Malcolm Scarpa, el maestro divagador
El 24 de enero de 2023, el público del Teatro San Pol de Madrid se derritió como un cartoncillo en la lengua durante la irrepetible velada que un colorido elenco de músicos formado por Los Estanques , Ñaco Goñi & The Jokers, Luis Prado, Pablo Solo, Ameba, David Cobo y Jackie Revlon ofreció para rendir homenaje póstumo a su amigo, maestro y gurú Malcolm Scarpa , un artista que cumplía tan a rajatabla con el canon de cantautor de culto que muchos de los asistentes al concierto apenas habían empezado a conocer su obra. Como suele ocurrir en este país, sólo la muerte abrió las puertas del reconocimiento a este vecino de Pueblo Nuevo que pasó sus tres décadas de vida creativa sin que se le prestara la atención que siempre mereció. Tampoco es que su temprana muerte (a los 62 años) lo convirtiese en un icono pop, porque el público mainstream sigue sin tener la menor idea de su existencia. Pero sí agitó un avispero de melomanía sesentera que se había quedado aletargado al dar por sentado que a partir de los noventa, poco había que rascar. Cuando falleció y llegaron los halagos tardíos, los que comprendieron que habían estado conviviendo en la ciudad con un genio que habría hecho buenas migas con Kevin Ayers, Arthur Lee o Syd Barrett se maldijeron por no haberlo descubierto antes. Y eso que quizá se cruzaron con él algún día en uno de los pasillos del Metro donde solía poner la gorra en sus tiempos mozos. «Malcolm Scarpa era especial porque conseguía enlazar melodías alucinantes que iban directas al corazón con recursos que a veces no eran fáciles para el oyente, pero que conformaban una entidad de belleza inmensa; y también porque a pesar de la enorme cantidad de canciones que hizo, el porcentaje de canciones de calidad en su obra es altísimo», describía a ABC tras su muerte su camarada Iñigo Bregel de Los Estanques. «Fue una gran pérdida, pero al menos nosotros tuvimos la gran suerte de hacernos sus amigos y hacer cosas con él en la última etapa de su vida, escuchando juntos su música, luego la nuestra... para luego comentar las dos. A veces le decía, «oye, ¿cómo se te ocurrió meter ahí un acorde sus4?». Y él te contestaba, «¿qué es un acorde sus4?». Ahí es cuando me di cuenta de su grandeza. Sin saber de teoría, conseguía hacer cosas impresionantes. Un dicho dice que una vez conoces la regla, sabes hacer la trampa. Pero él sabía hacer las mejores trampas sin conocer la regla». Además de los campeones lisérgicos mencionados antes, Juan Manuel Morilla Scarpa (1959) también era un apasionado de la Incredible String Band , y por eso adoptó el nombre artístico de su guitarrista Malcolm Lemaistre para presentar sus canciones, auténticas hermosuras blues, jazz, country, vodevil, rock psicodélico, ragtime, swing, canción francesa o bolero, casi todas ellas en inglés, el idioma en el que se fraguó la revolución artística que activó su detonador de fantasías pop. Siempre se resistió como gato panza arriba a componer en castellano, y cuando por fin cedió para hacerlo de vez en cuando, mantuvo la regla ortográfica anglosajona de redactar las preguntas sin el signo de interrogación de apertura. Fue su manera de decir que vale, que cedía, pero con sus condiciones. Así tituló su libro 'Qué te debo, Jose?', lanzado en 2001 por la editorial Gamuza Azul y ahora reeditado por Sílex. Añade Iñigo Bregel que «otra de las cosas increíbles de Malcolm es cómo consiguió condensar en canciones de un minuto y medio tanta información, tanta emoción, tanta buena música y tan buen hacer», y lo mismo puede decirse del contenido de este libro, construido con frases sueltas que leídas de refilón parecen chaladuras sin sentido, pero que en realidad encierran dimensiones paralelas de consciencia y conciencia. «Me gusta la gente que cuando quiere decir algo importante empieza divagando. Luego me quedo con la divagación y olvido lo otro. No se le veía en la escalera y el cabrón seguía despidiéndose. A mí me importa bien poco quién me acompaña hasta la puerta. Cuando me encuentro con alguien se me nota mucho que estoy deseando irme», escribía Scarpa en las primeras páginas de un libro descrito como «una recopilación de apuntes, notas, reflexiones, disparates, bromas, anécdotas, juegos de palabras, filosofía tabernaria y humor negro, escrita a ráfagas de ametralladora encasquillada, donde se mezcla Dostoievski con Marcial Lafuente Estefanía, Gijón con Tampa (Florida), Fausto Coppi con Adolfo Suárez, Lightin' Hopkins con Edith Piaf y los boquerones en vinagre con los pantalones a rayas». A Malcolm Scarpa le rozó la repercusión mediática cuando hizo la banda sonora de 'Mamá es boba' (1997), una película que su director Santiago Lorenzo definió como «una comedia amarga sobre unas personas tan bondadosas como ingenuas que no encajan en una sociedad falta de escrúpulos». Así había sido hasta entonces la vida de este creador automarginado y así fue hasta que se marchó veinticinco años después, dejando un rastro de chiribitas sonoras por las calles de Madrid para quien se atreva a buscarlas.