La verdadera razón por la que tenemos que reducir (drásticamente) la jornada laboral

En los últimos días, varias organizaciones empresariales han salido en tromba contra la reducción de la jornada laboral. Según dicen, si la porción de trabajadores que todavía trabaja 40 horas semanales (que no son tantos) se pasa a 37,5h, se producirían tremendos perjuicios económicos para las empresas. Como con todas las cosas que no han sucedido aún, es estéril pararse a discutir un futurible. Pero hablemos de algo más interesante. ¿Cuáles son las consecuencias de no reducir la jornada laboral?

Vivimos un tiempo muy loco. Por una parte, en nuestro empeño por hacernos la vida más fácil a través de la tecnología, hemos acabado por conseguirlo. Cada año que pasa hacen falta menos horas de trabajo para producir las mismas cosas. Por otra, en los últimos 40 años –un tiempo récord– hemos educado a varias generaciones para ser expertos en cosas muy sofisticadas –como pensar filosóficamente, diseñar trenes, operar a corazón abierto, construir edificios o realizar complejas operaciones– y ahora no tenemos tantos buenos puestos de trabajo para toda esta gente.

Te lo cuento como empresaria que lleva más de 10 años haciendo procesos de selección: hay mucho más talento en la sociedad del que las empresas somos capaces de absorber. La mayoría de la gente que trabaja para mí podría estar haciendo muchas más cosas de las que hace. El problema lo tengo yo –y el resto de empresarios, y también la administración del Estado que contrata a muchísima gente– que no soy capaz de crear tanta economía como para aprovechar todo este talento.

Se observa claramente en los datos: en Europa, el 25% de los trabajadores está sobrecualificado para su puesto de trabajo. En España es casi el 40%. No hay argumento económico que pueda defender que el 40% de las personas se han equivocado de carrera o que es un desajuste del mercado laboral. Lo que ocurre es que la economía no tiene lugar, ni propósito, para tanta gente.

¿Es esto un problema? No debería ser. Que la mitad de la población tenga un título universitario, que nos hayamos convertido en una sociedad de sabios y personas muy capaces solo puede ser un motivo de éxtasis.

Se convierte en un problema cuando no valoramos nada de lo que hacen todas estas personas fuera del ámbito laboral y, al contrario, les seguimos exiguiendo que prueben lo valiosos que son solo a través del empleo que han conseguido. Pero como no hay buenos empleos para todo el mundo, ¡esto son los juegos del hambre!

Se produce entonces un fenómeno nefasto.

Hay muchísima gente intentando encontrar un trabajo que les inspire, les permita desarrollarse intelectualmente, les entretenga y les permita tener buenas condiciones de vida. Que dé sentido a su vida, en definitiva. Y no lo encuentran, porque esos trabajos son muy escasos. Cuando no lo encuentran, piensan que es culpa suya, que no lo han hecho suficientemente bien, y se quedan en lo mejor que han encontrado, aunque no les satisfaga.

Como consecuencia, hay una legión de trabajadores frustrados, que saben que no tienen ninguna posibilidad de mejorar laboralmente y solo les queda atarse al palo mayor de su empleo actual para no caerse del sistema. Esta dinámica produce que en los centros de trabajo a veces no se contrate a la gente más valiosa o más motivada, sino a un perfil de gente que no amenaza el status quo de los que ya están contratados.

Hay unas encuestas que lleva haciendo 20 años la encuestadora americana Gallup en todo el mundo, con centenares de miles de entrevistas, que muestran el resultado de este embrollo: solo el 10% de los trabajadores dice estar comprometido con su puesto de trabajo.

¿Cuánto dinero cuesta esta frustración? ¿Cuánto lastra a las empresas? ¿Cuánta economía, cuántos proyectos, cuántas ideas se ahogan en el oceano de la insatisfacción en el trabajo? ¿Por qué no medimos eso?

La insatisfacción del mundo con el trabajo es un problema mayúsculo: está detrás de la rabia que sienten amplios sectores de la población y nos aboca a una sociedad imposible de gente enfadada porque pasa una parte importantísima de su vida en una lógica tóxica.

La verdadera razón por la que necesitamos una reducción radical del tiempo de trabajo es para crear una sociedad donde la gente sea mucho más que trabajadores. Reconocer que la economía, por sí misma, no es capaz de albergar y utilizar todo el talento de la gente y que necesitamos una nueva distribución del tiempo donde trabajemos un poquito, pero tengamos también mucho tiempo para ser otras cosas fuera del trabajo.

Y no, como me decía algún sindicalista, para formarnos para trabajar mejor, que eso ya lo hacemos. Tiempo para explorar, para crear, para aprender, para sacar la veta artística que todos tenemos dentro, para ser las personas complejísimas que somos, con intereses múltiples, con proyectos diversos.

Si la gente tuviera el tiempo, el reconocimiento y los recursos para crecer más allá del trabajo, en otros ámbitos, produciríamos una transformación virtuosa también en las empresas. De pronto, todo el mundo entendería que el trabajo tiene sentido en su vida, porque le permite hacer cosas sin consumir toda su energía. Esto es lo que hemos vivido en las empresas que hemos implementado la semana laboral de cuatro días.

Necesitamos una revolución completa del trabajo. No una pequeña reducción de jornada, sino una reorganización drástica como la semana laboral de cuatro días. No para descansar, sino para tener tiempo para ser mucho más que trabajadores.

Fíjate que esta idea aparentemente laboral y técnica esconde una promesa de futuro para el mundo, esa que estamos ansiando en todas las sociedades. La semana laboral de cuatro días es la promesa de que en el siglo XXI vamos a ir abriendo paso a una vida donde las personas tengamos la oportunidad de crecer tanto como deseemos. Un mundo en el que se valore nuestra contribución a la sociedad de muchas maneras: por lo que creamos, por lo que aprendemos, por lo que cuidamos- y no solo por lo que pone en nuestras tarjetas de visita.

¿Cuánto vale una vida nueva? Ese es el valor de la reducción radical de la jornada laboral.

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