Philippe Jaroussky: «Schubert es un Everest que todos los cantantes quieren escalar»

Abc.es 
Hay voces que son un milagro, y otras, como la de Philippe Jaroussky, un misterio. Cuando el contratenor (Maisons-Laffitte, Yvelines, 1978) decidió estudiar violín con 10 años, sus maestros reconocieron que tenían un don, pero había comenzado muy tarde su carrera como para poder dedicarse a ello profesionalmente. Reconoce que era triste cada vez que se ponía frente a una partitura con su instrumento porque, aunque le resultaba fácil ejecutar cada ejercicio, sabía que no podría conseguir el nivel técnico que se necesita para ser un violinista profesional. Lo que no sabía en ese momento es que ese gran instrumento lo tenía dentro de él. En sus entrañas. Fue con 18 años cuando escuchó un concierto de un contratenor francés en París y se quedó fascinado. Era la primera vez que escuchaba esa voz, además en el contexto de una peculiar iglesia, y pensó que él quería cantar así. «Me di cuenta a los 18 años de que trabajar mi voz era más fácil, directo, y pensé que estaba en el buen camino. Tuve que estudiar mucho, pero lo difícil no era tanto eso, sino el hecho de que debía cantar más notas de las palabras que pronunciaba. Fue un camino duro porque no soy una máquina de notas, sino que tengo que conectar cada día mi voz con los sentimientos que pronuncio», reconoce Philippe Jaroussky a ABC mientras se sienta sobre una de las butacas del Instituto Francés de Madrid. Es uno de los grandes contratenores de nuestro tiempo, y de su voz se ha dicho que es sobrenatural, trascendente. La voz de un ángel. Con una gran carrera sobre sus espaldas, el contratenor visita hoy el Auditorio Nacional de Madrid para interpretar, junto a su pianista Jérôme Ducros, un programa muy particular que forma parte del Ciclo Impacta, 'Viena-París', con obras de Haydn, Mozart, Schubert, Hahn, Faure y Debussy. También estará en el Palau de la Música de Barcelona en la Kursaal de San Sebastián. «Siempre es especial regresar a Madrid porque llevo más de quince años cantando aquí». El programa que ejecutará es algo íntimo, diferente, y complejo. «Es algo muy distinto a un concierto con orquesta. Es un encuentro entre dos músicos, concretamente con Ducros, con quien llevo trabajando 20 años». Coincide este recital, además, con la salida de su nuevo álbum con música de Franz Schubert. « Schubert es un Everest que todos los cantantes quieren escalar. No se trata de virtuosismo, sino de color, articulación y fraseo. Es un repertorio que exige un control absoluto, pero al mismo tiempo hay que liberarse para encontrar la emoción, un momento en el que el tiempo se detiene». Un trabajo que le ha llevado mucho tiempo de introspección y constancia. «Ha sido un proyecto que me ha pedido mucho porque es un repertorio más distante al que suelo interpretar. Aunque hablo alemán, he tenido que profundizar mucho. Es un sueño cantar a Schubert. Siempre se ha dicho que es un ángel. Hay compositores así, angelicales como él, y otros más en la tierra como Beethoven o Brahms. La gente dice en ocasiones que tengo una voz de ángel, así que vamos a ver si funcionan juntos», confiesa riendo. Las obras que debe interpretar son muy variadas y es un reto tanto para él como para el público. «Me gusta hacer olvidar a la gente el tipo de voz que tengo de contratenor aguda. Para mí lo más importante es hacer viajar al público con la música a través de los sentimientos. Tengo que interpretar un poema, no algo barroco. La ópera es un mundo un poquito histérico mientras que lo que hay en el programa es poético. Es muy complicado cambiar de una canción a otra tan distinta en cuatro minutos. Cada canción es un mundo y es difícil también meter al público en cada canción». La música es universal, pero la manera de sentirla no tanto. Al menos, así lo cree Jaroussky, que ha recorrido el mundo por las mejores óperas y teatros. «Culturalmente España se acerca más a Italia para el repertorio, pero todo cambia cuando hablamos de una puesta en escena. No es lo mismo el gusto de Berlín, que de Madrid, de París o de Londres. Los artistas hemos pensado mucho en si la gente iba a regresar a los teatros tras la pandemia. La temporada después del Covid fue muy complicada para todos. Ahora parece que está todo mejor, pero la batalla nunca está ganada. Me parece interesante mostrar a la gente más joven que ir al teatro o a la ópera es una manera de disfrutar del tiempo de forma diferente. Yo soy el primero que siempre está con el teléfono escuchando un audio o mirando algo. El teatro es algo sorprendente; no hay solo música, también hay silencio». Decía el maestro Gianandrea Noseda en una entrevista reciente a ABC que cuando la vida interior de un artista es sólida, se traslada a la hora de interpretar una partitura ya sea cantando, tocando un instrumento o dirigiendo. Para Jaroussky, la vida interior y el punto de partida de la carrera es también clave para ello. «Cuando era más joven, sentía que estaba descubriendo el mundo. Vives con la energía de la juventud, reconoces la flexibilidad de la voz. Todo es muy fácil, es algo muy natural. Pero después de unos años, cuando empecé a tener un poco de éxito y empecé a ser invitado a cantar en grandes salas, el miedo aparecía. Sentía la presión, detenía mucho el sentimiento porque no tenía todavía la capacidad de dominar todos los puntos técnicos. Me cansaba mucho y al mismo tiempo debía trabajar más que nunca. Después de 25 años, todo esto ha desaparecido. Hay un estrés, pero estoy mucho más tranquilo». Esta transformación de su voz es la que le permite enfrentarse a programas tan complejos y cambiantes como el de hoy en el Auditorio Nacional. La voz se transforma, el contratenor asegura que cada seis meses nota cambios en su registro. Hay cosas que ya no puede hacer como hacía en el pasado, pero reconoce que hay otros asuntos que le resultan más interesantes. «Una cosa que no sabía cuando era joven es que la voz se trabaja todavía más después, sobre todo para mantener la flexibilidad. Ahora disfruto más del trabajo porque trabajar la voz es hacer una introspección. Es conocerse mejor. Creo que me conozco mejor que cuando tenía 25. A esa edad estamos interesados en conocer a los otros, pero hay una edad, la mía ahora mismo, en la que me interesa más mi propia compañía que la de los demás. Cuando era joven hablaba de la voz como algo ajeno a mí. Había una desconexión entre lo que pensaba que era y la voz. Ahora ya puedo hablar de mi voz». Cuando Jaroussky habla de su instrumento, la emoción que brota a través de sus palabras es inevitable. «Muchos médicos foniatras me cuentan que todavía hay muchos misterios sobre cómo funcionan las cuerdas vocales. La voz hablada ya es un milagro, esa capacidad de conectar directamente con la mente. Aunque creo que la mía no lo es porque cada voz es única. Sí creo que la capacidad de conectar la voz con el público es un milagro. Siempre he pensado que mi cuerpo es una antena que recibe la señal de la música y que a través de mi instrumento la traslado al público». Todos estos años de trabajo e introspección le han servido no solo para crecer en su carrera como contratenor, sino también como profesor en su escuela, la Academia Jaroussky, en París, donde enseña a jóvenes con escasos recursos y les introduce en el mundo de la música y la lírica. Cada vez es más frecuente ver entre el patio de butacas pequeñas pantallas encendidas mientras que los artistas interpretan una ópera. La incapacidad de prestar atención durante una obra de cuatro actos se incrementa cada vez más. Uno de los retos que tienen los artistas como Philippe Jaroussky es mantener al espectador con atención sin que se distraiga de todos los estímulos que uno puede encontrar en la butaca con el móvil. También, el de atraer a las nuevas generaciones a los auditorios, que cuentan con una mayoría de público más maduro. «Ahora pienso de forma distinta a como lo hacía hace unos años. Creo que la riqueza de la ópera es decir la verdad. La ópera es un mundo sacro. Es interesante decirlo porque hay jóvenes que vienen a la ópera a escuchar un concierto o una sinfonía de Mahler de una hora y media porque han entendido que es una forma de pasar una noche totalmente distinta y no ver una serie de Netflix. Es hacer silencio y disfrutar del tiempo de forma sagrada. Si le dices a los jóvenes que es una cosa 'cool' no les ayudas. Hay que enseñar que tanto la ópera como el ballet o un concierto es un asunto que requiere de esfuerzos, de sentarse y hacer silencio. La ópera atrae a las buenas personas». Además, reconoce que hay tanta variedad dentro de ese género y en otros como la música clásica que es muy complicado determinar si al espectador le gusta lo que ve o no con solo una función. «Es muy triste tomar la decisión de no volver a la ópera después de haberla visto por primera vez. Es una pena porque las puestas en escenas son tan distintas… La música clásica es tan rica que hay quien solo disfruta Vivaldi y el mundo barroco, otros que se emocionan con la música contemporánea y puede escuchar 'Don Giovanni', de Mozart, 20 veces porque nunca suena igual». El artista asegura que no solo se está haciendo un trabajo por atraer a las generaciones más jóvenes, sino también por reducir los precios de las entradas, que aunque no se aplica en todos los teatros del mundo, sí que se aprecia esa bajada así como las promociones y ofertas para que los jóvenes puedan acceder más fácilmente. «Ya se empiezan a dar cuenta de que ir a la ópera puede ser más barato que ir a un concierto pop de su estrella favorita». Y aunque se muestra optimista con este asunto, reconoce que aún hay mucho por hacer. «No hay que dar la batalla por ganada porque la sociedad cambia». El contratenor, que asume esta tarea como propia, no solo como un reto de los teatros, trata de atraer a las nuevas generaciones con su escuela de París, la Academia Jaroussky, donde tiene becados a doscientos jóvenes sin recursos para estudiar música de manera gratuita. «Creo que cuando estudias música y aprendes a tocar un instrumento, aprecias la música de una forma distinta y más especial». Muchos niños y jóvenes con vocación musical apartan la idea de estudiarla porque supone un gran gasto. Jaroussky creó la escuela precisamente para «democratizar el estudio de la música» y que cualquier joven con talento pueda acceder a ella y tenga o no recursos. Sus alumnos pagan una cantidad simbólica de 20 euros. «Después de 20 años de carrera, sentí la gran necesidad de darle a otros la oportunidad que a mí me fue brindada. Cuando no tienes una formación musical, es difícil animar a un niño de seis o siete años a empezar a tocar un instrumento. Entonces se está perdiendo mucho talento».

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