La militancia era Sánchez
Que Juan Lobato, Juan Espadas y Luis Tudanca aludieran a su propia voluntad de apartarse del poder regional colisiona con el hecho de que tomaran la decisión acorralados por el aparato socialista y en una perfecta soledad orgánica. Las maneras de Pedro Sánchez de librarse de la oposición interna –con el permiso de Emiliano García-Page, blindado por el suculento poder territorial que ostenta– inquietan en cuanto manifiestan su aversión a la pluralidad, en su partido y en el país que gobierna. El hombre que venció en unas primarias ha terminado por pervertir los mecanismos que lo auparon: pretende evitar cualquier debate interno en el que pueda recibir el más mínimo rasguño y no respeta la higiene mínima a la que debería aspirar un partido de Estado en una democracia abierta y sana. En cambio, estos manejos territoriales tienen el punto de fuga en los quehaceres propios de regímenes totalitarios. Recuerdan con lastimosa ironía cómo su líder llegó a «construir el PSOE de los afiliados» y a defender la voz de la militancia hasta que, pasado un tiempo, la militancia resultó ser él mismo.