València: ¿Qué ha sucedido?

Se podrán actualizar los sistemas de gestión del territorio, priorizando los de prevención y alerta a la ciudadanía frente a una nueva amenaza. También aquí hemos echado en falta una sustancial mejora en las tareas logísticas

La ciencia está lejos de ser un instrumento de conocimiento perfecto. Simplemente, es el mejor que tenemos"

Carl Sagan, 'El mundo y sus demonios'

La respuesta de las administraciones a la crisis de la DANA, en particular la de la Generalitat Valenciana, merece una atención que supera la propuesta de este escrito. Escuchemos, entre otros, a quienes apuestan por superar supuestos desajustes de gobernanza, pues resulta absolutamente imprescindible que una nueva catástrofe no nos pille de nuevo discutiendo sobre quiénes y cómo han de estar al mando de la nave, por mucho que el marco legal aparece suficientemente claro. 

Agradezcamos a la gente, voluntarios, servicios de ayuda y colaboración que, a pesar de los problemas organizativos, están ayudando a mitigar el dolor y la precariedad. 

Ahora creo que interesa también saber qué ha sucedido en el medio físico. Cuál ha sido la especificidad de las lluvias, qué parte del territorio las ha recibido y cómo y por qué vías han transcurrido las aguas hasta llegar a donde tantos destrozos humanos y materiales han causado. Qué obstáculos, si los ha habido, han agravado la situación.

Cada año, al llegar el mes de octubre, en València nos veníamos preguntando cómo respondería el conocido como Plan Sur en caso de lluvias análogas o superiores a las de la riada del Turia de 1957. En mi opinión, las respuestas más lógicas iban en la línea de “no lo sabemos”. Pues las profundas transformaciones provocadas en las últimas décadas –agrarias, crecimiento urbano, obras públicas– hacían dudar si las aguas se someterían dócilmente a transitar por donde dispuso ese gran canal de desagüe, un proyecto que sería imposible plantear en el marco legal actual y que ha recobrado ahora particular protagonismo. Poco aportan ahora los conflictos estériles del estilo de “si hubiéramos…”.

Aquel plan, y otras decisiones posteriores, han condicionado a lo largo de los años el crecimiento del área metropolitana, relegando a la zona sur a un papel claramente subalterno que ahora, con la DANA, vuelve a pagar un altísimo precio. Tiempo habrá de aclarar cuál ha sido en definitiva el papel del desvío del río en esta crisis.

1957-2024. Los cambios en la cultura ambiental 

Desde entonces se ha producido un cambio profundo en la cultura ambiental dirigida por el mundo científico. La publicación en 1972 del famoso informe 'Los límites del crecimiento' contribuyó a sentar los cimientos de un nuevo escenario medioambiental, presidido ahora por la lucha contra el Cambio Climático. Más tarde asistimos a la formulación de la Nueva Cultura del Agua: considerar a los ríos como ecosistemas naturales a proteger, como recogió la Directiva Marco Europea de 2000. La posterior directiva de 2007 se refiere a la evaluación y gestión de los riesgos de inundación. En aquel momento se recordaba que, entre 1998 y 2004, Europa había sufrido más de cien inundaciones graves con miles de personas desplazadas y un alto coste económico en pérdidas. Las inundaciones del Vallés en septiembre de 1962 (ríos Llobregat y Besós) causaron entre 600 y 1.000 víctimas y pérdidas millonarias.

Hay otra diferencia entre 1957 y 2024. Entonces, sin apenas vehículos, calculábamos la amplitud de las avenidas por la altura alcanzada en nuestras casas. Hoy son los coches los que abrumadoramente establecen ‘la medida de todas las cosas’, además de suponer un obstáculo añadido en estas catástrofes.

Contra la corriente social y política que niega dichas innovaciones, los responsables de los gobiernos democráticos están obligados a incorporarlas a las políticas públicas, ya que la legislación ha asumido buena parte de esos cambios. “Sabiendo los políticos, como saben, que el Cambio Climático lo pone todo absolutamente en peligro, el no hacer nada se asemeja a un delito. El mundo tiene límites, pero ellos juegan al crecimiento ilimitado…”  Así de tajante se expresaba el naturalista Joaquín Araujo en 2019 en el diario La Vanguardia.

Volvamos a nuestro territorio.  Necesitamos, para saber cómo ha respondido el medio físico a la tromba de agua, disponer de estudios rigurosos que nos ayuden a despejar dudas, sabiendo, como hemos visto, que los conocimientos técnicos y científicos disponibles ya no son los mismos, ni el marco biofísico, ni tampoco el normativo. Para esa tarea, se necesita la concurrencia de diversas especialidades. Además, disponemos de instrumentos como la infraestructura verde para abordar la crisis climática y la regulación hidrológica, frenando la erosión de los suelos:  un sistema interconectado de elementos naturales, muy diferente de la infraestructura gris del hormigón. 

Con todo ello, los investigadores y especialistas sabrán monitorizar lo ocurrido y proporcionar nuevas pautas para actuar a partir de ahora.  Se podrán actualizar los sistemas de gestión del territorio, priorizando los de prevención y alerta a la ciudadanía frente a una nueva amenaza. También aquí hemos echado en falta una sustancial mejora en las tareas logísticas. 

En definitiva, pensar y poner los recursos necesarios para la adaptación a los cambios que ya han empezado a mostrarse de manera alarmante por las respuestas del clima. Vamos con retraso, pues los avances señalados apenas se han reflejado en las políticas públicas en nuestro país, empeñadas en proyectos de otros tiempos que detraen recursos públicos, ahora imprescindibles, para la reconstrucción que nos espera. El mito del crecimiento, tan asentado, resulta muy difícil de combatir.

Esperemos que nuestras universidades públicas y centros de investigación aporten sus conocimientos para dar respuestas solventes a la pregunta que encabeza este texto.  Estaremos atentos.

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