España ya no es tierra prometida

Abc.es 
España ha dejado de ser la tierra prometida para la inmigración rumana que empezó a llegar a comienzos de siglo. Del máximo de casi 900.000 rumanos que vivían en España en 2012, su número ha mermado en un 30 por ciento y hoy son poco más de 600.000 personas. Muchos están emprendiendo el camino de vuelta a su país, ya plenamente integrado en la Unión Europea. Las últimas barreras fronterizas para los rumanos cayeron en diciembre, cuando la libertad de movimiento terrestre se hizo plena. Españoles y rumanos tenemos muchos factores en común, y eso facilitó su integración social. De hecho, este retorno de los rumanos a su país recuerda la de los propios españoles que el pasado siglo emigraron a Francia, Alemania o Suiza. Un porcentaje importante regresó, materializando su deseo de invertir sus ahorros en negocios en España y aplicar aquí los conocimientos que habían adquirido fuera. Lo mismo está sucediendo con los rumanos, que ven cómo su país está experimentando el mismo salto que vivió España tras integrarse en la Unión Europea. En 2002, cuando comenzó esta ola migratoria, Rumanía era un país atrasado que acababa de liberarse de una larga dictadura comunista y que tenía una renta per cápita de apenas 2.250 euros, mientras que España ya estaba por encima de los 18.000 euros. La inmigración rumana se concentró en el corredor del Henares de Madrid y el principal sector donde encontró ocupación fue la construcción. Con el tiempo, la cultura rumana también se fue sustanciando en asociaciones, centros culturales, comercios, bares y restaurantes. El divorcio entre los rumanos y España se inició en 2012, con la crisis financiera que golpeó nuestro país. Pero ha sido una separación generalmente amistosa. El rumano es una lengua de raíz latina, no eslava, y eso les facilitó el dominio del español, el catalán o el gallego. Son una población trabajadora y muchos de ellos son cristianos ortodoxos, profundamente religiosos. España, que nunca había tenido una política migratoria de carácter selectivo (salvo los experimentos independentistas en Cataluña, donde se buscaba el voto marroquí), tuvo suerte con la inmigración rumana, que suplió perfectamente una oferta de mano de obra con una capacitación técnica por encima de la media respecto de los inmigrantes subsaharianos o los de algunos países iberoamericanos. Así como el retorno de sus habitantes habla bien de cómo está haciendo las cosas Rumanía, también es un espejo de lo que está ocurriendo con la economía española. Desde 2002, la renta per cápita española ha aumentado un 41,5 por ciento y la rumana un 87 por ciento, una evolución completamente aceptable entre economías tan dispares. Pero también es cierto que en ese mismo período se ha producido un estancamiento y un retroceso de las rentas españolas en relación con el promedio europeo, como ha documentado el Banco de España. También el gran aumento de la presión impositiva hace que para los rumanos sea más atractivo volver a su país, donde la carga tributaria es más baja. Además, Rumanía está en un buen momento: la cifra de paro es menos de la mitad que la española y sus tasas de crecimiento son altas (un 3 por ciento promedio entre 1996 y 2024), típicas aún de un país en desarrollo y no de una economía madura. Al estar en el mismo continente y ser un país completamente integrado en la UE, estas personas, que ya se aventuraron una vez en busca de mejores horizontes, están más dispuestas que otras a volver a intentarlo, esta vez en su propio país, cuando perciben que su situación puede ser mejor en otra parte.

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