Daniel Clowes: «Fui el primero que odió el peinado mullet. No había una palabra para eso»
Mito vivo del cómic contracultural estadounidense, Daniel Clowes (Chicago, 1961) pasó este pasado noviembre por Madrid como una estrella de la novela gráfica para charlar en el Museo Reina Sofía al abrigo de la publicación íntegra en España, por fin, de ' Bola ocho ' (Fulgencio Pimentel), el fanzine macarra que inició en 1989 y que le elevó a los altares de la comicidad corrosiva. ¿Su labor de antaño? Así la definía en una viñeta: «Un dibujante 'underground' es la persona que crea relatos pictográficos a menudo ficticios para el entretenimiento de un reducido grupo de marginados y drogadictos». Estuvo a punto de dejarlo pero, injusticia póetica, ha acabado encumbrado en los museos de arte moderno de cuyas buenas gentes tanto se mofó. Le veneran, incluso. -A sus sesenta años, como autor reconocido, ¿cómo ve las historias de 'Bola ocho'? ¿Con ternura? ¿Con orgullo? -Para mí, casi parecen obras de un niño, de hace tanto tiempo. Son casi de hace 40 años. Pero estoy muy orgulloso de que, incluso a esa edad, tomé muchas buenas decisiones, como tratar de hacer cómics muy ambiciosos de una manera poco común para alguien joven . Y no dejarme llevar por trabajar para empresas que habrían querido cambiar mi estilo, no escuchar a nadie que dijera: «Esto es demasiado extremo y no se venderá al público general». Sabía que no debía escuchar eso. Así que estoy muy contento por ello. Veo los errores, por supuesto. Lo que siempre me sorprende es lo tenso que estaba por hacer que los cómics se vieran bien y por ser considerado un verdadero historietista, aunque fuera muy joven. No debería haberme sentido así. Pero puedes ver que sujetaba el pincel con tensión en la mano, luchando realmente, usando reglas para cada línea, tratando de que todo se viera correcto, de una manera que ahora puedo hacer sin pensarlo. Veo esa lucha y creo que esa lucha mejora el arte de los primeros números. Hace que puedas sentir la tensión. -Los capítulos de 'odio' son la risa. Odiaba el peinado mullet. -Es extraño... Fui el primero. Realmente, no había una palabra para eso. Cuando lo mencioné, muchas personas decían: «Oh, yo también lo odio. Lo detesto». Y luego, en la cultura pop, se convirtió en un fenómeno como uno o dos años después. Y sentí que no querían darme el crédito. -En España está de moda. -Está volviendo. Y, de hecho, ahora me gusta un poco. Con distancia irónica, es divertido. -A los Rolling Stones también los odiaba. ¿Ha añadido nuevos odios? -Ahora me encantan los Rolling Stones. Ya no es gracioso... Ese es el problema: el odio es real . Hay cosas que realmente son aterradoras. Antes odiaba cosas que no daban miedo, cosas que solo eran culturalmente irritantes. Mayoritariamente odiaba los Rolling Stones y cosas así. No los odiaba a ellos, odiaba al tipo de personas que los adoraban. Porque eran muy opresivos, estaban en todos lados y quería insultarlos. Pero ahora, claro, tienen 80 años, como yo. Son ancianos. Y pienso: «Por supuesto que los amo». Así que en este sentido, todo es muy diferente. Pero sí, la gente me dice: «Ya no odias tanto como cuando eras joven». Ahora es mucho más profundo. En realidad, creo que ese odio mío de antes era el odio de un optimista. Era como: «Todo está bien. Vamos en una buena dirección. Así que voy a fijarme en las pequeñas imperfecciones». Ahora siento que estamos condenados, me siento menos optimista y ya no tengo energía para cabrearme por cosas pequeñas como TikTok. No sé si ese tipo de odio existe ya en el mundo. Antes tenía un montón de amigos que se cabreaban muchísimo por las cosas más pequeñas y de la menor importancia. Ya sabes, por la música en el restaurante. Indignados. ¿Cómo la gente puede escuchar esto? Me encanta ese tipo de persona. Es mi tipo favorito de persona, de hecho. Así que hice alguna historia sobre ese tipo que siempre tiene una opinión y se enfurece por todo. Hoy en día, la gente no puede ser así, al menos en América, porque hay un odio real que es muy destructivo. -El germen para escribir el primer capítulo de 'Como un guante de seda forjado en hierro', la novela gráfica surrealista que hay dentro de 'Bola ocho', fue una visita a un cine sórdido. ¿Se obliga a ir a lugares raros a inspirarse? -Bueno, en aquel entonces, eso era simplemente mi vida. Estaba muy interesado en todos los lugares más sórdidos de Nueva York. Ese era un teatro cerca de donde vivía, que se llamaba el Variety Theater. Puedes verlo en 'Taxi Driver'. Entrabas y no había ningún anuncio de las películas que proyectaban. Simplemente ponían de dos a cuatro películas al día. Entrabas, creo que costaba como un dólar o algo así, y mis amigos y yo íbamos y, a veces, veías una increíble película de arte y ensayo checa o algo así, y pensabas: «¿Qué es esto?». O podía ser la película porno de la peor calidad que nadie hoy en día grabara. Películas granuladas en blanco y negro, con mujeres gordas peleándose. El público estaba lleno de degenerados: tipos con gabardinas, o prostitutas sin una pierna o un ojo, deambulando por los pasillos buscando clientes. Recuerdo una interminable fila para entrar al baño y pensar: «Nunca voy a usar ese baño». -Volviendo a los Rolling, otra historieta es la de 'Dibujantes de cómic VS estrellas del rock'. Enhorabuena, ¡han ganado! Pues el rock dicen que ha muerto... -Recuerdo que mi colega Peter Bagge dijo algo sobre la batalla entre los dibujantes y las estrellas de rock: una batalla de la que las estrellas de rock ni siquiera se han enterado... Claro, en esos tiempos había bandas, al inicio de la era grunge, que nos adoraban. Y decían: «¡Oh, Dios mío, estoy conociendo a Peter Bagge y Robert Crumb!». Y luego se iban con sus cinco 'groupies'. Y nosotros nos quedábamos pensando: «Creía que los 'cool' éramos nosotros». Siempre nos pareció gracioso. Colecciono todas las revistas que me entrevistaron en aquellos días. Y tengo revistas de 1991 o 1992. Y en la portada aparece algún rockero del que no te has vuelto a acordar, como Camper Van Beethoven. Están en la portada, y yo estoy en la página 63. Miras toda la revista, y hay actores, películas, modelos... Ninguno de esos grupos volvió a ser relevante. -En su caso, con su cómic de 'Ghost World', ¿accedió a mayor público femenino? -Con 'Ghost World' llegaron más lectoras. A menudo viví la experiencia de ir a festivales de cómics pequeños, y a estar junto a, no sé, un entintador de Marvel o algo así. De repente anunciaban: «Formen fila», y ellos tenían como 50 tipos gordos con barba, mientras que yo, por lo general, recibía a la única mujer que estaba ahí, que normalmente era la novia de uno de esos gordos barbudos. Siempre pensaba: «Bueno, lo mío es mejor que lo tuyo». Pero sí, cuando salió 'Ghost World' fue algo completamente diferente. Fue la primera vez, junto con 'Love and Rockets', que las mujeres sintieron que había algo que podían leer. -Estudió Bellas Artes, y lejos de cargar contra la carrera, lo valora como algo positivo pues «nunca más vas a estar rodeado de un grupo tan grande de personas a las que se les estimule su pretenciosidad». -Eso sigue grabado en mi mente. Pienso en cómo había tantas personas que eran artistas tan serios y trabajaban de verdad en su arte. Cada diez años más o menos, hago una búsqueda en Google. Casi ninguno de ellos llegó siquiera a tener algún tipo de carrera en las artes. Inmediatamente dijeron algo como: «¡Al diablo con esto!». Ahora me siento mal por mi perspectiva de entonces, la de burlarme de sus excesos. -¿En el arte es mejor saber venderse que tener talento? -Alguien muy persuasivo puede lograr mucho, pero no puedes hacer un trabajo mediocre y esperar recibir respeto o beneficios a largo plazo. Aunque en el cómic, hay una reacción inmediata diferente a la música o a la literatura. Puedes ser la persona más tímida del mundo, pero si tienes una página que un editor ve y dice: «¿Qué es esto?», la reacción es rápida. Hay muchos artistas de cómic que apenas pueden hablar. Cuando conocí a Chester Brown por primera vez, apenas podía decir una palabra. Cuando conocí a Jaime Hernández, fuimos a un restaurante, y Jaime le susurraba su pedido a Gilbert (su hermano) para que Gilbert ordenara por él. Era demasiado tímido para hablar con el camarero. -De hecho, tiene una fábula en la que un trepa le explica sus 'lecciones de sabiduría' al puro de corazón... y pobre. ¿Las personas inofensivas lo tienen peor para sobrevivir? -Claro. Como artista, todos mis amigos son artistas en diferentes campos, y puedes ver desde el primer día quiénes tienen alergia al éxito o al dinero, especialmente al dinero. Tengo amigos que, ante cualquier oportunidad que pueda traerles reconocimiento o ganancias, dicen: «Voy a hacer justo lo contrario». Y luego ves a los que se sienten atraídos por ello, que es un estado natural. Algunos siempre encuentran la manera de lograrlo todo, y otros simplemente nunca lo harán. En los cómics está este tipo de personaje tímido y retraído… porque, al final, los cómics se hacen en una habitación solitaria. Es un proceso monástico. Es, en muchos sentidos, una práctica de meditación. A medida que envejeces, esa es la parte que se ha vuelto adictiva para mí. Estar en esa habitación es casi como rezar: el acto de cortar el papel, trazar las líneas, sientes como si estuvieras haciendo un manuscrito en un monasterio del siglo XII. -¿Le preocupa la IA? -Me preocupa que sea Terminator, pero es poco probable. El resto no es un: «¡Oh, me aterra que suceda!», sino más bien: «Sé que va a pasar». Y hará que todo sea aún peor de lo que ya es. Todo será horriblemente feo. Quien antes hubiera contratado a un diseñador o un artista real, usará la IA. Todo tendrá el mismo aspecto, será confuso y horrible. Otra cosa más que hará al mundo más feo. La respuesta está en la pregunta: si hay una manera de hacer las cosas más fáciles pero peor, la gente lo utilizará.