se lucen ambos cornetas con una espectacular intervención. El final es sorprendente, cuando aparece el diseño de una iglesia, y ambos bailaores, con una especie de grandes bloques construyen una larga torre y sitúan una puerta ojival delante. Parece Omnium Santorum. Sumergidos dentro desaparecen del escenario tras una hora y cuarenta minutos de intenso baile y de más intensas imágenes. 'Matarife-Paraíso' es una propuesta al más puro estilo Marín, que no deja a nadie indiferente y que tiene en el atrevimiento y la originalidad su seña de identidad. Habría que cuidar un poco más el relato que se escapa en algunas escenas por los poros y en ocasiones relaja la dinámica del desarrollo de la dramaturgia despistando al espectador. Como es un estreno, habrá que estar atentos a ver cómo evoluciona esta nueva creación llena de imágenes, pero sobre todo de muy buen baile.

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